¿De qué se ríe la hiena?

Por Luis María Serroels,
especial para ANÁLISIS DIGITAL

En política nunca está dicha la última palabra. Escrito está que cada comicio siempre otorga revancha y que los éxitos y fracasos de hoy pueden revertirse. Ha ocurrido y seguirá ocurriendo, pero su vigencia comprende sólo a los que, humilde e inteligentemente, saben razonar y digerir un fracaso, analizar las causas, revisar los errores y perfeccionar la parafernalia proselitista.

No es fácil lograr esa reversión, pero si estas tenidas electorales dan una nueva oportunidad es precisamente para ser aprovechada. Es una virtud del sistema que por eso sigue siendo lo mejor que la democracia puede ostentar como vía de libre elección y garantía de renovación o alternancia que sostienen la institucionalidad.

Aunque a muchos pueda molestarle, es bueno reflexionar cómo es posible que el peronismo otrora dueño de grandes triunfos y repetidos períodos de ejercicio gubernamental, haya llegado en algún momento del domingo 26 de abril de 2015 a esbozar expresiones de júbilo por haber recuperado presumiblemente el segundo lugar según el lenguaje de un escrutinio cuyos datos se prestan siempre a manipulaciones y festejos prematuros a cuenta de mayor cantidad.

La polémica se instaló de inmediato en una controversia dialéctica que tarde o temprano deberá clarificarse, porque de ello dependen cuestiones muy importantes a futuro. En una mesa de café se debatía como interrogante la gravedad de la caída de una fuerza que llegó ufanarse de situarse segunda en el podio y que en realidad estaba apenas alcanzando el tercer lugar. Pero además no basta con el sitio logrado, sino que debe estimarse cuántos votos lo distancian del triunfador.

El interrogante básico es: ¿quién fue el derrotado? ¿El peronismo o el kirchnerismo? El “peronismo no kirchnerista” –rótulo sui géris que desorienta pero que pretende diferenciarse del kirchnerismo que no es peronista- busca marcar diferencias y eludir responsabilidades. Lo que sí quedó claro es que el dedo de Cristina Fernández dista kilométricamente del célebre dedo de Juan Perón, que desde el exilio dominaba la política vernácula y disciplinaba su tropa. Sea cual fuere la matriz ideológica del actual gobierno, lo concreto e inapelable ha sido que dentro del propio poder hay quienes no optaron por el candidato estrella K (en una grilla con otros seis postulantes), en un distrito que ya parece definitivamente extraviado por el Frente para la Victoria.

Las cautividades en política son cosas pretéritas. En materia de agrupamientos, los neo, los seudo y los cultores de la especulación y las transfugaciones, sobreabundan. Existen dirigentes que todavía insisten en que en política el agua y el aceite pueden mixturarse, olvidando que los arreglos de ocasión siempre son un complicado rompecabezas.

Es que no se trata sólo de esta contingencia desfavorable que se procurará remontar el 5 de julio y en una eventual segunda vuelta dos semanas después, sino de auscultar las razones profundas del traspié. Pero además, estudiar si conviene insistir para la promoción proselitista con figuras que se conocen más por su ineficiencia y picardías que por sus méritos.

Los resultados registrados en Santa Fe y Mendoza le restaron trascendencia al más que previsible triunfo oficialista en Salta y de allí que los restantes comicios generen preocupación ante un hipotético efecto de arrastre que se necesita neutralizar.

Y aquí viene el meollo del asunto. Un alborozado jefe de Gabinete, con gran disposición a dialogar con el periodismo, trazó una muy bien elaborada lectura para destacar que se había recuperado el segundo puesto. Y la orden de hacer ruido no demoró en llegar desde la Quinta de Olivos, donde la rapidez, orden y despliegue exhibidos –nada improvisados por cierto-, mostraron que la logística estaba preparada y aceitada para logros mayores.

En el búnquer kirchnerista no supieron o no quisieron sustraerse a la algarabía que sólo se legitima cuando los números están asentados en actas incontrovertibles. Como decimos al principio, se salió a vender los pollitos antes de echar la clueca.

El círculo más estrecho de la presidente ha acordado acudir prestamente a celebrar victorias en donde éstas de registren. El pasado domingo y para una foto de circunstancia, lo hicieron precandidatos a suceder a Cristina, entre ellos el gobernador Daniel Scioli y su par entrerriano Sergio Urribarri (quien ya lleva miles de kilómetros recorridos buscando apoyos que no se reflejan en ninguna encuesta).

Fue precisamente Urribarri quien trazó una semblanza elogiosa de Mariano Recalde, hasta erigirlo en una figura con gran futuro. Pero esto ocurrió antes de conocerse la performance individual de cada candidato en la que el presidente de una empresa aérea fundida ocupó un sitio nada alentador. El silencio de CFJ fue atronador (perdón por el oxímoron). El mandatario provincial fue uno de los tantos engañados por un ignoto mal informante que les pasó supuestas cifras obtenidas a boca de urna.

Por ello buscamos –despojados de la más mínima irreverencia- apelar a la hiena, tratando de interpretar una reacción incomprensible al celebrarse con tanta euforia un resultado que era mentiroso y que, aunque fuese veraz, no ameritaba tanto bombo anticipado. El hombre promocionado hasta el hartazgo en las trasmisiones de Fútbol Para Todos, mostrándolo como un eficiente y exitoso administrador y conductor de Aerolíneas Argentinas a efectos de seducir a los electores, quedó cuarto. Es que la ciudadanía ha madurado lo suficiente para no dejarse engañar con bengalas de efímero destello. Porque además, el currículum del postulante como funcionario lo aleja de la confianza popular.

Una maniobra tan simple de ejecutar, puede adquirir una fuerza arrolladora para castigar a los responsables de desatinos políticos y enderezar el curso de la historia. ¿De qué hablamos? Simplemente del antiguo y querido sufragio.

Cuando los derrotados en cualquier situación o circunstancia salen a festejar, surge la pregunta: ¿De qué se ríe la hiena?

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