Jorge Riani

La Universidad Autónoma de Entre Ríos tiene 19.545 alumnos. Con ese número, con sus 28 sedes, con su representatividad en once departamentos de la provincia, la UADER se ha convertido en la universidad argentina que más ha crecido en los últimos años.

Inició sus primeros pasos como la hermana pobre, como la deslucida casa de estudios con una Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) a su lado que le hacía sombra por historia y trascendencia. Pero la UADER empezó a crecer cada vez más al punto que los conos de sombra se invirtieron.

Casi se podría arriesgar que los cimientos de la universidad entrerriana no eran los más sólidos en una provincia que no se caracteriza por tener políticas perdurables en el tiempo y sostenidas en las alternancia partidarias: esos cimientos –hay que recordarlo– acaso podrían ser la obstinación, el capricho del veterano caudillo radical Sergio Montiel.

Cuando lo sucedió en la gobernación, Jorge Busti evaluó dar marcha atrás con la UADER y dejar los institutos terciarios tal como estaban antes de que Montiel los convirtiera en universidad. Pero la tendencia de crecimiento ya era indetenible, la universidad provincial era un hecho y la voluntad de sostenerla estaba multiplicada en miles y miles de estudiantes y docentes.

Desde entonces, la Universidad Autónoma de Entre Ríos no paró de crecer. Tiene particularidades que le otorgan una fortaleza en el mundo de las academias: es la universidad con mayor tasa de egresados que son primera generación de profesionales de sus familias. Eso significa que allí estudian los hijos de obreros, empleados, trabajadores en general.

En las últimas semanas, hubo un nuevo intento porque la UADER deje de existir para dar lugar a una nueva universidad, en las cabezas del peronismo gobernante debía llamarse Fermín Chávez, aunque en este caso para dar lugar a una nueva universidad pública nacional.

El modo en que trascendió la novedad fue asombroso: el senador nacional y ex ministro de Educación, Daniel Filmus, daba a conocer por la vía del Twitter que estaban “creando la Universidad Nacional de Entre Ríos”. No reparó el legislador kirchnerista que esta facultad existe desde el año 1971, y que lo que se estaba creando era otra cosa.

Pero lo más llamativo de todo no fue el error en la denominación sino el modo –informal, impreciso, casi casual– en que los entrerrianos se enteraban sobre el futuro de su universidad. Nadie hasta entonces había dicho una sola palabra a los de 19.545 estudiantes, a los 2.949 docentes, en definitiva al millón de entrerrianos, sobre lo que estaba cocinando en el oficialismo.

Lo demás es historia conocida: hubo malestar general y la comunidad universitaria toda se abroqueló detrás de la protesta que se empezó a cocinar, con una proyección que prometía ser la más grande de las manifestaciones que debía afrontar la gestión Urribarri. Y el gobernador confió en que saliendo en un diario paranaense iba a lograr enfriar los ánimos. Nada de eso. A las 48 horas de salir públicamente a hablar, debió dar marcha atrás con la idea de desprenderse de la UADER y crear una universidad para que “la absorba paulatinamente”, como había dicho.

La certeza de estar comprando un problema con enorme costo político hizo que el gobernador volviera sobre sus pasos, para evitar “situaciones ríspidas”. Entonces reclamó a los senadores poner puntos suspensivos sobre el proyecto de sustitución de una universidad provincial con una nueva universidad nacional.

El génesis del proyecto de la discordia quedó en dudas también. ¿Quién tuvo la idea de realizar los cambios? En la entrevista de Urribarri con El Diario, el mandatario dio por sentado que el origen había que hallarlo en un proyecto de la entonces senadora kirchnerista y actual intendenta de Paraná, Blanca Osuna, que hizo la presentación en noviembre del año pasado.

(más información en la edición gráfica de ANALISIS del 25 de octubre de 2012)