Rogelio Alaniz
Las cifras sociales son demoledoras. Los “compañeros” en su estilo se han esmerado. La pobreza llega al 42 por ciento, con el detalle de haber sumado tres millones de pobres en el último año; la indigencia subió a diez puntos; la desocupación está en el 11 por ciento, dos puntos más que hace un año; la inflación se mantiene parejita y atada con alambre en los cuatro puntos mensuales y el PBI cayó diez puntos.
La libertad de prensa, la independencia del Poder Judicial, las libertades individuales, amenazadas. Y si no han avanzado más en ese terreno no es porque no hayan querido sino porque no los hemos dejado.
El balance después de un año de gestión populista no deja lugar a muchos matices: un desastre. Un desastre apenas atenuado por la dudosa excusa de que podríamos estar peor. La autoridad política del presidente, reducida a su mínima expresión. Cristina manda pero no gobierna. Y si bien dispone de un porcentaje de adhesión significativo, recibe el rechazo del doble de las adhesiones y ese rechazo mayoritariamente se traduce en repudio. El gobierno peronista se ha reducido a vivir un presente permanente porque no puede, no sabe o no quiere pensar en el futuro, salvo que se atribuya la virtud de “futuro” a la obsesión de algunos de sus empinados dirigentes de acercarnos a paso firme y redoblado a Venezuela.
Vivimos momentos de prueba. Nos gobierna un elenco que solo puede ofrecer derrotas, pero dispone de recursos y mañas para asegurarse el apoyo de los más derrotados, es decir de muchos que hundidos en el mundo de la necesidad, esa necesidad que el populismo ha contribuido como nadie a forjar, no le queda otra alternativa que vender el voto a quienes le ofrecen paliar esos dolores sin otra garantía que la de dejarlos situados en el mismo lugar. ¿No hay esperanzas? La esperanza hay que forjarla, no está situada en un punto del futuro o girando como la bolilla de una ruleta que de pronto azarosamente decide beneficiarnos. Si “esperanza” se reduce a la actitud de “esperar” lo digo desde ya: no hay esperanzas. Ni en la vida privada ni en la vida pública se debe “esperar” que nos llueva una bendición del cielo. Mucho menos en esta Argentina que queremos tanto y nos duele tanto. Y así como no hay que “esperar”, tampoco se puede exigir como condición garantía de triunfo o de recompensas. La vida en todas las dimensiones se resuelve en tiempo presente.
Y hoy es el tiempo presente el que nos reclama comprometernos por un país más justo para nosotros y para nuestros hijos. No hay garantías escritas, porque la única certeza es la voluntad de lucha en defensa de nuestras convicciones. Y hoy la única certeza política disponible es la voluntad de derrotar políticamente a este gobierno en las urnas. No es una empresa fácil, pero tampoco imposible. Por lo pronto, nosotros debemos proponernos ser los primeros en no sentirnos derrotados. Si esta inspiración no nos ilumina, deberemos admitir que nos merecemos el kirchnerismo, admisión a la que no estoy dispuesto a aceptar y mucho menos a resignarme.