L.Y.D.S.
(Especial para ANALISIS)
Liliana Rivas tiene 48 años y es la interna con la pena más dura de la historia de la cárcel de mujeres de Paraná. Está condenada a prisión perpetua por el crimen de su marido, el ex basquetbolista Enzo Benedetich. Le quedan por delante más de 30 años de encierro.
La acusaron de ser coautora del homicidio doblemente agravado por alevosía y por el vínculo ypor haber instigado a cometer el crimen a Rubén Flores, un policía que trabajaba en su casa como albañil, que un mes después del hecho apareció muerto debido a lo que la justicia consideró un suicidio.
Benedetich fue asesinado cuando tenía 44 años, cerca de la medianoche del 26 de setiembre de 2009 en la zona de Mariápolis, en las afueras de Paraná. Iba con su mujer en su auto Honda Fit cuando recibió cuatro disparos de un revólver calibre 38, efectuados por el hombre que iba en el asiento trasero.
La condena le llegó a Rivas en 2014, luego de dos juicios, ya que el primero fue anulado por el Superior Tribunal de Justicia. Apeló esa sentencia, pero al año siguiente recibió el rechazo del STJ y quedó detenida. Recurrió a la Corte Suprema de Justicia, pero en marzo de este año también recibió un fallo adverso.
Rivas llega a la salita de la unidad penal en la que se desarrolla la entrevista a través de un pasillo proveniente del sector del edificio donde están el patio, la sala de visitas y los distintos pabellones. Ella comparte uno con otras dos mujeres: una condenada por homicidio, la otra por tráfico de drogas.
Ya no usa el pelo rojizo con flequillo de los días del juicio, cuando su rostro aparecía permanentemente en los medios. Ahora tiene una melena rubia hasta los hombros, que destaca sus ojos azules. Lleva puesto un jean y una remera negra y casi no usa maquillaje. Cuando habla se enrula el pelo con los dedos.
—¿Cómo era un día en su vida en los tiempos antes del crimen?
—Arrancaba a las 6 de la mañana y mandaba las nenas a la escuela. Sofía iba a tercer grado y seguíamos sus tratamientos porque tenía diagnóstico de trastorno de hiperactividad con déficit de atención, cosa que ya superó y está muy bien, pese a todo lo que enfrentamos. Daniela estaba en el último año de la secundaria. Una semana antes había tenido su viaje a Bariloche y, después de muchas averiguaciones, habíamos pagado la inscripción para la carrera de Diseño de Historietas en Buenos Aires y estábamos organizando todo para que al año siguiente se fuera a estudiar allá. Ella ya dibujaba y vendía sus dibujos al exterior. Tiene un gran talento. Eran días intensos. Después me iba a trabajar a Enersa, horario corrido, de 8 a 16. Enzo trabajaba horario cortado en Coinauto, así que al mediodía les daba él de comer a las nenas. Yo llegaba tipo 17 y él ya se había ido a trabajar. Hacía las cosas de la casa, las compras, la tarea con las chicas. Nos volvíamos a ver recién después de las nueve de la noche. Él trabajaba sábado mañana y tarde, así que nos quedaban los domingos para pasear o hacer algo en familia. En febrero nos habíamos ido todos a Córdoba una semana de vacaciones, con los chicos de Enzo también, a un complejo de Luz y Fuerza. Un poco antes también habíamos ido todos a Temaikén y al Parque de la Costa.
(Más información en la edición gráfica número 1050 de la revista ANALISIS del jueves 10 de noviembre de 2016)
