El pasajero de la pickup Gladiator 380 en la muerte de Aramburu

Tapa de Montoneros, final de cuentas versión 2020

Tapa de Montoneros, final de cuentas versión 2020.

Por Juan Gasparini (*)

Al personaje central de esta nota lo llamaremos Manuel, para protegerlo del escarnio mediático porque no se lo merece. A reserva del consecuente recordatorio conviene presentarlo diciendo que llegó a ser el responsable de Rodolfo Walsh en el mentado Servicio de inteligencia de Montoneros. Su identificación hay que rastrearla en la literatura política que alude a los fundadores de sus cuatro vertientes (FAR, FAP, Descamisados y los primigenios Montoneros), pero no será en ésta reconstitución periodística, que aparecerán su nombre y apellido, entre los que liquidaron al Teniente General R, Pedro Eugenio Aramburu, el 1 de junio de 1970. Supe de su participación en el hecho antes de la primera edición de mi libro Montoneros final de cuentas, en 1988, que acaba de reeditarse en la Argentina (Estela Eterna), donde la mayoría de las identidades reveladas son prácticamente las mismas que originariamente, casi todos muertos en combate, o desaparecidos.

Manuel ostentó el grado de Oficial Primero, un cuadro medio de la Organización Político-Militar, (OPM). Durante su trayectoria, estuvo detenido, fue torturado, y su círculo familiar sufrió la represión de la dictadura militar. Fracasado el proyecto colectivo, incursionó en la honorable opción individual de buscar refugio en el extranjero. Rehizo su vida con perfil bajo. Abrazó una insospechable profesión, desvinculada de la política y relacionada con el arte y la comunicación. Se casó con una lugareña, y recuperó su apodo de antaño, extrañamente similar a un ignoto paraje muy lejos de la Argentina. Lo frecuenté vía amistades comunes en el primer tramo del exilio, sin que jamás habláramos de que acaso él sabía que yo sabía que había participado en el homicidio de Aramburu. Actualmente debe tener más o menos mi edad: 71 años.

Con el correr del tiempo, Manuel evitó ser detectado por varios radares. Mejor dicho. Inicialmente fue el “tercer montonero”, en El mito de los 12 fundadores, escrito por el abogado Lucas Lanusse. O alias Julio, en la novela de José Pablo Feinmann. Resultó un “desconocido” en el manuscrito sobre el tema del escritor José Amorín, para resurgir como “un cuarto montonero” en la biografía de Firmenich de Felipe Celesia y Pablo Waisberg. Y sería un “quinto hombre”, de acuerdo con el diario La Nación, de Buenos Aires, en el comentario días pasados de un flamante libro firmado por María O’ Donnell, imposible de conseguir a tiempo en Ginebra, para consultarlo antes de terminar de editar la presente radiografía periodística.

Por resonancias del Cordobazo, entidad de la señera revuelta popular de 1969 en Argentina, la audiencia montonera denominó un año después “Aramburazo”, al atentado que eliminó al cabecilla de la Revolución Libertadora de 1955. De su trágica suerte, sobre todo perdura, lo desconocido, esto es la silueta incierta de un “anónimo” o “el otro” que intervino en el crimen, cuyo difuminado perfil se trasluce en el “relato secreto” redactado 40 años después por el periodista Ricardo Grassi, un “especial” para Clarín, del 30 de mayo de 2010. El diario lo presenta como un “texto estremecedor”, al margen de haber recuperado las declaraciones de dos montoneros de la vieja época, Mario Firmenich, aún con vida, y Norma Arrostito, muerta envenenada en el centro clandestino de detención de la ESMA en 1978, quienes si se mezclaron en el “aramburazo”. El “organizador y director real” de la publicación inicial de 1974, y de su aniversario en 2010, fue precisamente el mismo Grassi, por encima del director formal de la primera, el ex guerrillero Rodolfo Galimberti, fallecido entre tanto naturalmente en 2002, inscripto en la contratapa de La Causa Peronista del 3 de septiembre de 1974. (1)

Cómo murió Aramburu, tituló dicha revista montonera en esa última fecha, que exhumó también un cruce de cartas con Perón, quien avaló lo actuado por los guerrilleros, a pesar que la edición mantuvo el faltante de “el otro compañero”. El 25 de agosto de 2010, subí a mi website oficial (www.juangasparini.com), ayudado en las sombras por ex-guerrilleros, una recapitulación de los dos “operativos emblemáticos” en la historia montonera: las ejecuciones de Pedro E. Aramburu y José I. Rucci. Parte de tales reflexiones se retoman aquí. Intentan proseguir, mejorar y profundizar lo aportado, arrimando más datos y puntos de vista; debiendo recordar, como se suele decir, que siempre, “hoy somos más inteligentes que ayer”.

