Por Luis María Serroels (*)
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) ostenta en su historia grandes actos de inmoralidad, autoridades empapadas de corruptela, enjuagues repudiables, arteras modificaciones reglamentarias en medio de la disputa de torneos para favorecer a una determinada institución frente a una inminente pérdida de categoría y ahora el embate contra un club –que podría ser cualquier otro- que optó por preservar la salud y la vida misma de quienes son los artífices del fenómeno deportivo más popular del mundo.
El hecho de que personajes ligados a entidades –instrumental o sentimentalmente- sean a la vez dirigentes de la entidad madre, no es una buena señal. El casi interminable turno de Julio Grondona –haciendo y deshaciendo a su gusto estatutos y reglamentos-, tuvo alumnos aplicados que heredaron su propedéutico con obediente y arraigado disciplinamiento. No para ingresar a una facultad sino para mandonear dentro de una institución en la que el tome y daca ha sido una práctica casi ancestral.
El tema central es determinar si frente a una pandemia de veloz avance (por la que han muerto miles de personas y el pánico paraliza), el sentido común y la protección de la salud (de la vida en realidad) puedan ser reducidos a un simple plano de mera opción personal.
¿Cómo aceptar que servicios considerados esenciales y prestaciones básicas hayan tenido que readecuar su funcionamiento, donde la totalidad de las prácticas deportivas en sitios cerrados o al aire libre hayan sido paralizadas con buen tino y hasta los templos permanezcan casi desiertos por suspensión temporal de su ancestral liturgia para evitar la trasmisión del Coronavirus, en el extremo del Cono Sur su majestad la AFA se niega a suspender la disputa de un torneo técnicamente cuasi pedorro, poniendo en peligro a sus principales protagonistas? Hasta los Vía Crucis se suspenden.
El veterano DT de Banfield, Julio César Falcioni, fue contundente en su lúcida reflexión: “Protegen al público y no a los protagonistas”. En buen romance, se obliga a los grandes actores (jugadores, técnicos, ayudantes, médicos, kinesiólogos, árbitros, jueces de línea y cuanta persona esté involucrada en este espectáculo), a salir a la cancha en un virtual remedo de ruleta rusa.
Si el gobierno impuso una cuarentena muy severa, donde millones de ciudadanos mayores de 65 años no podrán salir a la calle hasta el 31 de marzo y los que estén por debajo de esa franja etárea tendrán que observar precisas y rigurosas normas, amén de la paralización de clases en todas las escuelas del país ¿qué leyes supra terrenales están autorizados a imponer desde la calle Viamonte de la Capital Federal? ¿Qué sensibilidad y buen criterio tienen ciertos dirigentes de clubes que quieren continuar una competencia que ellos miran en palcos seguros o siguen por TV, en tanto sus jugadores altamente cotizados en dólares y con erogaciones mensuales y premios nada desdeñables enfrentan el potencial ingreso a su cuerpo del COVID-19 como está ocurriendo a futbolistas compatriotas en otros países?
La muy estrecha distancia que separa a ambos contrincantes por ejemplo cuando aguardan un tiro de esquina –hace mucho tiempo ya que los toqueteos en el área son admitidos por los árbitros-, es un factor de alto riesgo. Cuando dos adversarios confunden sus cabezas con el balón y quedan sangrando ¿no ha habido acaso un extremo acercamiento propicio para un eventual contagio?.
¿Quién o quiénes tienen facultades para sancionar casi despiadadamente a dirigentes que actúan en salvaguarda de la salud de sus jugadores que en caso de contagiarse trasladan el virus a su círculo familiar y social?. Es de esperar que prime la inteligencia y la sensibilidad. Hasta en el Poder Judicial se ha impuesto una prudente medida de cese con guardias especiales, pero con la AFA no se juega, por más que en el resto del mundo el fútbol esté parado. El Presidente de la Nación acepta que se juegue pero a puertas cerradas para el público (pero no para el Coronavirus).
(*) Especial para ANALISIS