El presidente Mauricio Macri junto a su esposa y el obispo Cargnello en la fiesta del Milagro de Salta.
Por Luis María Serroels
Especial para ANALISIS
Si algo se le debe reconocer a ciertos prelados argentinos es su alta capacidad olfativa a la hora de analizar las mejores opciones y los momentos más oportunos para reactivar la fe –que según estudios recientes se ha ido perdiendo en vastos sectores- aunque a veces corriendo riesgo de achicar la mirada.
En ocasión de la celebración del Día del Señor y la Virgen de Salta –con asistencia del presidente Mauricio Macri y su esposa- y ante una multitudinaria grey católica (rebaño de fieles), el arzobispo salteño monseñor Mario Cargnello aprovechó la oportunidad para dirigir un discurso comprensible en su condición de pastor pero quizás errado en el momento escogido y en el manejo de las estadísticas que si bien no lo desmienten, quedaron cortas a la hora de elegir a todos sus destinatarios.
Cuando cerró sus palabras pidiéndole a su visitante “llévate el rostro de los pobres”, dejó en claro a quien responsabilizaba por el drama de los que tratan de sobrevivir caídos bajo esa línea inicua y degradante. Quizás le faltó pronunciar –aunque no estaban presentes allí-, alguna reflexión sobre los que saquearon el Estado mientras falseaban las estadísticas y hasta dejaron de registrar la pobreza para no “estigmatizar a los pobres”.
Extraña forma de un ministro de Economía para ser magnánimo con los segregados de la mesa familiar.
A esta altura es menester acercarse a las estadísticas y a la evolución de la pobreza en nuestro país. En el segundo semestre de 1982 se informaba que un 32% de los hogares del Gran Buenos Aires estaban bajo la línea de pobreza y otro 6,7% sumidos en la indigencia.
Durante todos los gobiernos siguientes y sin adentrarnos en los avatares políticos tan comunes en Argentina, los índices fueron fluctuando con altas y bajas entre el 14,6 %; 21%; 26,7; 38,4 (en mayo de 2003, 49,7 y entre 2003 y 2006 26,9%). Desde luego que todo está atado a las situaciones macro-económicas, turbulencias políticas, situación mundial y la colosal deuda con los acreedores buitres que comprometían fuertemente nuestras reservas reduciendo los fondos de libre disponibilidad.
Ello muestra que los la pobreza no fue un fenómeno exclusivo de un determinada administración, como parecería interpretarlo el arzobispo salteño.
Es útil recordar que desde 2007 se comenzaron a manipular las estadísticas y en 2013 el Indec dejó de publicar las que aludían al grado de pobreza. Todavía se recuerda la explicación del entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, por tan singular olvido, al afirmar que “no se quiere estigmatizar a los pobres”. En la segunda mitad de 2018 se midió un 32% de pobreza compatible con los índices de las últimas dos décadas, aunque no por ello menos lamentables. En julio de 2015, a cinco meses del arribo del nuevo gobierno, en nuestro país la pobreza alcanzaba un 28,7 por ciento.
La Unicef (oficina de la ONU para la infancia) y según su propio índice, reveló que en nuestro país 3 de cada 10 niños eran pobres y 1.100.000 vivían en la miseria. La franja de 0 a 17 años acusaba un 30,2 % de pobreza. Todo ello pese al crecimiento a “tasas chinas” de los últimos diez años. La “Metodología multidimensional de la pobreza sobre datos oficiales” generaba confiabilidad.
Las preocupaciones de la Iglesia por la pobreza devienen del fondo de los tiempos y no existe documento alguno que no ponga acento en este castigo inmerecido.
Pero frente a las declaraciones de monseñor Cargnello que en el fondo trasmiten los milenarios mandatos evangélicos, no sería nada irreverente preguntarle qué postura adoptó cuando explotó el fenómeno –hábilmente ocultado por la jerarquía eclesiástica- de la pedofilia en los institutos de formación sacerdotal y hasta en las mimas parroquias.
Así como Jesús habla mucho de los pobres (de allí nació la preocupación de Mario Cargnello ante Macri), también dijo que “cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que crean en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo-18:6). Parafraseando su frase “llévate el rostro de los pobres” dirigida al Presidente de la Nación, habría que preguntarle al prelado si a su diócesis llegó “el rostro de las pobres víctimas de pedofilia” enquistada en la Iglesia. Otra forma de pobreza mucho más dolorosa porque jamás se supera.
El condenado pedófilo Justo José Ilarraz (uno de los varios curas procesados en Entre Ríos) cometió sus abominables acciones en el seminario de Paraná, casualmente donde Cargnello cursó la carrera sacerdotal en épocas del Arzobispo monseñor Adolfo Servando Tortolo, confesor de Jorge Rafael Videla, el padre de la tragedia más grande sufrida por los argentinos.
Algo cercano a la sede del arzobispado salteño pero muy lejos de la doctrina elegida, se mantuvo protegido el abusador de seminaristas. ¿Qué condenas públicas salieron de boca del alto miembro de la Iglesia salteña? Vaya uno a saber. Esto lleva a reflexionar sobre el contenido de cuanto se afirma con compromiso evangélico y la falta de ello cuando no se dijo lo que se debió decir. Se desconoce que otra jerarquía religiosa le haya formulado personalmente en la cara a un mandatario, los conceptos de Cargnello.
Pregunta pertinente: ¿alguna vez le llevaron a Cargnello el rostro de las familias que creyeron en las promesas mentirosas de la casa propia hechas por Milagro Sala o los falsos Sueños Compartidos de Hebe de Bonafini? Sólo Dios está en todas partes pero ¿los obispos no leen los diarios?
Recuérdense las duras homilías del entonces Cardenal Primado Jorge Bergoglio durante los Tedeum en fiestas patrias que sonrojaban a los Kirchner hasta alejarlos de estos incómodos protocolos. Allí nació lo que se dio en llamar homiliofobia. Eran otros los tiempos. También las personas.