Martín Gerlo
Pascual Oscar Guerrieri se desplazaba con su bastón, escoltado por tres hombres de la fuerza de seguridad en el nosocomio castrense de la capital provincial. Balbuceaba algunas impresiones a quienes lo acompañaban y escuchaban con atención, sin privarse de lanzar alguna mirada fría y penetrante –ya no podríamos decir intimidatoria- a quien pasara a su lado. Su declaración ampliatoria posterior –la tercera- confirmó que, mientras se realizaba la inspección ocular en el lugar donde dio a luz Raquel Negro, masticaba palabras de bronca que pronto habría de hacer públicas. Juan Daniel Amelong, quien ejerce su co-defensa, se movía con aires de entendido entre los miembros del Tribunal, la defensa, las querellas y testigos. Preguntaba y anotaba. Como viene haciendo desde las primeras audiencias, se dio el lujo de advertir nimias contradicciones, fácilmente rebatibles. Jorge Fariña, el otro de los imputados que asistió a las inspecciones, se cuidó de no hacer gestos ni deslizar ninguna impresión. Entre todos ellos se movían Sabrina Gullino, Sebastián Álvarez y la enfermera que asistió al parto de los mellizos, cuyo único escolta era su nieto, que la ayudaba a caminar. El contraste era impactante.
Gracias al valioso aporte de la testigo se pudieron localizar físicamente los lugares donde nacieron los mellizos y estuvo Raquel Negro. El paso del tiempo y las remodelaciones edilicias no fueron un impedimento. “Acá nacieron los chicos –dijo la mujer, señalando hacia adentro-. Afuera había una persona, que enseguida se lo llevó”, recordó en la puerta de la sala de parto, ratificando que no recuerda haber advertido que el niño hubiese estado cianótico, como argumentaban los médicos que tuvieron contacto con él.
Cuando ya todos se estaban yendo, Sabrina se acercó y abrazó a la persona que la vio nacer. Intercambiaron gestos cariñosos y se sacaron una foto. Las circunstancias habían hecho que se vuelvan a encontrar en el mismo lugar donde hacía 33 años las había puesto el destino. Los hechos posteriores las separaron. Pero no para siempre.
Luego la inspección se trasladó al Instituto Privado de Pediatría (IPP), de dimensiones minúsculas en comparación con el nosocomio castrense. Ingresaron a Neonatología, guiados por los socios propietarios Miguel Torrealday, David Vainstub y Ángel Schroeder. A Sabrina le llamó la atención cómo puede ser que ellos no hayan advertido su presencia, ni advertir la responsabilidad que tuvieron en su momento. “No queremos más que encontrar al melli. Cómo cambiaría la historia si tiraran una pista certera… Esto nos deja un sabor amargo. No hallo una explicación a que esta gente con mucha trayectoria en Paraná, los cuatro o alguno de los cuatro, no sepan lo que pasó. Con las dimensiones de la sala, las características, el vidriado, hoy me parece imposible que Torrealday no haya sabido qué pasaba en esa clínica. Ellos saben lo que pasó, ahora lo tienen que decir, y espero que cuando termine el juicio pueda ir a darles un saludo sincero”, consideró la hija de Raquel Negro, en declaraciones periodísticas posteriores.
Sabrina pudo reconstruir parte de su historia. Muchas veces debe haber imaginado, desde que recuperó su identidad en 2008, cómo fue su primer mes de vida. Ahora estaba allí: lejos en el tiempo, cerca en el espacio. Es el deseo de muchos que la próxima vez pueda caminar por esos lugares junto a su hermano.
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