¿Qué te puedo cobrar, Guzmán?

Al país le haría muchísimo mejor una buena foto de Macri con Cristina firmando acuerdos, más que una de Tío Alberto con Macron tocando la guitarra.

Al país le haría muchísimo mejor una buena foto de Macri con Cristina firmando acuerdos, más que una de Tío Alberto con Macron tocando la guitarra.

Por Alejandro Borensztein (*)

 

Puede parecer mucho, pero 300.000 palos verdes no es para andar haciendo tanto espamento. De hecho, contrariamente a lo que todo el mundo cree, el tema de la deuda no es el principal problema de nuestro país. Ni siquiera debería estar en el top five de los hits argentinos.

Sin embargo, hace semanas que no se habla de otra cosa y se ha instalado la idea de que el futuro de todos nosotros depende de la negociación que lleva adelante el gobierno argentino con los fondos de inversión, los bonistas y el FMI.

El gobierno no duerme. No paran. Viajan por todas partes, le piden favores a cuanto personaje con sotana se les cruza, se sacan fotos con cualquier funcionario extranjero que los invita a tomar un cafecito y cada vez que Kicillof​ se sale del libreto y mete la pata le pegan tres cachetazos y le hacen la gran Moe, como a Curly.

Sin embargo, lamento informarles muchachos, la cosa no es por ahí. Créanme que han tomado el camino equivocado.

Si no le debiéramos un solo mango a nadie la Argentina tendría el mismo quilombo que tiene ahora y lo estaríamos justificando con cualquier otra excusa.

Para ser más claros. Cuando un desocupado con fama de vago debe un millón de mangos, el problema no es la guita que debe sino la falta de laburo y la mala reputación que se ganó con los años, razón por la cual ya no lo contrata nadie. De todos los problemas que tiene el pobre tipo, la deuda es lo menos importante. La realidad es que ni siquiera la va a poder empezar a pagar, a menos que cambie radicalmente, se haga querer y consiga laburo. Ese es su gran desafío.

Con los países pasa lo mismo. En nuestro caso, la deuda no es más que la contracara de un ispa que necesita manguear para vivir, básicamente por las mismas dos razones que ya todos conocemos de memoria:

1) Gastamos más de lo que podemos.

2) El rotisero factura un lechón cada cuatro que vende (obviamente, quien dice rotisero también dice industrias, comercios, profesionales varios, etc.).

Cualquier tachero de Buenos Aires sabe de memoria el cuentito: la deuda ha servido siempre para cubrir el déficit que es hijo del exceso del gasto (y sobrino de la evasión), el gasto sólo se resuelve con austeridad y crecimiento, el crecimiento sucede cuando hay inversión y la inversión requiere de un insumo principal: la confianza. Si no hay confianza, no te salva ni Trump ni Macron ni el Papa​ ni nadie.

O sea, el tema de fondo no es la deuda. De hecho, no sé porque hacen tanto lío por 300.000 palitos verdes si total no los vamos a pagar nunca. Igual que el desocupado.

Solo estamos discutiendo si la dejamos de pagar por las malas o la dejamos de pagar por las buenas, consiguiendo un pedal a cambio de promesas que nunca cumpliremos. Como siempre.

A lo sumo, pagaremos algún puntito de interés en el camino como para que el papelón no sea tan grande. Más que ese hueso no les vamos a tirar. Lo sabe el gobierno, lo saben los acreedores, lo sabemos todos.

Siendo que el verdadero problema es la confianza, para conseguirla hay sólo dos caminos posibles:

1) Portarse bien durante 30 años seguidos (tachala, esta opción no es para nosotros).

2) Hacer acuerdos políticos entre aquellos que jamás harían un acuerdo político. La verdad, a esta altura de la vida, ya deberían darse cuenta de que no les queda más remedio que acordar algo.

En otras palabras, al país le haría muchísimo mejor una buena foto de Macri con Cristina firmando acuerdos sobre cuatro o cinco asuntos básicos, más que una de Tío Alberto con Macron tocando la guitarra.

