Federico Malvasio
(Especial para ANALISIS)
Es más lo que se dice que lo que se sabe. Pero lo que se dice es tan oscuro como lo que se sabe. La muerte de los padres de Leandro Fornero abre otro capítulo en la saga del homicidio que terminó con la muerte del joven. El hallazgo de los cuerpos sin vida de Marta Noaco y Héctor Fornero, este domingo, despertó muchas inquietudes e interrogantes. La forma de tan lamentable desenlace, si bien es materia de la psicología, no deja de abrir nuevos escenarios en la enmarañada causa judicial por la muerte del joven.
En muchos sectores judiciales, policiales y hasta personas cercanas a la familia dan por sentado que se trató de un “pacto suicida”.
Los elementos para llegar a tal afirmación son propios de las primeras lecturas: estaban los dos muertos en una misma habitación; una de las víctimas en la cama, otro, en sus proximidades; sin rastros de violencia en los cuerpos y todos los objetos del dormitorio se encontraron en su lugar. A todo esto, con razón, se le suma la lógica consternación que cualquier padre puede tener en esa situación. Las primeras imágenes registradas en el domicilio de la calle Monteverde dieron inicio a un relato ya conocido: la falta de justicia. Los comentarios en el barrio, luego en el velorio y finalmente en el entierro dejan poco margen a otra lectura que no haya sido de mutuo acuerdo de los padres para “dejar de sufrir” ante semejante dolor y escasas respuestas por parte de la Justicia.
Un recorrido por la historia de Héctor permite hacer una lectura diferente y llegar a otras conjeturas ya que, en definitiva, es casi imposible alcanzar la verdad respecto a lo que sucedió el último domingo en la casa de los Fornero. El hombre de 65 años sufría brotes de depresión, que luego de la muerte de su hijo se profundizaron. Personas que lo conocieron en lo cotidiano y hace ya varios años sabían de los problemas psicológicos que solía tener. Siempre sin violencia, destacaron. ANÁLISIS confirmó un dato que puede configurar la idea sobre el acto de su vida.
Hace unos 10 años, el padre de Leandro estuvo internado en el Hospital Antonio Roballos por intento de suicidio. Algunos allegados describieron al hombre como una persona que, pese a sufrir de depresión, era una persona sociable. Por el vecindario lo reconocían como “un buen tipo”, excepto un vecino con el que mantenía un largo enfrentamiento que terminó en denuncias cruzadas. Este punto no es aleatorio en la historia.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
