Historias de curas abusadores

Edición: 
1027
Anticipo del libro

Por Mauro Szeta

Muy nenas para ser víctimas, muy chicas para ser doblegadas, muy solas para enfrentar semejante estructura de poder: Marina, Florencia, Yamila, Victoria y Jésica (nombres ficticios creados para la causa judicial) fueron “las elegidas” del cura Napoleón Sasso. Seleccionadas en un plan artero y descomunal, las nenas, salidas de la calle y con hambre, fueron víctimas de los peores tormentos sexuales. Todas tenían menos de 13 años, algunas bastante menos, una de ellas empezó a ser abusada a los 6 años y otra a los 8. El escenario del drama fue la capilla San Manuel, en La Lonja, partido de Pilar, provincia de Buenos Aires. El escenario de los ataques, cualquier recoveco. Las abusaron en la habitación personal del sacerdote, en el escritorio, en el depósito de Cáritas y en el baño. Cualquier sitio servía para las arremetidas del demonio disfrazado de cura. La mecánica era siempre la misma. Tras los abusos, llegaba la amenaza, la orden: “Si hablás, la van a pasar peor vos y tu familia”, les advertía. Así, durante un año y medio, el cura Napoleón Sasso convirtió su capilla en el teatro de operaciones de su faena de abusos. Antes de que esto pasara, cuando Sasso le contó a los suyos que tenía “problemitas” mentales, cuando las señales de alerta pederasta eran claras, sus superiores lo habían mandado a que realizara un tratamiento, como si se tratara de un “enfermito” curable y nada más. Un dato no menor: el tratamiento se realizó intramuros, en la institución llamada DomusMariae, para que nada se ventilara afuera. DomusMariae era una especie de casa de rehabilitación destinada a los curas en crisis, cuya sede estaba en la localidad de Tortuguitas.

Bajo el rótulo de “crisis”, allí hospedaban a los sacerdotes degenerados y dictaban y diagnosticaban sus propios estándares de tratamiento. La “Casa de María” (tal su traducción al castellano) fue creada en 1991 como una Asociación Privada de Fieles, bajo el cobijo del obispado de Zárate-Campana. A la luz de lo expuesto por el caso Sasso, su sistema de rehabilitación se consideró de dudosa calidad. Tenía más características de refugio que de un sitio de recuperación y penitencia. Y algo peor aún: estaba determinado que lo que se hablara en DomusMariae se quedaba solo allí y no había obligación de denunciarlo en el mundo jurídico y real. Para decirlo clarito, el lugar albergaba curas pedófilos; los encerraba, los protegía, pero no los denunciaba. En la carta de presentación que enviaban a distintos arzobispos DomusMariae se presentaba como“una obra que se dedica a la recuperación de todo sacerdote, sea del clero, o religioso, esté en ejercicio del Sagrado Ministerio, o haya salido de éste, que esté pasando dificultades tales que vuelvan ineficaz (cuando no, deletérea), su acción apostólica sacerdotal”.

“La DomusMariae está formada por sacerdotes y por familias consagradas que nos dedicamos, cada uno, en distinto grado, a la ‘atención-recuperación’ de los sacerdotes que vienen con sus problemas a cuestas (…). La nota característica de la ‘Domus’ es la vida en familia: el sacerdote tiene su departamento exclusivo, cama, escritorio y baño privado, pero todas las comidas son en la ‘casa grande’ compartiendo la mesa con una familia concreta (un papá, una mamá y sus hijos) que le recrea, desde el inconsciente, la realidad de su familia”, agregaban. Lo más importante y llamativo puede leerse en este tramo de su publicidad interna: “en la ‘Domus’ estamos convencidos de que el único que sana, el único que obra la sanación interior del sacerdote, es el Señor”. “Desde los primeros sacerdotes que llegaron a la ‘Domus’ hemos podido comprobar que, cuando el sacerdote 1) viene a la Domus por su propia voluntad, 2) reconoce su problema, 3) pone todo su esfuerzo colaborando plenamente con el equipo, se reencuentra verdaderamente consigo mismo, con su historia personal y familiar, llegando a asumirla de manera nueva, y hace el duro, pero tan necesario, proceso del perdón; se reencuentra con un renovado fervor con Jesús, que siempre lo recibe como a un hijo predilecto. Entonces, termina reencontrándose así con su sacerdocio y con su comunidad, a la que volverá con nuevo fervor y fuerzas nuevas”.

(Más información en la edición gráfica número 1027 de la revista ANÁLISIS del 27 de agosto de 2015)

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