La estupidez de creer que todos los problemas llevan el nombre de Mauricio Macri

Por Ernesto Tenembaum
Publicado en Infobae

Hace más o menos una década, cuando recién comenzaba su carrera a la presidencia, Mauricio Macri contó que estaba leyendo La silla del águila, un libro reciente del mexicano Carlos Fuentes.

Esa novela anticipó con mucha precisión lo que Macri empieza a vivir en estos días y lo que sufrirá en los difíciles años que le aguardan. En uno de sus capítulos, un consejero del Presidente mexicano le escribe: "La victoria de ser presidente desemboca fatalmente en la derrota de ser ex presidente. Prepárese usted. Hay que tener más imaginación para ser ex presidente que para ser presidente. Porque finalmente dejará atrás un problema con nombre propio: el suyo. Los problemas de México vienen de siglos atrás. Nadie ha sido capaz de resolverlos. Pero la gente siempre hará responsable de todo el mal del país al que detenta y, sobre todo, al que abandona el poder".

Ese fenómeno ha sido largamente estudiado por la psicología social: las sociedades, los pueblos, encumbran cada tanto a uno de sus integrantes en el rol del salvador. Como los salvadores no existen, la frustración posterior transforma al líder incumplidor en un chivo expiatorio, en la razón de todos los males. En la Argentina, ese proceso es potenciado por la capacidad innegable que tiene nuestro país para deglutir presidentes y, en este caso, además, por la ineptitud de Macri, en el área económica que complicó la situación del país y de sus habitantes. Todo eso ha desatado un festival muy clásico que consiste en, por un lado, golpear al caído: lo hizo Kirchner con De la Rúa en 2003, Macri con Cristina Kirchner hace cuatro años, y ahora empieza a sufrirlo él mismo. Pero también se empieza a instalar la ingenua y peligrosa creencia de que la salida de Macri será la solución a problemas que lo trascienden.

El próximo 10 de diciembre probablemente Alberto Fernandez recibirá los atributos de mando de manos de Macri. Luego de ese acto, el actual Presidente pasará rápidamente hacia la insignificancia y Fernández heredará los serios problemas de un país que, según quien lo vea, lleva cuatro años de decadencia desde la asunción de Macri o 12 desde la asunción de Cristina Kirchner o 30 desde que asumió Menem o 45 desde el Rodrigazo o 74 desde que Juan Perón llegó al poder o 209 desde que Cornelio Saavedra presidió la Primera Junta.

La Argentina es, en realidad, un caso para estudiar en el mundo porque en ningún lugar las crisis han sido tantas y tan recurrentes. No pudieron evitarlas gobiernos militares o democráticos, neoliberales o intervencionistas, peronistas o antiperonistas. A cada gestión, tarde o temprano le llega la crisis. Eso no pasa en ningún otro lado. Académicos del mundo se sorprenden por la incapacidad de su clase dirigente para conducir un país. Macri es la última expresión de esa limitación inverosímil. Pensar que se acaba el problema en él, o en las ideas neoliberales que supuestamente representa, tal vez sea la mejor manera de acelerar la próxima crisis: hace cuatro años, sin ir más lejos, se creía que la salida de CFK de la Casa Rosada solo podía augurar tiempos venturosos.

Alberto Fernández se enfrentará en pocas semanas con un país cuyos actores protagónicos se conducen de manera ciertamente dislocada. Esta semana se conoció, por ejemplo, que los medicamentos aumentaron por encima de cualquier otro rubro: un 85 por ciento. De esta manera, los laboratorios ubicaron a cientos de clínicas al borde de la quiebra y obligaron a miles de personas con diversas patológicas a descuidar sus tratamientos. En medio de una crisis inflacionaria grave, además, el Gobierno decidió congelar el precio de los combustibles. En pocos días, el 20 por ciento de las estaciones de servicios se quedaron sin nafta.

Fernández se encontrará frente a un dilema terrible: fijar precios y someterse a un probable desabastecimiento, o aumentarlos y poner al país al borde de la hiperinflación. Solo en estos dos casos, un paso en falso puede producir un desastre y son cientos los desafíos que vienen. Los acuerdos con cada sector requieren de una gestión política y técnica de alto nivel de sofisticación y esfuerzo: buenos equipos, buen enfoque general, buenas medidas puntuales y todo eso sostenido en el tiempo.

