Penas y olvidos

Edición: 
905
Opinión

D. E.

Quienes pasamos por el Servicio Militar Obligatorio en tiempos del último gobierno militar, pudimos conocer cómo funcionaban algunos de los mecanismos castrenses. Uno sabía quiénes podían acceder y quiénes no a determinada información. Cuánto de conmocionante podía resultar en ese lugar una muerte –por más que fuera un paro cardíaco- o la llegada de un herido o la presencia de autos civiles que no pertenecían a la fuerza. Cada detalle fuera de lo usual, de lo cotidiano, llamaba la atención y la información transitaba por carriles veloces, en especial a través de soldados o suboficiales, por más que se la quiera ocultar.

Rizzo, como tantos otros, puede decir “no ví, no oí, nunca me enteré de nada”, en defensa de su pasado, pero de ahí a hacernos creer que hubiera sido su “deber moral” denunciar si conocía algo grave, suena como demasiado ficticio o una especia de chanza. Casi todos los estamentos de la Segunda Brigada de Caballería Blindada conocían lo que sucedía entre 1976 y 1982. Seguramente unos más, otros menos. Porque siempre fue una característica castrense ser ampulosos en cada movimiento; mostrarse, generar miedo, terror, ya sea adentro o afuera.

Y el traumatólogo no estaba en un rincón de la unidad, sino en el centro mismo del Hospital Militar. Era un hombre que ya tenía contactos con sectores empresarios paranaenses de la medicina; con fuertes lazos con la Iglesia que comandaba el arzobispo castrense Adolfo Tortolo; con familiares, tanto en Paraná como en Buenos Aires, ligados a fuerzas militares. No estaba aislado ni marginado; ya era un hombre de casi 35 años que buscaba su lugar social, dentro y fuera de la unidad militar. Y cuando se fue de Paraná, no recaló en un sanatorio privado, sino en uno de los más grandes hospitales castrenses, en plena dictadura aún y donde únicamente se ingresaba por “buena conducta” y recomendaciones militares. No era un lugar más, sino el Hospital Militar Central de Buenos Aires. Lamentablemente, ni el juez Gustavo Zonis, ni el fiscal Mario Silva le pidieron mayores detalles de su rol ni accionar; menos de los jefes que tuvo en uno u otro lugar.

Rizzo negó cada una de las menciones que hicieran ex soldados y se dio tiempo para cuestionar duramente a este semanario por las publicaciones realizadas el año pasado. Si hacer “sensacionalismo” -como dijo en su declaración- es informar, indagar, preguntarse, apostar a la verdad y no a las sombras, que el doctor y funcionario público se quede tranquilo: lo seguiremos haciendo. En libertad, con compromiso, honestidad intelectual y distante del poder. O sea, aspectos tales que quizás no pueda exhibir el traumatólogo.

Deportes

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