En Final de cuentas, me limité a informar que la idea de ejecutar a Aramburu fue “del estudiante cordobés de medicina, Emilio Angel Maza (y no iniciativa del general Francisco Imaz, ministro del interior de la “morsa” Onganía, como decían ciertas fuentes)”. Diferentes versiones creíbles y documentadas que abrevan en mártires y náufragos de Montoneros, situaban a Maza como el jefe de la docena de cordobeses, quienes coordinados con la célula liderada por Fernando Abal Medina, en Buenos Aires, llevaron a cabo el violento acto fundacional de la organización. Sin embargo, en el número de La Causa Peronista ya consignado, Maza sale de escena luego de la captura de Aramburu, poco antes de cambiar de vehículo al ex-Presidente de facto, en los alrededores de la Facultad de Derecho en Buenos Aires, para llevarlo a una estancia en Timote, Provincia de Buenos Aires, juzgarlo, fusilarlo con tres tiros de dos armas cortas, y enterrarlo.

Le tocó al aludido Ricardo Grassi, en el libro que sucedió cinco años más tarde al artículo de Clarín del 2010 antes mencionado, restaurar la participación de Emilio Maza, en el “juicio y castigo” de Aramburu. La obra se llamó El Descamisado Periodismo sin aliento La revista que cubrió el conflicto y la ruptura de Perón con Montoneros. Le corresponderá a él, descorrer el velo del “conocido común” que le facilitó descubrir al “otro”, o sea Manuel, según lo que haya pactado hipotéticamente con éste. La condición para que Grassi lo entrevistara fue “no sacarle fotos, no llevar un grabador, no decir su nombre, no describirlo físicamente”. La faena periodística de Grassi estableció el rol preciso de cada uno, sobre todo el de Manuel, que fue el único que presenció cómo Abal Medina, al cumplir con la condena, disparó una bala de 9 milímetros en el pecho a Aramburu. Después se eclipsó del sótano de La Celma, A continuación descendió Maza, quien en un gesto complementario, remató a Aramburu tirándole dos plomos de una 45. Manuel fue el único testigo de los dos episodios por separado y sucesivos. (2)

Maza y Abal Medina no solo compartieron el remate del plan concebido para acabar con Aramburu, y vengar el Golpe de Estado de 1955, los bombardeos a la Plaza de Mayo, la desaparición del cadáver de Evita, la proscripción electoral del justicialismo (que duraría hasta el 11 de marzo de 1973), los fusilamientos de militares y civiles opositores al régimen anticonstitucional, y la represión constante del peronismo durante 17 años. El dúo también intervino al principio de la osada operación que signó el nacimiento guerrillero peronista. En efecto, hacia las 9 de la mañana del 29 de mayo de 1970, Maza, vestido de capitán de Ejército, y Abal Medina, de teniente primero, convencieron al Teniente General R Aramburu de entregarse mansamente al irrumpir en su domicilio del centro de Buenos Aires.

Probablemente al ex-dictador que encabezó el derrocamiento salvaje de Perón en 1955, lo paralizó el factor sorpresa. Los atuendos de una institución que era la suya, tal vez neutralizaron su capacidad de reacción. Pareció darse cuenta que no valía la pena desobedecer a jóvenes uniformados que mostraran armas y lo conminaban a seguirlos. Pudo conjeturar que cumplían instrucciones, sabiendo que el rigor castrense no permitiría dar explicaciones. Posiblemente haya pensado que oponerse a lo que semejaba una orden legítima estaba reñido con su mentalidad. No cuajaba con el sentido común de los hábitos internos de su familia militar. Sintiéndose evidentemente apto para comparecer ante quienes presumió debían encarnar la voluntad de arrestarlo, se dejó llevar sin protestar.

