
Alberto Fernández con Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta.
Por José Carlos Elinson (*)
Una de las primeras decisiones dadas a conocer por el que en aquellos días era flamante presidente designado, Alberto Fernández fue que en su gestión, y mucho más aún en la emergencia por la que atravesamos como país infectado, la salud sería la prioridad y la economía quedaría relegada a –por lo menos- un segundo plano.
A poco de comenzar a andar, no son precisamente esas las señales que recibimos como sociedad, y no es extraño que eso suceda. Somos un país capitalista, economicista, donde la moneda de bandera es el dólar estadounidense y sus fluctuaciones marcan la frecuencia cardíaca aún de aquellos que como decía el general Juan Domingo Perón nunca vieron un ejemplar del billete de referencia.
Precisamente, por la mentalidad capitalista a la que hacíamos referencia y la historia economicista de la que también hablábamos, es que la moneda, de la denominación y el origen que fueren, siempre ocuparán los primeros planos. Fue Bernardino Rivadavia en el siglo XIX, el que acordó el primer empréstito con la banca extranjera. De ahí en más la historia económica financiera del que debería ser uno de los países más ricos del mundo, quedó sometida a los compromisos que hasta nuestros días nos definen como país emergente.
Claro, los países del mundo – el mundo propiamente dicho- no son a prueba de pandemias y sus trágicas derivaciones, digamos, la realidad adversa por la que nos toca atravesar no estaba en los planes de nadie, aunque los rumores de su eventual presencia proliferen con el paso del tiempo.
Entonces, cuando ha pasado tiempo que puede contabilizarse apenas en días, diferentes acciones de gobierno dejan en claro que la economía en la Argentina no se subordina a la salud ni a ningún otro aspecto de la vida pública.
Lejos estamos, de hecho, de tener una economía que nos enorgullezca, pero así y todo es la que porta el bastón de mariscal.
En una emergencia como la que nos atraviesa no podemos menos que coincidir con aquello expresado en su momento por Alberto Fernández, la salud debería estar en los primeros planos y la economía a su servicio. Evidentemente el Presidente Fernández no lo entiende así y los testimonios de sus decisiones se manifiestan en contagios, pérdidas de vidas y en inoperancia manifiesta.
Deben quedar al margen de este comentario los trabajadores de la salud que, desde el más humilde hasta el más encumbrado, ocupan todas las líneas del combate, todas las trincheras y navegan 24 horas diarias en el cruel desafío entre la vida y la muerte.
No se lo puede acusar a (Alberto) Fernández de manejar un doble discurso, más bien debería pensarse en un discurso inmanejable donde las contradicciones definen un modelo abstracto y a todas luces perjudicial.
La necesidad de acumulación de dinero y su correlato con la pandemia ponen al país ante la desagradable posibilidad de terminar siendo los más ricos del cementerio, aunque tampoco sería tan así porque no se puede ser rico con dinero ajeno.
Alberto Fernández necesita recaudar, entonces metió la mano en la caja fuerte de Horacio Rodríguez Larreta y tomó 35.000 millones de las arcas de la Ciudad Autónoma. El jefe porteño puso el grito en el cielo o, mejor dicho, en la Justicia porque no pasa por sus intenciones un salvataje de esas características, y respecto de Alberto Fernández la maniobra fue para vastos sectores de la opinión pública y de la vida política, altamente descalificante.
Los esfuerzos del jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma y del Presidente por conformar junto al gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, un trío políticamente fuerte aunque sin contar con la simpatía expresa de este último que en más de una oportunidad dejó entrever su desagrado por compartir cartel con el hombre del PRO, estallaron en el aire y tanto (Alberto) Fernández como (Horacio) Rodríguez Larreta perdieron sustento político para el ya desgastado proyecto de contraprestaciones.
A pesar de los ingentes esfuerzos de los allegados a ambos mandatarios por poner paños fríos al desaguisado, el daño ha cobrado dimensiones que habilitan nuevos espacios de conflicto hacia adentro y hacia afuera de los partidos políticos que participan del choque y de sus dirigentes.
Alberto Fernández pierde un aliado más que interesante por su condición de extra partidario con un caudal electoral que a pesar de la paupérrima imagen de Mauricio Macri logró que el voto de los porteños lo llevara a conducir el destino de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y mientras el tercero en discordia, Axel Kicillof, se pierde en el complejo laberinto de la Provincia de Buenos Aires y suma inoperancia a la gestión de Alberto Fernández, el Jefe de Gobierno porteño que mencionábamos, Horacio Rodríguez Larreta gana espacios amigables en una ciudad poco afecta a las competencias políticas que suelen definir los sectores obreros y estudiantiles. Ambos, por razones que les atañen en primera persona, son habitantes temporarios de la gran urbe ya que en su mayoría sus domicilios reales deben buscarse allende la Avenida General Paz.
