Síndrome del mono y fiebre hegemónica

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Reflexiones de cierre

Luis María Serroels

Faltan exactamente 19 meses y 20 días para que otra vez un gobernador surgido de la voluntad popular suceda a otro también legitimado por las urnas. Una práctica que ya ha llegado a adquirir características de normalidad -luego de largos períodos de alternancia entre gobiernos constitucionales y de facto- resultante de las luchas populares que fueron dejando en el camino sangre, sudor y lágrimas.

Esto significa que la posibilidad de volver al ejercicio soberano del voto para elegir y ser elegido fue consecuencia del esfuerzo colectivo donde miles de argentinos perdieron bienes y hasta sus vidas, en actos de inmolación que constituyen paradigmas de entrega en pos de grandes causas.

Sin embargo, la recuperación democrática no es garantía alguna de la recuperación de la plena moral en la práctica política. Valga revisar lo que ha venido sucediendo en el país y en nuestra provincia para advertir que el derecho al cuarto oscuro no asegura sabias opciones.

¿Conserva legitimidad el poder de origen cuando no se lo revalida en el hecho cotidiano de su ejercicio? ¿Los guarismos son suficientes para consagrar el derecho (y hasta la prepotencia) de las mayorías? ¿Sirvió de algo reconquistar la soberanía popular para evitar la sangría económica, financiera y social de que ha sido objeto nuestra Argentina, maniatada por los dueños de la usura internacional? ¿Nadie se hace cargo de nada? La fenomenal deuda que soporta hoy el tesoro entrerriano, casi inexistente hace 23 años, ¿no responde a decisiones y políticas erróneas dictadas en función gobernante luego de muy edulcorantes promesas terminadas en absoluto contraste?

Por estos días, cuando lejos está aún el final de un mandato, reaparece el síndrome del mono, por el cual nadie quiere abandonar la rama sin asegurarse estar prendido a otra. Y ya comienzan a aparecer las autocandidaturas, los globos de ensayo, las componendas y hasta las falsas bendiciones superiores que crean expectativas desmesuradas y producen desvíos de la ineludible obligación de ceñirse a cada cargo y cumplir con la palabra empeñada.

El gobernador de la provincia, Jorge Pedro Busti, ha sostenido, y no sin razón, que se hace necesario diseñar políticas de Estado para 12 años. Esto es precisamente lo que la sociedad viene reclamando desde siempre, para evitar que con el cuento de “cada maestrito con su librito”, detrás de los recambios el negro pase a ser blanco y el blanco negro porque sí, amén de que en general, a todo lo anterior se lo suele calificar como pecaminoso.

La propuesta del mandatario, que considera “mortal” a cualquier retroceso, puede ser compartida en tanto oficialismo y oposición se pongan de acuerdo sobre los términos de esa planificación, sus tramos de ejecución y sus bases de financiamiento. Estando contestes todas las fuerzas políticas en esas acciones de Estado, no habrá chicaneos de ocasión ni palos en las ruedas, sino aportes constructivos y, lo que no es menor, confianza mutua.

Ahora, si se piensa que sólo un partido es capaz de llevar adelante todo esto, la cuestión falla desde sus bases. Nadie puede sentirse tan capaz e inteligente al punto de no necesitar de sus adversarios para una construcción amplia y sólida del desarrollo de una provincia que, como la nuestra, tiene todo para ser poderosa.

Si se adoptan posturas arrogantes se perderán oportunidades y el terreno de los disensos será sembrado con la mala semilla del resabio, donde no hay fertilizante posible.

De todos modos, la propuesta-desafío de Busti en Villaguay deja señales claras no sólo de que la herramienta más idónea para afianzar esas políticas básicas es su partido, sino su propia prolongación en el sillón de la calle Córdoba. En realidad, si la única garantía fuese esa, no estaríamos frente a una política de Estado sino a un programa de una corporación política que se diluiría una vez fuera del gobierno. El éxito del proyecto del gobernador estará asegurado en la medida que toda la dirigencia se avenga a suscribir un acuerdo multipartidario -en cuyo marco obviamente se asigne y distribuya protagonismo-, para que la herencia de quien abandone el poder no se convierta en pesada carga para quien lo reemplace.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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