Venía de activarse un dispositivo de cinco vehículos y diez “sediciosos”. Descendieron con Aramburu de su apartamento del octavo piso de la calle Montevideo 1053, en la Capital Federal, y fue subido a un Peugeot 404 blanco, robado días antes con inconfesables fines “subversivos”. Manejaba el auto Carlos Capuano Martínez, y lo acompañaba sentado adelante Ignacio Vélez. Ambos vestían de civil y eran oriundos de Córdoba. En el asiento de atrás, a los costados del cautivo, viajaban Abal Medina y Maza. Los cubría una pick-up Chevrolet, también robada para semejante ocasión. La conducía Carlos Gustavo Ramus, arropado de colimba (soldado). A su derecha iba Norma Arrostito, con “una peluca rubia … bien vestida, y un poco pintarrajeada”, compañera sentimental de Abal Medina. Detrás, Carlos Maguid, cuñado de Arrostito, ataviado con una sotana de cura, y Mario Eduardo Firmenich, con la indumentaria de cabo de policía. Estos cuatro últimos provenían de Buenos Aires. (3)

No lejos del teatro de lo que sobrevendría, una Renoleta 4L blanca matriculada por Arrostito, aguardaba estacionada con alguien de sexo masculino en su interior, en torno a la intersección de las calles Pampa y Figueroa Alcorta. Vacío, un taxi Ford Falcón perteneciente a Firmenich, estaba cerrado con llave en las inmediaciones del Aeroparque Metropolitano. Cerca se encontraba una pickup Gladiator 380 propiedad de la madre de Ramus, con un toldo que cubría la caja, escondiendo fardos de pasto, lista para entrar en acción. En la cabina había un pasajero procedente de Córdoba, y por lo que encarnaría en las horas siguientes, se transfiguraría en el gran enigma de estos 50 años, actor y testigo de acciones relacionadas, que engendraran las dramáticas peripecias de la Argentina, ocasionadas por la sangrienta e ilegítima destitución del Presidente Juan Domingo Perón en 1955.

La caravana del Peugeot 404 blanco, con la víctima, y la pick-up Chevrolet, con los cuatro integrantes de la “contención” salieron rápidamente de la zona. “Arrancaron hacia Charcas, dieron la vuelta por Rodríguez Peña hacia el Bajo” aproximándose a “la Facultad de Derecho”. En Pampa y Figueroa Alcorta, se bajaron de los coches Maza, Maguid, Velez y Arrostito. Acarrearon “los uniformes y parte de los fierros”, y se fueron “a redactar el comunicado número 1”. Por allí estaba la Renoleta 4L blanca de Arrostito, supuestamente con alguien dentro, cuyo hilo se pierde en la narración del periódico de “la tendencia revolucionaria del peronismo”, al compás del Peugeot 404 blanco robado para menesteres políticamente clandestinos, el cual se esfuma paralelamente en el pentagrama de La Causa Peronista.

La pick-up Chevrolet, con Ramus y Capuano Martinez adelante, y a su vez Firmenich y Fernando Abal Medina atrás sosteniendo a Aramburu, siguió raudamente “hasta el punto donde estaban los otros dos” rodados. Se desprendieron de la pick-up Chevrolet susceptible de ser reconocida por vecinos o transeúntes, que se hubieran percatado de algo inusual en lo que venía de ocurrir a cielo abierto, en las inmediaciones de la morada de Aramburu y hasta la Facultad de Derecho, y se redistribuyeron. Al taxi Ford Falcon de Firmenich se subió Capuano Martínez. En la pick-up Gladiator 380 de Ramus, montó el hijo de la dueña para manejar, y a su costado Firmenich siempre con muda de cabo de policía. Entre los fardos de la caja cubierta con un toldo, se acomodaron Aramburu, Abal Medina y Manuel.

A la cabeza de todos ellos, “abriendo punta”, tomó la delantera el taxi con Capuano Martinez al volante, quien se comunicaba mediante dos walkie- talkies, con los ocupantes de la cabina y de la caja de la camioneta para eventualmente alertar de algún inesperado control policial durante el trayecto. Incursionaron unas ocho horas por rutas secundarias. Hacia las 17,30 hs., mientras las radios ya habían anunciado el secuestro “desde la una de la tarde”, arribaron a “La Celma, un casco de estancia que pertenecía a la familia Ramus. El taxi se volvió a Buenos Aires y nosotros entramos”, resumió Firmenich, aludiendo a él, Abal Medina, Manuel, y Aramburu. Ramus se quedó conversando con el capataz para distraerlo.

