Por Luis María Serroels (*)
Desde el día en que se confirmó el binomio del Frente de Todos (mayo de 2019), sólo un puñado de distraídos creyó en un gran plan revolucionario y reivindicador.
No es cómodo desilusionarse en tanto se advierte que siempre se persiguió manosear la Carta Magna en la búsqueda de impunidad: una especie de “operación trampa”.
Cristina Fernández supo que al final se trataría de una especie de marioneta fácil de articular y que saldaría las ofensas de diverso calibre que le profirió por medios públicos. Las palabras injuriantes que Alberto Fernández desgranó ante el país, se dejaron de lado y lo transformaron en el nuevo redentor a partir de que ambos tenían aguardando dos mullidos sillones con historia (uno en la Casa Rosada y el otro en el Templo de las Leyes).
El problema se fue agravando en tanto el presidente no acertaba lo que significa ser un auténtico primer magistrado con todas las letras y a la par la sucesora eventual manejaba las riendas del poder. Entre medio, las aspiraciones “por si las dudas” del presidente de la Cámara Baja, Sergio Massa, que pretendía obrar como pacificador (otro de los que llenó con diatribas al matrimonio Kirchner y exhibió luego un amansamiento por necesidad política y alineamiento práctico).
Cuando los escaños empiezan a temblar con destino de reemplazo, ha llegado el momento de rendir cuentas. El modo en que ciertos “jeques” del kirchnerismo buscan salvaguardar sus parcelas, no es sencillo.
El otrora triunfalista gobernador de Buenos Aires, ha debido suspender sus aspiraciones presidenciales como resultado de los guarismos electorales de las PASO.
No obstante, Axel Kicillof, el ministro de Defensa Jorge Taiana y la candidata del Frente de Todos, Victoria Tolosa Paz, botaron una lancha de la Armada carente de motor y de hélice (si hay algo de lo cual no se puede retornar, es del ridículo). Se trata de una Lancha de Instrucción para cadetes de la Armada “Ciudad de Ensenada”. Simón Bolívar lo definió: “De lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso”.
En otro orden, no es en vano recordar que “a las 23.10 del 17 de octubre de 1945 ante una multitud que colmó la Plaza de Mayo, Juan Perón salió a un balcón de la Casa de Gobierno brindando un discurso histórico a la multitud y entre sus partes prometió seguir con la defensa a los trabajadores y les pidió que volvieran a sus hogares”. Pronunció una pieza que quedaría como promesa reivindicatoria y que se respetara su voluntad. La movilización del histórico 17 de Octubre tuvo dos efectos inmediatos: por una parte forzó a Perón a retornar a la lucha política y por la otra incidió en el Ejército a su favor (en especial el ala que se le había opuesto).
El 24 de febrero de 1946 se realizaron las elecciones en las que se impuso la fórmula Perón-Quijano que obtuvo el 52,84% de los votos, con una diferencia de sólo 280.756 con la Unión Democrática. Los diputados Eduardo Colom, Cipriano Reyes y Carlos Gustavo Gericke propusieron que sea el 17 de Octubre declarado Día del Pueblo. Hoy se lo denomina el Día de la Lealtad.
Recordando esta gesta el kirchnerismo descentralizó los espacios con vista a la campaña cercana. Pero el hecho de la dispersión de los encuentros le restó brillo. Entre los faltazos fue el más remarcado el del Presidente de la Nación y la vicepresidenta, mientras se busca “lealtad” y “unidad” en víspera de las elecciones, precisamente cuando se trata de remontar una diferencia que los encuestadores no satisfacen en la medida que desea el oficialismo.
En la concentración de la Plaza de Mayo dejaron al trasluz la dispersión K pero además el enojo contra figuras carentes de simpatía. No obstante hay elementos que no suman sino que restan. La presencia y las palabras de Hebe de Bonafini –cargadas de encono- y Amado Boudou no se compadecen con la unidad imprescindible para amalgamar más que aceptables resultados en las urnas.
Otro sí decimos: promediando la semana se supo que la DAIA decidió apelar el fallo vinculado con el sobreseimiento de Cristina Kirchner en la causa por el pacto con Irán. La intervención de la Cámara de Casación tiene la palabra, pero hay una frase repetida que sostiene que no se puede determinar si hay o no delito en tanto no hay juicio.
(*) Especial para ANALISIS