Por: Belén Zavallo para Análisis Digital
Primero fue la oscuridad y después el destello de una seda que se elevaba por encima de sus hombros, como una estrella fugaz que no caía nunca, Ferny Kosiak tomó el micrófono mientras los metros de tela se envolvían en sus pies y saludó al público. Presentó dos libros armados durante la pandemia, dos obras con tonos diferentes pero que sostienen la misma calidad estética.
La escuela de música volvió entonces a sonar. Se escucharon aplausos. Se escucharon risas. Se escuchó un te amo.
El calor que envolvía la sala se fue transformando en una brisa. En las hileras se acomodaron poetas, amigas y amigos, niñas y bebés, profesoras insignia del Profesorado de Lengua y Literatura. La producción hilvanaba videos, baile, música y poesía.
Ferny se arriesga. Arma una presentación gratuita en la que pone el cuerpo, el suyo vestido con volados en un rojo copete de cardenal, los empeines estirados en tacos stiletos, su voz en notas altísimas. Cualquiera se vuelve artista a su lado, pero se destaca Victoria Roldán que vuela a su alrededor como un colibrí. Ambos aves. Ambos ofreciendo a la noche un amanecer poético.
Quienes estuvimos, sabemos que asistimos a una escena que pasará a la historia de la literatura. Ferny no será sólo el poeta, el dramaturgo que obtuvo el Fray Mocho, el lector voraz, el editor que creó el Proyecto Camalote, el funcionario que le inyectó vitalidad a la Editorial Entre Ríos. Ferny, que puede dejar al llanto que le corte los versos del poema cuando le lee a su sobrina, que evoca a la abuela que murió por un aborto mal hecho, que denuncia al primo evangélico por un abuso, es además de todo eso el artista que elige el riesgo de montar un espectáculo en una ciudad que todavía no se anima a despejar los prejuicios sobre la poesía. Ferny es la rajadura por donde se cuela el poema, la invitación al karaoke y la invitación a la canción de la alegría.