Por Luis María Serroels (*)
“El que tiene plata hace lo que quiere”. Añejo dicho que se enfoca en el que tiene mucho dinero. No importa de qué manera se lo haya obtenido. Pero el sólo hecho de enfrentarse con los intereses colectivos por razones superiores, no hay plata que pueda subvertir leyes destinadas a enfrentar peligros tan tremendos como una pandemia. Un ejemplo la dan las peligrosas “fiestas clandestinas”. ¿Cuántas multas podrán soportar sus organizadores? ¿Por qué no probar con unas horas de calabozo?
Usted podrá hacer lo que le plazca con sus capitales bien o mal acumulados. Pero ante el riesgo de atacar al bien común, no hay forma de avasallar al ciudadano indefenso. Nadie puede exhibir su libertad individual en tanto embiste la libertad de otros.
Al iniciar el mes de mayo último, abordamos en estas páginas advertencias sobre la desobediencia de normas establecidas y que llevaron a intervenir al personal policial para evitar y/o reprimir las “fiestas clandestinas”. El tiempo fue demostrando que no hay disciplinamiento que valga y a diario se han venido denunciando (por medio de actas) reuniones llenas de vocinglería pero escasas de responsabilidad y sentido común.
La denominada Ordenanza anti clandestinidad Covid, busca disuadir a la población en cuanto a la realización de estos encuentros vedados y así proteger la salud de los paranaenses.
Dispone que el dinero producto de la aplicación de las sanciones económicas “será destinado para la compra de equipamiento médico e insumos para la prevención y asistencia sanitaria; como también para el Fondo de Emergencia Económica que ha dispuesto el Gobierno Municipal y que consiste en una línea de créditos a tasa cero dirigido a empresas o trabajadores independientes impedidos de ejercer plenamente la actividad debido a la pandemia”.
El párrafo se refiere a que “quienes sean sancionados quedarán excluidos del listado de proveedores de la Municipalidad de Paraná, siendo el juez de Faltas quien tendrá la facultad de evaluar la participación que mantuvo cada persona en la realización de este tipo de eventos”.
No pocos se preguntarán sobre aquellos que gozan de altos recursos y por ende no les molestarán demasiado sus sanciones. Es que el peligro de la visita del Covid está en todos los lugares del mundo. En tal caso no sería descabellado adornarle su tozudez con algo más que una multa: un día de detención para disuadir a los obcecados, testarudos y atrevidos.
Nadie puede reclamar su libertad individual cuando peligra la colectiva. Ese bien colectivo siempre estará por encima de intereses individuales.
No es fácil entender a aquellos que desafían un fenómeno que ya lleva la vida de miles de seres humanos y cuya trasmisión, silenciosa y letal, ha conmovido a 7.500 millones de habitantes de la tierra.
La clandestinidad cree que la plata puede comprar todo y derribar obstáculos. ¿No sería correcto legislar para que aquellos que todo lo obtienen con el patrón dinero, sea ingresado a una cárcel?
Miles de hombres y mujeres que están ofrendando sus servicios en la lucha contra un virus letal (incluso sus propias vidas), merecen ser respetados por su entrega incansable. ¿Es justo que imbéciles carentes de todo sentido común se reúnan en jolgorios irresponsablemente?
Nuestra Municipalidad capitalina ha decidido encarar la guerra contra los irresponsables (que los hay). Las fuerzas de seguridad han debido dedicarse a operaciones que las desvían de lo específico, sólo porque no pocos divertidos interponen irresponsablemente la adoración del Dios de la “clandestinidad”.
Al cierre de esta columna (viernes 11 de junio), el país registraba 4.066.156 de contagiados; 83.941 muertos, en tanto recuperados 3.639.402. Ello lleva a recapacitar a quienes creen que ningún derecho es absoluto y la defensa de aquello que es lo mejor que tenemos: la vida.
(*) Especial para ANALISIS