
Una estudiante del Colegio católico “San Vicente Paul” de Concepción del Uruguay, que sufrió acoso escolar y, con el acompañamiento de sus padres, debió judicializar su situación dado que la desvincularon de la institución, está cerrando una historia personal de dolor y aprendizaje: este viernes termina el secundario. “Se recibe. Tenemos una mezcla de emociones, un poco de todo. Venía bien pero esta semana hubo un suceso muy explícito de discriminación y vacío, una pena no poder disfrutar la última semana como ella se merece. Pero bueno, el 12 de diciembre es su colación”, compartió con ANÁLISIS la mamá.
A continuación, se comparte parte de la crónica publicada en la revista ANÁLISIS, el 23 de noviembre de 2023.
Crónica sobre el acoso escolar en un colegio católico de Concepción del Uruguay
Solas y valientes
Tres escenas describen una situación grave de acoso escolar en un colegio católico de Concepción del Uruguay. Comenzó como algo entre pares y trascendió a los adultos y autoridades religiosas que presionan a una estudiante y sus padres para que se vaya de la institución. ¿Qué papel juega la Dirección de Educación Privada del CGE en un colegio que viene arrastrando varios casos? ¿Por qué las víctimas se ven obligadas a recurrir al periodismo?
La historia que se cuenta a continuación tiene pocos nombres de personas e instituciones. Eso no quiere decir que no haya responsables, sino que tiene como objetivo proteger a las víctimas. A modo de ejemplo, se exponen tres escenas de un vínculo violento que es mucho más amplio y extenso, e involucra a otros menores y adultos que también son víctima de malos tratos en la misma institución. ¿Qué pasa con la implementación de la Educación Sexual Integral (ESI) en las escuelas católicas de Entre Ríos?
Escena 1: el marcador
Dos niñas escolarizadas se ayudan mutuamente. Una colabora con el trabajo que su compañera no terminó y debe entregar. Días más tarde, esa tarea será calificada con nota. La otra chica acepta el aporte que le ofrecen y, de ese modo, hace sentir integrada a quien coopera. La escena refleja un halo de intimidad y complicidad entre ambas estudiantes. Ocurre en un contexto más amplio, concurrido y común, casi público: el interior de un aula que contiene adolescentes de 14 y 15 años, en un colegio católico de Concepción del Uruguay.
La armonía que las dos chicas cuecen lento y con amor, se resquebraja inesperadamente: un varón saca con sigilo el fibrón de la chica que debe entregar el trabajo, ante los ojos impávidos de la compañera que la ayuda.
Pasan los días. El mismo grupo de estudiantes comparte otra jornada en el aula. De las pertenencias de la chica que ayudó a su compañera, cae un fibrón igual al que fue hurtado días previos.
–¡Lo sabía. Me robaste el marcador. Sos una chorra! –acusó en voz alta la estudiante que pudo entregar su trabajo.
–Chorra
–Chorra
–Chorra –repitieron otros integrantes del grupo.
La chica intentó defenderse, explicar, gritar más alto. Nadie la escuchó y, desde entonces, hace carne lo que nunca imaginó: la hostilidad de los pares, las malas caras, la indiferencia, el cuchicheo, las burlas y risas por lo bajo, las acusaciones infundadas, las humillaciones. La revictimizaron robándole a ella los útiles y las meriendas. Hasta quien decía ser su mejor amiga la dejó de lado y se unió al grupito que comanda el hostigamiento colectivo. Situaciones violentas que se reproducen sistemáticamente, como un mecanismo común que llevan adelante cuatro o cinco estudiantes contra una compañera. El resto sostiene la violencia en silencio. Observan desde afuera. Prefieren no meterse. Saben que está mal pero evitan el escándalo.
Escena 2: un viaje de estudios
Varios grupos del colegio planean un viaje de estudios. Es una práctica de rutina, un paseo que hacen en el marco de las actividades extraescolares anuales. Los acompañan docentes del colegio. Recorren varios kilómetros en colectivo, hasta Buenos Aires y recrean una jornada distinta, que apunta a afianzar los vínculos grupales y estimula la camaradería fuera de las aulas y la propia ciudad.
La chica que viene soportando el hostigamiento hace meses, se ubica casi al fondo del colectivo. Detrás de ella un grupo de varones inicia una conversación llena de comentarios desubicados sobre algunas compañeras de escuela.
–Che ¿y ella también hace bailes? –pregunta uno de los estudiantes, identificando con nombre a la chica que acosan sistemáticamente.
–Sí, sí.
–¡No! ¿Vos sabés lo que debe ser verla bailar?
–Shhh. Callate. ¿No ves que está ahí adelante?
