El deber colectivo de evitar el COVID-19

coronavirus

Por Luis María Serroels (*)

Tiene mucho de verdad de Perogrullo pero resulta válido insistir en que tras el retiro –porque deberá ocurrir inexorablemente- del intruso que desembarcó en el mundo sembrando inquietud, pánico, muerte y dolor, identificado por los científicos como COVID-19, ya nada podrá ser igual. Duras pero siempre útiles lecciones quedarán asentadas en el orbe, con mayor o menor dimensión del daño pero –como resultante positiva- quedará sellado el valor inconmensurable de la solidaridad.

Las noticias nos dan cuenta de que aún no ha llegado lo peor pero quizás sirva revisar cuánto hemos aprendido por estos días lo que significa prevención, disciplina, obediencia al orden colectivo y a las responsabilidades inexcusables. Quien se cuida a sí mismo evita infectar a los demás y ello entraña un deber familiar y social (aquí no se debe diferenciar porque todos en definitiva formamos parte de ese gran hogar común que es la tierra).

Revisando la historia del mundo hallamos que entre los años 165 y 180, se produjo la denominada Peste Antonina (en el Imperio Romano tras retornar sus tropas de Oriente), que causó 5.000.000 de muertos y –siguiendo con las más aciagas- la Plaga de Justiniano (541-542), también en dicho imperio, que arrojó entre 30 y 50 millones de víctimas fatales. Cada habitante quedaba librado a los designios de Dios. Siempre es justo revalorizar la aparición de ese milagro denominado vacuna y rendirles gratitud a sus porfiados descubridores por tan inmenso servicio a la humanidad.

La nómina maldita sigue: Viruela (1520): 56 millones de muertes en Europa; Gripe Española (1918-1919) que mató entre 40 y 50 millones y la denominada Peste Negra, que entre 1347 y 1351 envió a la tumba a 200 millones de seres humanos. Hay más pandemias con más bajos guarismos pero no por ello menos fatídicos. Lo más cercano en nuestro tiempo fue la aparición en 1981 del SIDA (Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida) identificado con una cepa específica aparecida en Leopold Ville (República del Congo). Hasta ahora se le contabilizan 25 a 35 millones de muertes no obstante existir maneras seguras de prevenirlo (fuente de datos numéricos: Infobae-26 de marzo de 2020).

Así las cosas, todos los habitantes de la tierra seguimos pendientes del avance y evolución del mal y de las vías utilizables para protegerse del Coronavirus, con acciones de ineludible cumplimiento y confiadas a la más rígida disciplina ciudadana. Todo ello con la esperanza de que surjan ansiados logros de encumbrados experimentadores de reconocimiento internacional.

Revisemos algo de la reciente historia. Cuando el mundo se aprestaba a recibir el nuevo año, ¿qué terráqueo podría imaginar que lo que el Gran Nostradamus habría vaticinado en el siglo XIV podría suceder precisamente a pocas semanas de arribado el 2020?  

Lo cierto es que esa predicción (suponiendo que fuera seria) se hizo realidad sometiendo al espanto a miles de millones de habitantes de distintas naciones.

Tras el impacto inicial llegado desde China llegó la toma de conciencia y como expresión insoslayable esa virtud de la solidaridad que asoma frente a uno de los más severos desafíos de la historia contemporánea.

Dos factores emergen de la sensatez: la lucha desesperada contra un enemigo oculto que desafía la supervivencia humana y el milagro que hizo emerger multitudes de voluntades para la acción conjunta. Se está ante un fenómeno cuya respuesta no contó con un banco de pruebas sino que hubo que montarse en la improvisación y aferrarse a la imaginación, la capacidad creativa, el espíritu de servicio, la fuerza de mando y el orden para diseñar políticas y mantener la debida serenidad. Así se llegó a encaminar una estrategia común con todos los elementos técnicos y humanos disponibles. No se trata de un simulacro anti pandemia, sino de la pandemia misma a la que se enfrenta minuto a minuto. 

Todo se ha venido realizando con el mayor cuidado posible, sobre un plan que de lo que menos disponía era tiempo y cuyo enemigo sigue siendo artero. Una tarea diseñada y ejecutada contra el tiempo pero con gran decisión, recursos humanos y tecnología disponible.

En nuestra provincia, desde las más altas jerarquías gubernamentales para abajo, fuerzas de seguridad y profesionales de la medicina en todas sus ramas y ciudadanos de a pie bien nacidos, que no se escudan en encierro alguno al momento de “ir a las cosas” (como dijera José Ortega y Gasset) dan testimonio  de responsabilidad  probada en combate, apuntando al resguardo de la salud colectiva. Nada los arredra a los hombres y mujeres de cualquier nivel bajo un solo compromiso: enfrentar un mal traicionero.

Es difícil eludir ciertos hechos políticos pero está a la vista que el presidente Alberto Fernández se ha cargado la gran tarea de galvanizar todas las potencialidades de la Nación para enfrentar el temible COVID-19. No es una tarea sencilla y se la está desarrollando con mucho cuidado sin perder detalle alguno.

Un problema podría llegar a ser su agotamiento físico, sólo atenuado por una adecuada distribución de responsabilidades. No ha dejado de llamar la atención la ausencia de la vicepresidenta Cristina Fernández del escenario donde se adoptan las grandes decisiones. Ella no es una suerte de convidada de piedra sino la presidenta alterna y como tal debería asumir un gran compromiso ante eventuales situaciones. Dicho más claro: estar al tanto de los avatares propios de semejante jerarquía. Esto no es opcional sino obligatorio en caso de las previsiones del art. 88º de la Ley Suprema.

Parecería confirmarse en el horizonte político un aplacamiento funcional o deserción voluntaria, traducido en la falta de exposición pública y un sorprendente por inédito bajo perfil. El enésimo  viaje a Cuba –esta vez para traer de regreso al país a su hija Florencia- se produjo en momentos de duras restricciones impuestas a los ciudadanos de a pie. Además, el sometimiento a la cuarentena no depende de los gustos personales de cada uno sino del peso de las normas que valen para todos (y todas).

Sería injusto no resaltar la tarea de una empresa paranaense y bioingenieros surgidos de la Facultad de la UNER que funciona en Oro Verde y que tan bien ganado prestigio internacional ostenta, que desarrollaron un sistema de desinfección mediante lámparas de luz ultravioleta, que elimina el virus COVID-19 tanto en el aire como en superficies. Un aporte que merece el debido reconocimiento.

(*) Especial para ANALISIS

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