Las impecables huellas de Ricardo Mercado Luna

Guillermo Alfieri

Ricardo nació el 15 de noviembre de 1932 y murió el 13 de abril de 2005, por ese corazón que le venía aflojando. Fue brillante abogado, legislador provincial con edad mínima para el cargo, refundador del diario El Independiente, asesor del profético obispo Angelelli, docente querido por sus alumnos y preso político durante casi cuatro años. Con la “gringa” Ocampo tuvieron siete hijos y muchos nietos. Todo lo de Mercado Luna quedaba a la vista, sin ningún rincón oscuro.

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Quince son los “Cuentos indefensos”, que Ricardo puso en manos de su hija Marcela para que cuidara la calidad de los textos. El amable mandado está cumplido, en el libro póstumo, con portada ilustrada con la figura del escritor, captada por la cámara fotográfica de César Tineo, y sello de Lampalagua Ediciones.

Las narraciones de Ricardo apelan a la memoria y al sentimiento para reponer episodios sucedidos en las prisiones de La Rioja y Sierra Chica, protagonizados por brutos y embrutecidos, por compañeros salvajemente tratados. La prosa, expresiva y poética, sacuden la inconsciencia de proponer que lo pasado, pisado. El objeto de 140 páginas, dejó espacio para describir escenarios rurales, con naturaleza intocada y el habitante solitario, que aprendió a comunicarse con los pájaros y los animales del campo. Por suerte, Marcela protegió los cuentos manuscritos, con la “amada caligrafía” de su padre, que nos permiten descubrir de nuevo a Ricardo Mercado Luna y confirmar que la muerte no agota la creatividad de humanistas de su talla.

Postales

Alipio Tito Paoletti realizó servicios eventuales en la confitería La Ópera, uno de cuyos propietarios era don Adolfo Santochi, pariente del joven porteño veinteañero. En ese ámbito de tertulias multitemáticas y fecundas, se habrán encontrado Ricardo y Tito para reconocer afinidades, que derivaron en proyectos en común y en una amistad entrañable, a prueba del fuego de acontecimientos que afrontaron, sin resignar convicciones.

Para que amanezca, se mantenga y se desarrolle El Independiente, el temperamento de Tito y el carácter apacible de Ricardo, se equilibraron mutuamente. Los oligarcas se ofendían cuando el diario denunciaba las tropelías del autoritarismo y las injusticias sociales del régimen feudal. Ricardo se ocupaba de desarmar las demandas tramitadas en Tribunales.

En lo personal, el gran abogado me contagiaba serenidad. Sin duda, en la redacción nos habremos zafado alguna vez, pero coincidíamos con Ricardo en que no había peor insolencia que la de los poderosos. Tan firmes eran sus principios, que cedió sin compensación su parte de acciones y bienes, para que se cumpliera el sueño de que una cooperativa editara un medio gráfico de comunicación masiva. Sin aspaviento, ni siquiera se incorporó como socio de la nueva empresa, por razones que expuso sin esfuerzo: “no dependo del periodismo, no soy obrero gráfico, tampoco empleado administrativo; por lo tanto no debo integrar una cooperativa de trabajo”. Con pocas palabras, Ricardo dio la lección de ética, no apta para necios.

Nunca dejó de ser de El Independiente. Con su calidad de investigador riguroso, descubrió la documentación que probó quiénes y cómo descabezaron la cooperativa, excluyeron a compañeros detenidos, exiliados y forzados a alejarse, y devaluaron la línea editorial del diario. Sus “Crónicas de la trastienda en la vida de un diario”, desarmó la trama tejida por militares y civiles para el despojo, con delitos de lesa humanidad. Fue su modo de, en especial, honrar la memoria de Tito Paoletti y la fraternal amistad que se prodigaron, indestructible.

En audiencia

Mercado Luna dirigió Jurisprudencia Riojana, revista modelo en su tipo. Redactó ensayos sobre diversos aspectos del Derecho, consultables en bibliotecas. Quizá no exista un registro de algunos de sus alegatos en juicios orales y públicos, que presencié como periodista.

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En el despacho del presidente del Banco de La Rioja, un productor moroso, en riesgo de ser embargado, hirió de muerte a un funcionario de la sección Créditos, con el revólver que llevaba en la cintura, con permiso de portación. Ricardo aceptó defender al procesado. El alegato que pronunció fue impresionante. Colocó como culpable de la tragedia al régimen financiero, deshumanizado para priorizar la ganancia.

El acusado recibió una condena que permitía la excarcelación. Acompañé a Ricardo en el camino de salida de Tribunales. El productor intentó manifestarle la queja porque debía retornar a la cárcel, para completar el trámite de libertad. “Vaya nomás, que unos días más de preso no le vendrán mal a usted”, le enseñó el abogado defensor.

En el fuero civil, el expediente ni siquiera pudo ser considerado, por un grave error técnico del letrado de la familia de la víctima. En consecuencia, la viuda tenía que hacerse cargo de las costas del juicio. Me consta, que Mercado Luna no cobró esos honorarios y sospecho que convenció a su incompetente colega a hacer lo mismo, más el pedido de disculpas a los deudos.

La finca de Vargas

El refugio para los asados, sobremesas para la cháchara, los debates intensos, los partidos de fútbol y las guitarreadas, era la finca de los Mercado Luna, en el Barrio de Vargas. Ahí íbamos, cada vez que podíamos, a reuniones fecundas, enriquecidas por invitados notables, aliviados de la formalidad de los actos ceremoniosos. Nos divertíamos de lo lindo.

A Ricardo, el anfitrión, le gustaba el juego con el artefacto redondo, con más voluntad que técnica, sin evitar la pierna fuerte para contener el avance adversario. En las vecindades, el estadio deportivo en el que gritábamos los goles de Unión, el de “Cafiro” Torres y el “Muña” Tejada.

Del principio al fin

A Ricardo Mercado Luna lo detuvieron el 9 de junio de 1976, en la oleada de capturas lanzada en la noche del 23 de marzo de ese año. Lo vi en el penal de La Rioja, privado de libertad y justicia, valores que precisaba como el aire y el agua. La dictadura se vengó de quien había osado escribir “Los coroneles de Mitre”, libro presentado en 1974. La condena encubierta fue de tres años y 100 días, ocho meses de arresto domiciliario y nueve de libertad vigilada. Como reencarnando la historia denunciada, el coronel Jorge Pedro Malagamba fue uno de los modernos verdugos. Por eso figura en las reediciones del libro incautado.

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A Ricardo Mercado Luna lo imagino en este tiempo, por ejemplo, aplaudiendo la sentencia por el asesinato del obispo Enrique Ángel Angelelli, aunque falta sancionar a los civiles cómplices del magnicidio; marchando en la multitud que reclamó la democratización de la Universidad de La Rioja; sumándose a la exigencia de que se esclarezca la desaparición de Alberto Ledo; siendo asesor de la querella por el despojo perpetrado en el diario El Independiente y solidarizándose con el pueblo de Famatina.

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