La captura de López Jordán

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Fragmento de la obra del doctor Bernardo Salduna

La rebelión jordanista es el libro que recientemente presentó el doctor Bernardo Ignacio Salduna. Prestigioso abogado radicado en Concordia, fue legislador nacional y en la actualidad es vocal del Superior Tribunal de Justicia de la provincia. Su obra en 37 capítulos aporta información valiosísima a un tema poco abordado como las revueltas y sus efectos, que comandó Ricardo López Jordán luego del asesinato del general Justo José de Urquiza. Como un rescate de su importancia, ANALISIS publica un capítulo, que refleja los últimos tramos de la vida de este caudillo.

Capítulo XXXIV

Francisco Zárate era hasta ese momento un oscuro funcionario: revistaba con el cargo de Alcalde, en realidad era un simple empleado, encargado policial de un pequeño distrito correntino, llamado el paso de “Los Algarrobitos”, sobre el arroyo Tunas, a las órdenes del Juez de Paz.

Pero un suceso ocurrido en la mañana del 10 de diciembre de 1876 hizo que este hombre sin culpa suya, pasara a figurar en la historia grande. Un paisano se presentó a eso de las diez de la mañana para informarle de un hecho raro: en un monte cercano había visto a varios hombres. Calculaba cerca de cincuenta. Habían armado un campamento y dormían sobre los recados o los cojinillos. Eran más de las diez de la mañana, hora extraña, decía el informante, para que un hombre de campo duerma. Zárate estaba de acuerdo: era un hecho extraño. E intrigado resolvió investigar el caso. Por las dudas, reunió ocho o diez hombres, les repartió las pocas armas que había -algunas carabinas, sables y lanzas- y partió hacia el lugar indicado.

No bien los vieron llegar, algunos, entre ellos Robustiano Vera, montaron a caballo, en pelo, y se escaparon. Zárate los persiguió, sin alcanzarlos. A su regreso se encontró con quien parecía el jefe del grupo. Estaba bien armado, llevaba al cinto dos revólveres y a la espalda una carabina Remington. No eran cincuenta, a lo sumo treinta. Es decir, más numerosos que el grupo que los había sorprendido, sin embargo, no hubo resistencia: tiraron las armas y se entregaron. Zárate preguntó a quien comandaba el grupo su nombre y se quedó de una pieza al escucharlo: se trataba nada menos que del general Ricardo López Jordán.

Traición y entrega

El grupo que comandaba el alcalde Zárate era de apenas ocho hombres precariamente armados. La tropa de López Jordán superaba los treinta como mínimo. La pregunta surge inevitable ¿por qué motivo no resistieron López Jordán y su gente?

Es que se encontraban en territorio correntino, más propiamente en los pagos donde era autoridad el coronel don Luciano Cáceres, hijo del caudillo Nicanor Cáceres y dueño de la estancia “El Paraíso” en las proximidades del sitio donde fue aprehendido. Seguramente López Jordán contó con la posibilidad de poder gozar de la protección del jefe correntino, quien había participado junto al caudillo entrerriano en la revuelta de 1870.

Pero ahora habían cambiado las cosas y Luciano Cáceres había llegado a un arreglo político con el gobernador de Corrientes quien le encomendara precisamente la jefatura de las fuerzas de esa provincia en la frontera con Entre Ríos.

El ex-correligionario en lugar de ayudar a López Jordán, lo hizo prisionero y lo condujo personalmente hasta el puerto de Goya, donde lo entregó a una cañonera enviada especialmente por el gobierno nacional al efecto.

“En el puerto de esta ciudad (Goya) es recibido por el entonces subteniente del 3 de infantería, luego coronel don Miguel P. Malarín, que había participado en la acción de Alcaracito como ayudante del comandante de las fuerzas gubernativas, coronel Ayala” (Aníbal Vázquez). De allí, bajo fuerte custodia, fue trasladado a Paraná.

“En Paraná el caudillo es engrillado. Así lo ve el vecindario ocupando como cárcel una de las piezas del local en que funcionaron el Senado y el Poder Judicial de la Confederación, que hoy se ha convertido en el Colegio de Niñas de Nuestra Señora del Huerto. Esa pieza está frente a la Plaza de Mayo, limitada, pared por medio, con la Iglesia Catedral”.

Sus familiares y allegados temían por su seguridad. No hay que olvidar que las fuerzas nacionales habían protagonizado poco antes una verdadera “degollatina” después del combate de Alcaracito. Sin embargo, el gobierno nacional tenía sumo interés en conservar con vida a López Jordán: se temía –quizá infundadamente- el estallido de un movimiento revolucionario de características nacionales y pensábase que López Jordán pudiese aportar datos que permitieran anticiparlo. Por esos días, el tren que conducía al Presidente y su comitiva de Tucumán a Córdoba sufrió un descarrilamiento y este hecho se vinculó a un posible atentado. Uno de los hombres fuertes cercanos a Avellaneda, el doctor Dardo Rocha, le escribía por entonces al doctor Tiburcio Padilla:

“He olvidado decirle que Jordán promete dar importantes datos sobre sus cómplices. He visto al Presidente para que mande una persona a hablar con él, o lo haga venir por 24 horas con ese objeto, como comprende, conviene guardar secreto”.

Cabe preguntarnos: ¿negoció López Jordán garantías para su persona, a cambio de delatar a supuestos o reales partícipes de esta hipotética revuelta?

No lo podemos saber a ciencia cierta. Lo real es que en esos días el gobierno nacional ordenó la detención de numerosas personas, en Córdoba y Tucumán, la mayoría vinculada al mitrismo. En la propia Buenos Aires: “... apareció en La Nación la noticia de que, por orden del gobierno nacional, se habían realizado numerosas detenciones, entre ellas la del co-redactor del diario Bonifacio Lastra, y otras personas todos los cuales fueron alojados incomunicados en el vapor Coronel Paz, amarrado en el puerto. Mitre quiso visitarlos y se le prohibió”.

“Lastra estuvo preso tres semanas. El 16 de diciembre avisó a Mitre que él y sus compañeros serían deportados a Montevideo. Con él estuvieron otras personas detenidas: Juan Agustín García; Germán Balcarce; Alberto Seguí; Enrique Romero Giménez; Guillermo Binden (director de La Pampa); Enrique Justo; Juan Lanús y algunos militares”.

La primera rebelión jordanista duró desde el asesinato de Urquiza el 11 de abril de 1870 hasta la batalla de Ñaembé en enero de 1971 (poco más de nueve meses). La segunda rebelión comenzó en mayo de 1873 y, prácticamente sin enfrentamientos, culminó con las batallas de El Talita y Don Gonzalo en diciembre de ese año (poco más de siete meses).

En cuanto a este último intento: “Sólo quince días, desde su desembarco en el Pos-pos, duró la obcecada aventura del caudillo que, creyendo en una triunfal gira revolucionaria, sólo representó la triste realidad de la última montonera, en constante fuga, hasta la derrota definitiva, sin asomo de gloria y sin un mínimo de grandeza”.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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