
Por Pablo Sessano (*)
La denuncia y la resistencia son componentes necesariamente permanentes en la lucha ambientalista que es mucho más que solo eso. Pero no alcanza, ni ahí, para construir la fuerza necesaria para influir en la posibilidad de modificar el estado cosas. Actuar políticamente significa intentar modificar la dirección y la situación en el mundo.
Los caminos son múltiples, diversos y complementarios, todos los que tengamos a la mano siempre que no contradigan nuestros principios fundamentales. La acción política tiene por objeto ampliar su base social de sustentación y consenso. En ese sentido el componente pedagógico de la acción política es clave, pero es sin duda uno de los puntos más débiles de esa construcción. Comunicar a la sociedad lo alternativo -no maquillado, ni dogmático- frente al poder de comunicación hegemónico, facho o progre, es el más grande desafío que tenemos los que antes que nada nos consideramos ambientalistas o ecologistas. Pero lo alternativo para serlo efectivamente ha de configurarse como proyecto político para desde allí proponer a la ciudadanía una otra forma de sociedad.
Los motivos y fundamentos de las luchas socioambientales son tan razonables y justos que ya no hay argumentos para rebatirlos. La derecha filo fascista los denosta, el progresismo productivista intenta desacreditarlos por la vía del cientificismo, ambos fracasan en su intento. Si sus formas de concebir el mundo prevalecen es, en buena medida porque del otro lado no logra armarse una sólida y nutrida propuesta. La paradoja es que de este lado la masa crítica es suficiente, pero parece carecer de la voluntad política y la humildad necesaria para asumir el desafío. Eludir o posponer constantemente este compromiso político equivale a permanecer en la victimización, soportando estigmatizaciones con argumentos de todo tipo.
Seguiremos sin duda resistiendo en las rutas, en las entradas de las minas, en las escuelas fumigadas, en las orillas contaminadas de nuestros ríos, en cada calamidad que ocurre en la calamidad misma que son las ciudades, etcétera. Y será bueno estar juntos y abrazarnos y escribir crónicas de esas movidas y hacer libros de las investigaciones y escribir notas en algunos medios amigos y mantenernos conectados y llenar de palabras las redes sociales, pero seguiremos hablándonos a nosotros mismos. De ahí no va a surgir nada. Mucho menos cuando del otro lado el monstruo actúa ya sin ningún maquillaje mostrando, actuando toda su inherente barbarie.
La construcción es desde abajo naturalmente, desde los ambientalismos territoriales en cada lugar, pero ha de proponerse como construcción política y ha de articularse en el mapa grande de las luchas socioambientales respetando las identidades y las particularidades, pero con un plan coherente, confluyente, unificado, recíprocamente solidario y con vocación de poder.
(*) Pablo Sessano es educador ambiental, ecologista.