Javier Milei, el liberalismo al revés

Guy Sorman (*)
Publicado en La Nación

De la misma manera en que el general Pinochet, al reivindicar el liberalismo económico, lo convirtió en ilegítimo, ahora estamos ante una situación similar, aún más peligrosa. Sabemos que el presidente argentino se presenta como el profeta de la doctrina liberal y que pretende aplicarla sin reparo alguno. Si logra sacar a la Argentina de su atolladero económico y político, habrá que agradecérselo; habrá demostrado que el liberalismo es la solución a la pobreza, la discriminación y la decadencia. ¿Y si fracasa? El liberalismo no se recuperará hasta dentro de una generación, el tiempo que tardemos en olvidar a este presidente extravagante.

Así que espero que tenga éxito, pero lo dudo. No por pesimismo, sino porque me parece que entiende el liberalismo al revés de lo que realmente significa. El liberalismo es ante todo una filosofía de la sociedad y de la historia. Parte de la base de que el individuo, gracias a su espíritu emprendedor y su sentido moral, es más capaz de hacer que progresen él mismo, su familia y la sociedad que el Estado. Pero, en ningún momento, ninguno de los grandes filósofos liberales, a excepción de algunas figuras marginales como Murray Rothbart, descarta el papel del Estado o ignora la historia o la existencia de la sociedad civil, siempre cargada de tensiones y contradicciones. Por lo tanto, un liberal reflexivo parte de la realidad y del reconocimiento de que, en los países, la mayoría no entiende qué es el liberalismo, no lo abraza espontáneamente y se inclina más por recurrir al Estado como protector supremo. Por esta razón, es prácticamente imposible ser elegido por sufragio universal con una plataforma estrictamente liberal.

La elección de Milei es una casualidad histórica, y aún no está claro si ha sido una suerte o una desgracia. Los argentinos que lo votaron querían ante todo expresar su hastío y su rechazo a un estatismo social ineficaz más o menos inspirado en la epopeya del general Perón. Milei ha sido elegido por defecto y no para aplicar al pie de la letra una doctrina liberal que solo conoce por haber hojeado algunos libros sobre el tema. Por lo tanto, el presidente argentino empieza con mal pie al imaginar que toda la población se adherirá a su visión fundamentalista, en la que el individuo ocupa todo el espacio, la “sociedad” no existe y se hace caso omiso del Estado. Ser liberal, estimado presidente Milei, es, ante todo, ser humilde. Y negociar con el fin de convencer a los adversarios de que se conviertan en socios para llevar a cabo una política razonable, progresista y no violenta.

Ese no es el camino que ha emprendido este presidente; su método es excluir a quienes no están de acuerdo con su visión fundamentalista. No sabe lo que significa negociar. Su fundamentalismo, justo lo contrario del liberalismo, se ve acentuado por su aislamiento; aparte de su hermana, adivina de profesión, ¿a quién consulta? Los únicos que le aplauden en la Argentina y en otros lugares (en la cumbre de multimillonarios de Davos, por ejemplo) son algunos oligarcas que creen pagar demasiados impuestos cuando, por lo general, no lo hacen.