Mientras no haya acuerdos, no hay ninguna posibilidad de que esto termine bien y la inmortal máxima del “Turco” Asís se seguirá cumpliendo religiosamente: “En Argentina todo termina mal”.

Nada debería ser más importante que lograr que nuestros principales dirigentes se saluden como personas normales y firmen un plan que incluya asuntos tales como cuales son los sectores que vamos a impulsar, cuales son los que no nos interesan, que garantías le vamos a dar a los capitales, cuáles a los trabajadores, que normas jurídicas se mantendrán a rajatabla, etc. etc. etc. No es tan difícil.

A Macri lo veo más predispuesto para eso, sobre todo ahora que ya se debe haber dado cuenta de que al final Durán Barba​ era un pelotudo. Y Ex Ex Ella se podría dejar de joder de una buena vez con sus delirios y hacer un esfuercito, vamos.

A propósito, se dirá ¿Ex o Exa? Otro tema para la Real Academia Española que en el fondo ya debe tener los huevos llenos de nosotros.

Alguna vez Richard Nixon fue capaz de viajar a Moscú y acordar asuntos cruciales con Leonid Brezhnev, o a Pekín y hacer otro tanto con Mao. Y el líder egipcio Anwar el Sadat se atrevió a viajar a Jerusalem y sellar un acuerdo de paz con Israel que dura hasta hoy.

Mientras tanto nuestros inútiles no son capaces de acordar entre todos un plan básico que aclare si vamos a fomentar el turismo, la pesca y la energía o si vamos a proteger a cuatro vivos que arman celulares en Tierra del Fuego. No es tan difícil, macho.

La secuencia tiene una lógica simple: primero se elabora un plan, luego se hace el gran acuerdo político que le da respaldo, así generamos la confianza, la inversión, el crecimiento y el superávit. Después las deudas se garpan de taquito.

Pero como nosotros somos tan geniales, arrancamos por el final. “Ayúdenme con la deuda” les dijo Tío Alberto a Netanyahu, a Merkel y a Macron. Tres personajes a quienes la economía argentina en general y la deuda en particular les chupa un huevo. Como es lógico.

Imaginemos una escena. Tío Alberto deja el despacho de Netanyahu y por la otra puerta entra, por ejemplo, el ministro de defensa israelí que le dice: “Che Bibi” (así lo llaman), “se armó bardo en la Franja de Gaza”. “Uhh”- dice Netanyahu- “volvé mañana, ahora estoy muy ocupado tratando de convencer al FMI para que ayude al gobierno kirchnerista de la Argentina porque tiene problemas con su deuda”. ¿De verdad creerán en la Casa Rosada que las cosas son así?

¿Pensarán en serio, como dijo Tio Alberto, que Macron está muy interesado en ayudar al gobierno argentino? Otra escena: “Disculpame” dice el presidente francés parado en puntitas de pie y mirando por encima del hombro de Fernández, “esa vicepresidentaexs@$ que tenés allá atrás no es la misma señora que hace algunos años quería emputecer al mundo con los pibes esos de Le Camporá?” “Nooo”, le dice Alberto, “quedate tranquilo que los tengo a todos controlados, olvidate”. Felipe baja la cabeza para disimular la risa y al toque Macron le regala una guitarra, que es la manera más francesa y elegante que vi en mi vida de decirle a un tipo “andá a cantarle a Gardel”.

Para colmo, Tío Alberto dice que tiene un plan pero que no lo puede contar para no deschavar sus cartas. Mirá vos.

Hoy domingo hay miles de tipos en el planeta decidiendo donde van a invertir mañana lunes sus millones de dólares. Y a esta hora lo único que ya tienen resuelto es que ni locos van a poner un mango en un país cuyo presidente acaba de declarar que tiene un plan económic,o pero no lo puede contar.

Duro destino el del argentino raso: tener que explicarle a sus dirigentes como se hacen las cosas en este mundo.

 

(*) La columna de Alejandro Borensztein se publicó hoy en el diario Clarín en la sección Humor Político.

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