Manuel le confirmó a Grassi que Maza “estuvo en Timote y jugó un papel decisivo, lo cual resulta coherente porque era tan jefe como Abal Medina, éste del grupo de Buenos Aires, Maza del de Córdoba. O no se quedó en Buenos Aires o llegó a La Celma después. ¿Como? El otro dice que no lo recuerda y es inútil insistir”, reprodujo Grassi, citando a Manuel. Si Abal Medina y Maza compartían la jefatura del germen montonero desde dos provincias distintas, no es descabellado concebir que se dividieran responsabilidades. Se justificaría que Maza haya permanecido en Buenos Aires para garantizar la desconcentración o retirada de una parte del equipo operativo, y tomar las iniciativas de los comunicados Montoneros para darle contenido y difusión en la prensa, al tiempo que Abal Medina continuaba al frente de los aspectos militares que restaban para completar lo emprendido.

No obstante, resulta inexcusable que Firmenich haya omitido en la entrevista de 1974 en La Causa Peronista, el reintegró de Maza al equipo operativo para concretar el enjuiciamiento y dar cumplimiento de la pena de muerte que sin duda se le infligiría a Aramburu en Timote. En 2015, tras escuchar al “otro”, es decir a Manuel, Grassi sentenció: “no se por qué la conducción de Montoneros eligió ocultar el papel de Maza … quien realmente mató a Aramburu”. Por deprisa, las deducciones son evidentes. En 1974, al aparejar la cobertura periodística tutelada por Grassi, Firmenich se había convertido en el Primus inter pares de los Montoneros fusionados en octubre del 73, disolviendo las cuatro vertientes en una Organización Político Militar (OPM). Para entonces ya hacia cuatro años que Maza estaba muerto. Es conjeturalmente factible colegir que Firmenich, por razones que le competería explicar, haya acondicionado su intervención, borrando al occiso Maza y realzando la suya.

Manuel no quiso abundar sobre lo publicado por la prensa montonera. “El relato siempre me resultó crudo y cruel”, afirmó. “Aramburu fusiló y murió fusilado”, le respondió a Grassi “sin pestañear”. Sostuvo que ni él ni Firmenich estuvieron presentes en una habitación de la planta baja cuando Abal Medina le comunicó la condena de muerte a Aramburu. Abal Medina instruyó a Firmenich ir a otro lugar a martillar sobre una morsa para absorber o disimular el ruido de los estampidos. Manuel no se arrepintió a renglón seguido de haber asistido como único testigo a los dos incidentes de la ejecución, que acontecerían en el sótano de la La Celma en dos capítulos separados y sucesivos. La detonación de la pistola 9 milímetros de Abal Medina “empujó a Aramburu contra la pared y se desplomó de costado. Fernando alcanzó a taparlo con una manta”. De inmediato le ordenó a Manuel : “¡Quedate aquí!”, y subió, dejándolo solo cuidando el cuerpo de Aramburu. “Muy poco después escuché que alguien bajaba. Era Maza. Tocó el cuerpo, dijo aún está vivo y con su pistola tiró dos balazos en el cuerpo, verificó la muerte y se fue. Abal tendría que haber tirado a la cabeza, no al pecho, pero quizás no pudo …”, evaluó Manuel. “Casi enseguida llegó Firmenich, con quien teníamos que cavar el pozo donde enterraríamos el cadáver”. Tres horas más adelante, Maza los ayudó a ponerlo en la fosa. “Pasado el mediodía, se fueron todos a Buenos Aires”, finalizó Grassi. (4)

En cualquier caso, Firmenich y Arrostito corrieron el riesgo de no sacar a luz exactamente todo lo ocurrido, dejándole al lector la posibilidad de apelar a su propia imaginación para colmar la falta de mayor información, que se le retaceaba. La brecha ha sido aprovechada por incautos, adversarios o detractores. Valdrá la pena precisar que no solo le imputan a los gestores de Montoneros, sin pruebas, la elucubración de haber sido manipulados por la dictadura de Juan Carlos Onganía, en perjuicio de la cual se le atribuía conspirar en su contra a Aramburu. Hay más.