En la práctica, las únicas medidas tomadas hasta ahora por el presidente han consistido en suprimir los subsidios a los productos de primera necesidad, sin los cuales los argentinos más humildes, es decir, más de la mitad de la población, no pueden sobrevivir. El único beneficio aparente de esta política de motosierra es reducir el déficit público y satisfacer las estrictas exigencias contables del Fondo Monetario Internacional, a la espera de una revolución social que eche al presidente de su cargo como sucedió con algunos de sus predecesores. Por supuesto, no estoy diciendo que debamos violar la Constitución argentina y deshacernos del presidente Milei. Mi esperanza es que vuelva a poner en pie el liberalismo partiendo de la sociedad tal como es, básicamente pobre, con la excepción de una élite cuyas considerables reservas están depositadas en bancos extranjeros. Si Milei tiene en cuenta la sociedad tal como es, la pobreza tal como existe, se preguntará entonces de qué manera se podrá reintegrar, paso a paso, a los más pobres en un mercado laboral que pague lo suficiente para garantizar la supervivencia de todos. Esto solo será posible fomentando el espíritu empresarial y la inversión extranjera, es decir, creando un clima jurídico tranquilizador y sostenible, y no añadiendo un desorden adicional al desorden heredado. Del mismo modo, la propuesta inicial del candidato Milei de sustituir la moneda nacional por el dólar era una teoría interesante, pero, aparte de que la abandonó, partía de un análisis falso al insinuar que el culpable de la inflación era el Banco Central. La verdad es que la inflación proviene de las demandas ilimitadas de financiación por parte del gobierno central y de las provincias. Doblegar la inflación no requiere, por tanto, proclamas teóricas, sino un replanteamiento de las instituciones del país, que no se ha acometido. Mientras los potentados de las provincias puedan derrochar sin reparar en gastos, los déficits se acumularán, la moneda colapsará y la inflación seguirá destruyendo a los más pobres.

Si Milei quisiera dedicar tiempo a entender el pensamiento liberal, debería ocuparse primero de las instituciones. Lo que reclaman los pensadores liberales desde el siglo XVIII (desde Adam Smith hasta Hayek) es una Constitución económica cuya fuerza jurídica y legitimidad moral sean equivalentes a las de la Constitución política. Al igual que una constitución política se basa en el orden, la ley y el respeto a los derechos humanos, una constitución económica liberal -que no existe en la Argentina- exigiría el respeto a la propiedad, el derecho a emprender y la estabilidad de la moneda, y castigaría las violaciones de estos tres principios. Por último, no existe una política liberal que no sea a largo plazo. Esto requeriría que el presidente Milei trabajara con sus adversarios para elaborar un plan cuyo calendario coincidiera con su mandato. De este modo, el pueblo argentino entendería por fin hacia dónde se le conduce, mientras que, por el momento, las políticas de Milei resultan incomprensibles para la mayoría. Peor aún, en los próximos meses se traducirá en sufrimiento popular y una exacerbación de las hostilidades sociales y políticas.

Por ello, esperamos que los líderes políticos, económicos, sociales, religiosos y culturales de la Argentina salven al presidente Milei de sus propios excesos. Salvar a Milei equivaldría a salvar al liberalismo. Equivaldría también a salvar a la Argentina y a garantizar que, en el futuro, el liberalismo no se vea en el continente latinoamericano como el invento diabólico de unos pocos economistas de cámara apoyados por plutócratas. El optimismo me obliga a creer que este liberalismo, si es moderado, planificado y a largo plazo, salvaría a la Argentina y se convertiría en un modelo para otros países sumidos en dificultades comparables. El realismo, por desgracia, me lleva a dudar de esta feliz perspectiva. Temo, pues, que la Argentina, después de haber pretendido probar el liberalismo, vuelva a la dictadura. Milei bien podría verse a sí mismo como un dictador, si nos atenemos a sus discursos revisionistas sobre el régimen militar de la década de 1970. Evidentemente, el liberalismo nunca se recuperaría.

 

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(*) Ensayista y periodista de prestigio internacional, Guy Sorman cursó estudios en la École Nationale d#Administration y la École des Langues Orientales. Se graduó en el Institut Etudes Politiques de París, donde enseñó economía entre 1970 y 2000. Dicta seminarios en universidades francesas y extranjeras. Ha publicado una veintena de libros, traducidos a varios idiomas, entre los que se cuentan La solución liberal, La revolución conservadora, El genio de la India, Made in USA, China, el imperio de las mentiras y La economía no miente. Es columnista de La Nación, Le Monde, Le Figaro, ABC de Madrid, The Wall Street Journal y diarios de Corea, Japón y Polonia. Fue presidente de la comisión de Planeamiento Estratégico del gobierno francés entre 1995 y 1997. Vive entre París y Nueva York. Es miembro fundador y presidente honorario de Acción Internacional Contra el Hambre.

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