Ya no estará Macri. ¿Podrá Fernández?

Los comportamientos desintegradores no abarcan solo a petroleras y laboratorios, dos sectores que marcaron la historia política argentina. El sector financiero se ha comportado de manera irracional en estos años. ¿Qué motivo había para prestarle tanto dinero a la Argentina apenas asumió Macri, o para huir de manera despavorida en 2018? ¿Tanto había cambiado el país el 10 de diciembre de 2015 y vuelto a cambiar en marzo de 2018? El comportamiento errático y violento según variaban las encuestas antes de las elecciones y la espantosa fuga del 12 de agosto es otro aspecto de este fenómeno. Los ciclos de burbujas y corridas no fueron advertidos además por la mayor parte de los economistas y empresarios que, al contrario, los celebraban, bailaban en la cubierta del Titanic.

Como consecuencia, Fernández asumirá con muy pocas reservas y con mucha deuda. El drenaje de reservas y depósitos ha disminuido su ritmo desde principios de septiembre, pero, día a día, siguen cayendo las unas y los otros. ¿Cómo frenará el goteo e impedirá que se acelere? ¿Cómo incidirá en todo eso el tono y el ritmo de las negociaciones con el Fondo Monetario?

Mientras tanto, empujados por la crisis, cada mes un millón y medio de argentinos compra dólares. ¿Empujados por qué crisis? ¿Por la de ahora, la del año pasado, la del 2016, la del 2014, la del 2012, la del 2009, la del 2001? Comportamientos de este tipo contribuyeron a las caídas de Alfonsín, de la convertibilidad, a la salida del poder de Cristina Kirchner, que lo atribuía a una conspiración contra ella y no a un problema endémico, y ahora a la derrota de Macri. ¿Cuánto tiempo de buen gobierno -si tal cosa es posible en la Argentina- se necesita para cambiar esto?

Y como si esto fuera poco, el vacío de poder que se instaló en la Argentina el 12 de agosto empieza a generar otro tipo de presiones: enfrentamientos entre barras bravas, tiroteos entre diversos sectores sindicales, bloqueos de empresas muy poderosas como Aluar, o de avenidas como la 9 de Julio o de shoppings como el Paseo Alcorta. El viernes, una patota de UPCN rompió una puerta a patadas en medio de una protesta.

La Caja de Pandora se abrió una vez más. Son demasiados problemas. Es muy tentador atribuirlos todos a Mauricio Macri, mucho más cuando eso ya no tiene costo y se empieza a extender la enaltecedora costumbre de pegarle al caído. Entonces, el arzobispo de Salta le recomienda al Presidente en la cara que se lleve de su provincia "la cara de los pobres". ¿Quién gobierna Salta desde 1983? ¿Macri? El dueño de América TV denuncia a Macri por una supuesta extorsión que había ocurrido muchísimo antes de las PASO. ¿No correspondía hacerlo en el momento en que se produjo el delito? Está bastante claro que los problemas de la Argentina no se resumen en un solo apellido.

La silla del águila, aquella novela mexicana que hace diez años leía Macri, incluía otro párrafo que describe muy bien los cuatro años de su mandato y, probablemente, lo que le espera a Alberto Fernández. "Te ponen en el pecho la banda tricolor, te sientas en la Silla del Águila y ¡vámonos! Es como si te hubieras subido a la montaña rusa, te sueltan del pináculo cuesta abajo, te agarras como puedes a la silla y pones una cara de sorpresa que ya nunca se te quita, haces una mueca que se vuelve tu máscara, con el gesto que te lanzaron te quedas para siempre, el rictus ya no te cambiará en seis años, por más que aparentes distintos modos de sonreír, ponerte serio, dubitativo o enojado, siempre tendrás el gesto de ese momento aterrador en que te diste cuenta, amigo mío, de que la silla presidencial… es nada más y nada menos que un asiento en la montaña rusa".

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