El paranaense radicado en Chubut habló con ANÁLISIS sobre “Las venas son del color del que hablamos”, su más reciente poemario editado en conjunto con el editor y artista plástico Lucas Mercado quien, además, aporta su color en el arte de tapa. Elián Del Mestre comparte su proceso creativo, su recorrido entre letras y legajos, sus paisajes más íntimos, reivindicando la calidez de un mundo que ve en azules.
“El Fer dice que no hay que escribir enamorado. Disculpen”, enuncia Elián, como atajándose ante lo que va a venir: un amor que arde en azules. Unas líneas que van más allá del amor hacia una mujer -Emilia, en este caso, su pareja de aquel entonces-. Evoca, aún sin darle nombre, el amor por el todo que acontece; un vínculo que encuentra su génesis en la comunión entre los viajes y el ejercicio de detenerse en las pequeñas cosas. La confección de una lista de cosas azules que nace como un juego de espectadores de ellos mismos da inicio a este poemario que bautiza de manera atinada “Las venas son del color del que hablamos” y que se completa con los paisajes neuquinos, lugares que el autor habita hace un año.
En un mundo que nos empuja con urgencia a abstraernos de las cosas, Elián se abstrae en las cosas. Se apoya en la palabra para exaltar la belleza del mundo que le atrapa, el tránsito de lo amoroso con el otro, el vínculo íntimo del hombre con la naturaleza, colores que, al ser tocados por los matices de la luz, en azul siempre decantan. “El color azul que necesito es el del río Limay”, afirma Elián Del Mestre refiriéndose a los paisajes que habita hoy. “Yo manejo una tesis: en realidad los colores no existen, están en el sujeto. El sujeto tiene el color y lo denominamos de una forma parecida, pero estoy seguro de que nadie ve exactamente el mismo. Es como la textura: no todas las pieles son la misma piel”, reflexiona en tanto que confiesa que “Las venas son del color del que hablamos” es un libro que quiere mucho. “Es el que más me gusta de todos; el más tierno y tiene mejores procedimientos de construcción poética. Habla de mí y de alguien que quise mucho; por más que ya no estemos juntos muestra uno de los momentos más lindos de mi vida y es lindo que esté en algún lado”.
—¿Por qué el color azul? ¿Tiene que ver con los paisajes del sur?
—El color azul me parece que tiene que ver con Emilia, la que era mi novia en ese momento, y tiene que ver también con el sur. Me vine a vivir acá hace un año. A Emilia la conocí en Cuba. Tuve un año sabático muy viajero y cuando la conocí estuvimos viajando un año por todos lados. En ese contexto escribí el libro anterior que se llama “Como si fuera de día”, que aborda una especie de relación a distancia, contemporánea, por las redes; ahí ya aparece el color azul. Cuando estábamos en un barquito en Angra (Brasil) había noctilucas azules, entonces empezó a surgir la idea de que ella empiece a fabricar una lista de colores azules como para que yo escribiera sobre eso, fue como una especie de juego. Quedó la idea de escribir sobre el color azul, después me vine a vivir acá (Neuquén) donde todo es como de un azul raro, los cielos son diferentes. De repente tengo una pared azul, la gente me regala cosas azules; sin darme cuenta aparece un motón el color en mi vida. No es lo central, pero es la macilla que unifica todo. Apareció en el libro anterior y en este como que lo retomé.
—¿Cuál es el paisaje que es más representativo de Elián?
—El río, me parece. Acá en Neuquén estoy yendo todos los días al río, escribo en el río. En Paraná iba todos los días al río a correr, a tirarme al pasto, a leer. Es mucho para mí. Y la montaña también, me encanta viajar. La montaña es un color que me gusta mucho; en algún punto es azul, si tiene nieve la fusión de la nieve con la luz genera una matriz que es azul que no sé si la ves, pero está ahí. En el Perito Moreno es todo blanco, pero vos te acercás y ves un montón de betas como azules y es luz en realidad. Por eso creo que me gusta la montaña. En realidad ningún paisaje es mío, yo soy medio viajero, me aburro rápido de los lugares.
—¿En ese espíritu andariego qué te depositó en Neuquén?
—Trabajé un tiempo para el Teatro Nacional Cervantes; trabajaba como técnico para las obras que se iban de gira enmarcados en el plan “Cervantes Federal”; la idea era llevar el teatro a todos los rincones del país y así conocí muchos lugares en Argentina, entre esos Neuquén. En ese momento me generó un montón de cosas. Empecé a venir muchas veces a pasear, la Patagonia en general era un lugar al que quería venir mucho. Lentamente fui tratando de venirme a vivir acá. Yo soy abogado, entonces aproveché que hubo un concurso en el Poder Judicial de acá. Me pareció una buena manera de confluir las dos cosas que soy yo: soy escritor, pero también soy abogado pero no quería trabajar en un estudio o en otras instituciones. Es muy loco porque Neuquén está como en la confluencia, de hecho, la región se llama Confluencia porque se chocan dos ríos: el Limay y el Neuquén. Creo que significó eso en mi vida: la confluencia entre el escritor y el abogado. Yo tenía muchos mambos entre el escritor y el abogado, muchas veces dejaba de cursar la carrera porque me pasaban cosas, dejaba de escribir porque tenía que estudiar; tenía miedo de dejar una por otra y Neuquén vino a ser como la síntesis superadora.
(Más información en la edición gráfica 1103 de la revista ANALISIS del jueves 29 de agosto de 2019)
