D.E.
Esos ideólogos y ejecutores, fueron los mismos que en tiempos de la última dictadura se encargaron de filtrar lugares en Paraná, prestarse a las órdenes del sangriento Batallón de Inteligencia 601 como “meros civiles” de bajo perfil, que mostraban una cara, pero que en la oscuridad se transformaban y les salía espuma por la boca cuando se enteraban que se llevaban preso a aquél jovencito estudiante que peleaba por ideales. Quizás hasta podía ser alumno de alguno de ellos; tal vez hasta no lo iban a ver nunca más, pero nada importaba; ellos cumplían con esa nefasta misión de delatar, en nombre de Cristo, la sagrada familia y monseñor Adolfo Tortolo, ese vicario castrense que tanto mal le hizo a Paraná, que era feliz confesando al dictador Jorge Videla.
Los mismos; los que delataban; los que organizaban milicias civiles y ultracatólicas; los que en medio de una noche pegaron los afiches contra el supuesto aborto. Los que se encargaron de organizar la presencia numerosa de católicos fornidos y dispuestos a todo, delante de iglesias y capillas, pese a que había todo un operativo policial que tenía esa función. Pero ellos siempre fueron tanto o más policías y soldados que los propios uniformados.
De esos nefastos personajes poco se acuerdan por estos días, en que únicamente pareciera que se debe hablar de las pintadas, la basura y los desarreglos provocados por un grupo minoritario de mujeres, con los más variados epítetos y descalificaciones. Quizás no es conveniente hablar que en el encuentro se debatió también sobre la trata de personas, en una provincia donde se siguen prostituyendo menores. ¿Alguien leyó algún comunicado al respecto, en estos últimos años, mostrando preocupación? Tampoco fue conveniente recordar que otro tema de debate fue la violencia familiar; tal vez porque los tocaba muy de cerca, en una ciudad donde las mujeres golpeadas de sectores medios y altos de la sociedad nunca radican la denuncia por eso de la “cuestión social” y de seguir escondiendo la basura bajo la alfombra, para cuidar el apellido y las buenas costumbres.
Esos mismos de las guardias pretorianas de cartón que deambularon por escuelas, tratando de infiltrarse; que se instalaron y exhibieron su prepotencia, su intolerancia, en la puerta de lugares religiosos; que les gritaron barbaridades a jóvenes y no tan jóvenes que hace tiempo luchan por una sociedad mejor, más comprometida y solidaria, son los que también se rasgaron las vestiduras por pintadas -muchas de ellas cuestionables-, basura acumulada y algún que otro semidesnudo artístico para protestar. Al fin de cuentas, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno y seguir apostando al odio. Es, ni más ni menos, lo que siempre supieron hacer.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
