Claudia Martínez
(Especial para ANÁLISIS)
La Plaza Alvear, a pesar de ser un barrio de negros, tiene color y bandera italiana. El instituto Michelángelo y la Sociedad Italiana tienen su espacio y su lugar en esa plaza ubicada entre Laprida y Buenos Aires de Paraná, para celebrar cada tanto, todo lo relacionado con una gran comunidad que le toca dirigir en suerte a Horacio Piceda.
Piceda es vehemente como todo aquel al que le corre la sangre italiana por las venas. Fue vicecónsul de Italia en Paraná del 2011 al 2017. “Como honorario —aclara—, porque nunca cobrás un peso”. Su tarea era representar a Italia. Si un italiano va preso, por ejemplo, tiene que actuar el vicecónsul.
Le tocó actuar en muchos casos insólitos. En uno de ellos conoció a quien estaba en ese momento al frente del área de Seguridad Vial de la Policía de la provincia: el comisario Maslein. “El caso fue de unos italianos que venían recorriendo América y Estados Unidos. Viajaron por varios países hasta que llegaron a Chile, a Punta Arenas. Viajaban en un motor home y no los dejaron pasar por la provincia porque les faltaban unas bandas refractarias en los costados. Era un matrimonio de 60 años y una señora de 80 años que estaba con la familia. Hablo con la policía y digo “váyanse que hablo con la gente” y ellos se negaron. Fue una situación bastante violenta. Eso me dio la oportunidad de conocerlo a Maslein, que los ayudó a estos italianos. Los hice estacionar frente al CAE en la Costanera Baja y fuimos con la policía, después de solucionarles las cosas, amasaron la pasta y me invitaron a comer en su casa rodante. Llamaron a la Embajada y de allí los mandaron al vicecónsul –o sea a mí- cuando ocurrió el hecho”, afirma y recuerda ese trámite que le tocó hacer un caluroso día de enero.
Horacio nació en Buenos Aires, en Capital Federal, se crió en el norte de Santa Fe y estudió abogacía. Pero su primera infancia transcurrió en un pueblo que se llama San Antonio de Obligado, “ese pueblo fue un reducción indígena cuando la conquista del Chaco”, aclara.
—¿Cómo vino a parar a Paraná?
—Estuve en mi pueblo hasta los a los 11 años. Fui a hacer 6° grado al Colegio Salesiano de Rosario, pero al año siguiente no recibían más pupilos. Entonces me fui a hacer el secundario al colegio de San Justo, a 300 km de mi pueblo. Estaba en una pensión. Eso me dio una posibilidad de crecer. No tenía papá y mamá. Y eso me ayudó a crecer con muchísima libertad. A los 17 años me recibí de maestro normal.
Piceda hizo de todo para poder mantenerse en la vida. Trabajó como maestro normal en el campo, hasta que entró a trabajar en un banco. Pero lo declararon cesante durante la dictadura. Trabajó entonces como maestro de campo hasta que de pronto, a los 32 años, fue gerente de un banco en Santa Fe. Su empleo en el sector financiero y luego en otro banco generó que viniera a Paraná.
(Más información en la edición gráfica número 1071 de la revista ANALISIS del jueves 23 de noviembre de 2017)