Ante todo, el reportaje de La Causa Peronista, apareció dos meses después que falleciera el General Juan Domingo Perón, el 1 de julio de 1974. El estallido periodístico del “ajusticiamiento” de Aramburu dio la impresión de iniciar la fuga hacia adelante de los guerrilleros peronistas, en un contexto de acoso y derribo. En sus filas hacían estragos las Tres A del Brujo José López Rega, Isabel Perón, las patotas sindicales, y las bandas de militares sedientos de sangre, reciclados al amparo de un gobierno constitucional. Los hombres y mujeres integrantes o sucedáneos de las formaciones especiales del peronismo, bendecidas por Perón, pasaron a la ilegalidad. Relegaron la organización y movilización de masas como herramienta preponderante de militancia, retomando la lucha armada, enarbolándola a modo de instrumento principal de combate, método que habían abandonado, ulteriormente al 11 de marzo de 1973, consecuencia ponderada aunque insuficiente, acto seguido a la victoria electoral del justicialismo.

Al ofrecerles una tribuna de prensa a los conspicuos montoneros, Firmenich y Arrostito, se autoincriminaron, fundamentaron y compartieron cierta intimidad del acto final en perjuicio de la vida de Pedro Eugenio Aramburu. La Causa Peronista, involuntariamente, dio pie a la argumentación de sus enemigos, (la casta militar, la extrema derecha del peronismo, la oligarquía vernácula y los agentes del imperialismo estadounidense), que les achacan en los diarios adictos hasta el presente, más allá de tergiversaciones diversas de la historia que no vienen en este preciso instante a cuento, la vuelta al uso de la violencia guerrillera, durante un gobierno constitucional. Por supuesto que esto es fácil esgrimirlo hoy, olvidando que cuarenta y pico años atrás, aparecían cotidianamente los cadáveres de sus simpatizantes, aspirantes, oficiales y jefes, cuyos restos la prensa exhibía impúdicamente acribillados dentro de las viviendas, o tirados en las veredas. No quita que la intensificación de aquel reproche marcó el inicio de una pérdida acentuada del prestigio nacional que supo reunir globalmente la “tendencia revolucionaria del peronismo”, especialmente su referente esencial, la guerrilla montonera.

Fueron “la juventud maravillosa”, como la bautizó Perón, y produjeron ingredientes de adoctrinamiento, organización, resistencia y mística de lucha revolucionaria justa y representativa. Contribuyeron a voltear al régimen militar en las urnas del 11 de marzo de 1973. Eso no se los puede quitar nadie. Ni los escribas al servicio de las malas intenciones que suelen infiltrar la prensa sensacionalista, conservadora y anti-progresista, o los traficantes de residuos judiciales y papeles tóxicos de los servicios secretos. Tampoco los contaminados con ideologías reaccionarias, emparentados con las capas dominantes de la economía monopólica y extranjerizante. Todos ellos son funcionales a los genocidas, partidarios de una reconciliación de las víctimas con los ex-represores, quienes no reconocen los hechos, no se arrepienten de las atrocidades, no cooperan con la Justicia, y siguen permanentemente al acecho.

De hecho, hubo millones de argentinos que se sumaron al reconocimiento popular de los Montoneros. Los apoyaron en multitudinarias manifestaciones al desarrollarse la campaña electoral, un fenómeno subrayado el 25 de mayo de 1973, en la plaza frente a la Casa Rosada, durante la asunción de la fórmula presidencial Cámpora-Solano Lima. Incluso en la “masacre de Ezeiza”, el 20 de junio siguiente, al no quedarle mejor remedio a la extrema derecha del peronismo, en consonancia con los intereses de los nostálgicos de la dictadura (1966-1973), que atacar militarmente a la multitud desarmada, unos 3 millones de personas que cantaban loas a Perón y a los Montoneros. La agresión significó un luctuoso suceso cometido de punta a cabo por grupos paramilitares no oficialmente identificados, que dispararon a mansalva contra la multitud movilizada por los Montoneros para recibir al General Perón, quién retornaba definitivamente de sus 17 años de exilio. (5) Al igual que con Aramburu, los guerrilleros peronistas reiteraron venganza. Hicieron sus averiguaciones y designaron como máximo responsable de la masacre, a José Ignacio Rucci, Secretario General de la Confederación General del Trabajo (CGT), y lo asesinaron en septiembre del 73, a reserva que esa es otra historia, todavía pendiente de una resolución judicial definitiva. En tanto, al caso Aramburu lo sepultó la historia. Se favoreció colateralmente por el indulto pacificador de Cámpora, y la amnistía del parlamento, que liberaran a los presos políticos en mayo del 1973.