Agotadas en sí mismas las soldadescas setentistas, la vida política porteña no ha pasado de la anécdota. Claro, a muy pocos kilómetros de La Matanza, cuadras apenas, hay que tener mucha espalda para hacerle sombra a dirigentes y dirigidos de la mayor representación del peronismo activo concentrado en la Provincia de Buenos Aires.
Si nos hemos desviado del tema original, lector consecuente, es porque en política, como en la vida, todo suele tener que ver con todo y la salud y la economía, que se disputan sin necesidad el centro del ring, son parte de todos los todos.
Entonces, mientras un Alberto Fernández debilitado promete una rápida reconstrucción del país bajo la mirada inexpresiva de su vicepresidenta y jefa, y Axel Kicillof busca en su laberinto la brújula perdida, y Horacio Rodríguez Larreta clama justicia a la Justicia, en Entre Ríos se siguen sumando los fallecidos por el coronavirus que mientras se redacta esta columna llegan a 92 con 2 hombres oriundos de Gualeguaychú, uno de 63 años y otro de 77 y una mujer de 85 años que permanecía internada en Concordia.
Si es cierto aquello de que a confesión de partes, relevo de pruebas, las partes y los partes dan cuenta que la salud en términos de manejos imperativos, sigue relegada y la economía no logra superar su propia desazón.
En rigor de verdad, lector, ser el –eventualmente- más rico del cementerio no significa en estas circunstancias absolutamente nada y sería en todo caso, significante y esperanzador aferrarse a la vida y poder contarlo.
La gente es mala y comenta
En el paisaje desangelado de una provincia en la que la rosa de los vientos, como las musas de la canción de (Joan Manuel) Serrat, ha de estar de vacaciones, los rostros y discursos políticos se agolpan en el primer vagón de un tren de destino incierto.
Pandemia aparte –o no-, el desinterés manifiesto del ciudadano de a pie por la actividad política tiene un crecimiento exponencial y a veces da la sensación de que sólo intereses económicos de dimensiones ofician de ancla para no sumar vacantes a gestiones desapasionadas.
En Entre Ríos la dupla gobernante Provincia – Municipio quedó conformada en un ámbito donde la indiferencia definía perfiles.
El contador Gustavo Bordet, concordiense, peronista, ex gobernador provincial, había pasado antes sin pena ni gloria por la intendencia de la que fue la capital del citrus. No se tome por descabellado afirmar que tanto la intendencia como su primera gestión de gobierno tuvieron que ver con la escasez de la oferta. La misma escasez más Mauricio Macri presidente, allanaron los caminos para que el contador (Gustavo) Bordet sumara a su colega y vicegobernador Adan Bahl y entre ambos aunaran esfuerzos para la reelección del primero y el arribo del segundo a la intendencia de la capital provincial, para lo que debería lidiar en las urnas con el por entonces intendente radical Sergio Fausto Varisco envuelto en escándalos vinculados al narcotráfico que terminaron con su condena a seis años y medio de prisión que cumple con el sistema de arresto domiciliario.
Sergio Varisco fue derrotado en una elección que en condiciones normales debería haber ganado sin demasiado esfuerzo. Así las cosas, un casi desconocido dirigente político, Adán Humberto Bahl, quedó al frente del municipio de la capital. Tan desabastecido estaba –y sigue estando- el electo intendente que recurrió a su secretaria en el Senado, una outsider de la política, para ponerla al frente del Concejo Deliberante.
Tal vez ambos gobernantes hayan fantaseado con una especie de sinergia de beneficio mutuo, pero chocaron desde la falta de entrenamiento, contra el paredón de los personalismos.
Y como la gente es mala y comenta, ya están en la calle los desaciertos del gobernador, sus aciertos, con Sonia Velázquez como la cara a mostrar sin temor a vientos en contra y su fidelidad manifiesta al Presidente Fernández. Y están también las impericias del intendente Bahl -que ya había mostrado en su pobre gestión como vicegobernador-, para conducir el estado municipal, para tejer alianzas y para proyectarse a un futuro político a no ser que con lo poco logrado dé por satisfechas sus aspiraciones de gobernar, aunque en esta toma de distancia de los dos funcionarios, no sería extraño que en sus planes estuviera disputarle la próxima gobernación a Gustavo Bordet.
(*) Especial para ANALISIS