La alumna se siente muy mal. Respira rápido y entrecortado, las lágrimas le inundan los ojos, aprieta las mandíbulas, quiere romper en llanto pero traga saliva, respira hondo y piensa. Se levanta de su asiento, decidida a buscar otra butaca, una más alejada. Divisa una al frente y camina hasta allí como puede.
Lo que queda del viaje y de clases hasta terminar ese año (el 2022) fue, para ella, una verdadera pesadilla. Las palabras no dejaron de retumbar en su memoria, la llenaron de miedo y ansiedad. Le quitaron el apetito, le impidieron volver a mirarse con amor al espejo. No tuvo más opción que comenzar a trabajar en su autoestima porque se sintió cada vez peor.
Escena 3: una charla para resolver los problemas de convivencia
La chica que sufre bullying plantea la situación con su preceptora en varias ocasiones. También lo saben docentes y otras autoridades del colegio. Implementan un cambio de bancos. Luego deciden presentarse espontáneamente en el aula y preguntan cómo viene el curso en general. Cuando parece que podría activarse una red de contención, todo empeora. Por parte de los alumnos hablan tres o cuatro varones (identificados como los acosadores), llevan la voz cantante. Dicen que todo va bien, que se escuchan mutuamente y, rápidamente, consiguen gestos de apoyo de las mujeres adultas. Una de ellas llega a decir que “primero siempre destaca lo bueno de un curso y después lo malo”.
Desde su pupitre, la estudiante que pidió ayuda porque sus compañeros la acosan, solicita permiso y se retira al baño. Rompe en llanto. No puede comprender tantas mentiras. Detrás llega una de las pocas compañeras en quien confía y le cuenta que dentro del aula las están acusando de ser el problema.
Las chicas deciden retirarse del establecimiento pero las intercepta una preceptora y las lleva a Rectoría. Lejos de preguntarles cómo se sienten, les advierten que terminen el tema, que expliquen qué pasa porque las autoridades no se enteran. Las provocan. Las alumnas dicen que no quieren hablar, que se quieren ir. Las mujeres les insisten, no las dejan salir y tampoco comunicarse con sus tutores extraescolares.
–Necesito que me escuches, no podemos dejar que te vayas y más estando así, vos recordá que tu mamá no se encuentra bien de salud, y si te ve así no va a sentirse bien, vos tenés que pensar en tu madre –le espeta la vicerrectora.
–Bueno chicas, yo ya estoy muy cansada con este tema, y lo vamos a cerrar hoy, y hoy se termina, porque ya no quiero seguir lidiando con esto. Ahora se van a lavar la cara, porque nos dijeron los chicos que quieren hablar con ustedes, y ya de paso aclaran bien sus problemas – les ordenó la rectora.
Fue una tutora del curso quien descomprimió la situación y convención a rectora y vice de que la charla entre pares se daría al día siguiente. Cuando esa instancia llegó, se reeditó la escena del día anterior. Los acosadores desconocieron todo acto de violencia, se ubicaron como blanco de mentiras y terminaron por asegurar que desde la escuela se les había hecho saber que estaban de su lado.
Agudizaron la violencia
Pese al acoso que sufre, la estudiante uruguayense siempre tuvo un desempeño académico excelente y, hasta el año pasado, nunca tuvo inconvenientes en sus vínculos. Lo reconocieron las propias autoridades del colegio.
De la situación está al tanto toda la comunidad católica de Concepción del Uruguay, incluidos varios curas con cargo en la Diócesis y hasta el propio obispo, monseñor Héctor Luis Zordán. Lo sabe bien la rectora, la vicerrectora, secretarios del establecimiento, la asesora pedagógica, la asesora legal y los padres. Todos conocen en detalle lo que ocurre puertas adentro de la institución. Los rumores corren como reguero de pólvora pero en lugar de activar una red de contención, la dinámica violenta se agudizó con la intervención de los adultos, por anuencia o acción directa. En efecto, una de las “soluciones” que se ofreció fue cambiar de institución a la chica que se opuso a ser violentada. Es decir, el propio colegio intentó resolver la complejidad apartando a la estudiante del instituto, diciéndole que se vaya a otra escuela. La oferta se expuso en una reunión con la madre de la estudiante.
Agotada de las vueltas en un laberinto sin salida, la mamá reclamó a las autoridades religiosas e inició un expediente en la Dirección de Educación Privada del Consejo General de Educación (CGE), cuya titular es Patricia Palleiro. Esta funcionaria política, así como la coordinadora del área de Educación Sexual Integral del CGE, Silvia Dri, y dos supervisoras que intervinieron en la “resolución” de la situación compleja evitaron todo tipo de diálogo con ANÁLISIS. Ni siquiera estuvieron dispuestas para abordar en general una problemática común y transversal en las escuelas de la provincia. Funcionarias públicas que bajo el paraguas de la supuesta protección de los estudiantes, dejan de dar cuentas a la comunidad sobre su trabajo.