No es desdeñable concluir que si aquel golpe de estado de 1955 fuese observado bajo los reflectores de los instrumentos de protección y promoción de los derechos humanos de Naciones Unidas vigentes en este momento, debería haber sido caratulado un crimen de lesa humanidad, imprescriptible, es decir un condenable ataque masivo y generalizado contra la población civil. Sus perpetradores habrían sido perseguidos penalmente hasta por la justicia internacional. La convención en la materia, relativa a la “imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad”, adoptada por la Asamblea General el 26 de noviembre de 1968, entró en vigor el 11 noviembre de 1970, siendo aplicable “cualquiera que sea la fecha en que se hayan cometido” las infracciones, único instrumento vinculante de la ONU que tiene efectos retroactivos. Se lo concibió para consolidar la base legal en la búsqueda y captura de los victimarios del nazismo y del fascismo que seguian deambulando por el planeta. La Argentina la terminó ratificando por decreto gubernamental que firmara el Presidente Néstor Kirchner en 2003, para sustentar la anulación de las leyes de “punto final” y “obediencia debida” en el Parlamento, y consumar el cometido iniciado en 1985 por uno de sus predecesores, Raúl Alfonsin, a través del Juicio a los Comandantes del “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983). En este marco, si a Aramburu se lo hubiesen juzgado con la legislación actual, tomando en consideración los daños humanos y la devastación material del país a partir de 1955, de la que nunca se hicieron cargo los militares, conteniendo los 17 años de tutela militar que envilecieron la vida política nacional, postergando la recuperación democrática, asequiblemente su conducta no habría quedado impune. De cualquier manera, en circunstancias extremadamente difíciles, y hace 50 años, soportando una feroz dictadura militar, un puñado de Montoneros decidieron hacer justicia por propia mano. (5)

(*)Publicado en http://www.juangasparini.com/

Juan Gasparini, Ginebra, 18 de mayo de 2020, autor de Montoneros Final de cuentas, editado por Estela Eterna, 2020.

(1) Richard Gillespie, Soldados de Perón Los montoneros, Grijalbo, 1987. Lucas Lanusse, Montoneros El mito de sus 12 fundadores, Vergara, 2005. Juan Pablo Feinmann, Timote: secuestro y muerte del general Aramburu, Planeta, Buenos Aires, 2009. José Amorin, correo electrónico del 22 de junio de 2010. Felipe Celesia y Pablo Waisberg, Firmenich La historia jamás contada del jefe montonero, Aguilar, Buenos Aires, 2010. Alejandra Conti, en La Nación del 11 de mayo de 2020, respecto al libro Aramburu. El crimen político que dividió al país. El origen de Montoneros, de María O’Donnell (libro recientemente puesto a circular en Buenos Aires y no chequeado por la premura de publicar oportunamente esta semblanza periodística elaborada en Ginebra). Noticias, 16 de mayo de 2020. La Causa Peronista, martes 3 de septiembre de 1974, año 1, número 9, (que costaba 3 pesos), copia en el archivo del autor. Clarín, 30 de mayo de 2010.

(2) Ricardo Grassi, Periodismo sin aliento, Sudamericana, 2015.

(3) Maza cayó en el copamiento de La Calera, en Córdoba, el 8 de julio de 1970. Abal Medina pereció en un enfrentamiento con la policía en un bar de la localidad de William Morris, Provincia dse Buenos Aires, el 7 de septiembre de 1970. Sucumbió junto a Carlos Gustavo Ramus. Carlos Maguid, fue secuestrado en Lima, Perú, el 12 de abril de 1977. Continua desaparecido. Se había escindido de Montoneros en 1973. Norma Arrostito fue secuestrada en la ESMA el 2 de diciembre de 1976. Sus captores allí la envenenaron el 15 de enero de 1978. Ignacio Vélez ha sobrevivido.

(4) Ricardo Grassi, su libro ya citado.

(5) Horacio Verbitsky, Ezeiza, Contrapunto, Buenos Aires, noviembre de 1985.

(6) Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad de la ONU (https://www.ohchr.org/SP/ProfessionalInterest/Pages/WarCrimes.aspx)

 

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