Por Antonio Tardelli (*)
De seguro un aliciente para las fuerzas opositoras, la victoria del radicalismo en los comicios de Corrientes no auguran demasiado acerca de lo que acontecerá en el país en once días. Mucho menos respecto de lo que ocurrirá en noviembre.
Confirma, sí, que el panorama luce complicado para el Frente de Todos y que, mal que mal, se sostiene en la Argentina un sistema de dos coaliciones capaz de aportar un mínimo de equilibrio al funcionamiento institucional.
El resultado es bien interesante, en cambio, para visualizar lo que ocurre en el interior de Juntos por el Cambio (o como el conglomerado opositor se vaya denominando en cada distrito). Estimulados por los guarismos correntinos, los integrantes del frente opositor podrían revisar algunos de sus diagnósticos y las consiguientes decisiones que de ellos se desprenden.
Como en otras esferas, lo político-electoral también suele ser ponderado con sesgos aporteñados. Una cosa es considerar la realidad con los ojos de Buenos Aires (con ojos de AMBA, podría decirse haciendo honor a la invención institucional de la pandemia), como si allí se agotara la política nacional, y otra es hacerlo atendiendo las particularidades regionales.
Hay también –¿por qué no?– una clave entrerriana para mirar la elección correntina.
Nadie discutirá que los problemas de la Argentina son de carácter nacional. Y que los partidos políticos son organizaciones nacionales. Sus direcciones podrán ser más o menos federales pero en todo caso remiten a una situación nacional. Los partidos exigen una dirección nacional y una estrategia nacional.
Ello no quiere decir que deban desatenderse las características provinciales. Una misma fuerza política puede operar de una manera en un distrito y de otra manera en otro. Los electorados de cada provincia presentan peculiaridades a atender. Las posibilidades partidarias, los electorados específicos y las relaciones de fuerza particulares obligan a mirar cada distrito de manera diferenciada.
El radicalismo de Entre Ríos atraviesa desde hace años una situación particular. Es difícil hablar de crisis pues ya quisieran otros radicalismos (radicalismos de otras provincias) alcanzar los desempeños electorales de la UCR de Entre Ríos. Pero el radicalismo entrerriano se quedó en 2015, por ejemplo, sin candidato a gobernador. Entre 2015 y 2019, además, se mostró muy dependiente de una conducción de hecho que ejercía el entonces ministro del Interior, Rogelio Frigerio.
Aún así, con esas debilidades, no puede ser asimilado al radicalismo de la provincia de Buenos Aires o de la CABA. En ambos distritos (y sobre todo en la ciudad capital) ha sido objetivamente desplazado por el macrismo, que en buena medida pasó a representar a los sectores medios históricamente adheridos a la UCR.
Por lo tanto, trasladar las realidades porteña o bonaerense a la situación del radicalismo de Entre Ríos constituye un serio yerro. Es un error, sobre todo, para los propios radicales. No para el Pro: en todo caso el macrismo podrá capitalizar para sí esa autolimitación que se impone la UCR provincial.
El radicalismo tenía (¿tiene aún?) en Entre Ríos la posibilidad de disputar la hegemonía del frente opositor. Una lista, la encabezada por Frigerio, expresa una oposición con predominio del macrismo. La otra, armada un poco a los tumbos, representa la voluntad de convertir al radicalismo en la fuerza que lidere en Entre Ríos a la alianza opositora.
Los posicionamientos de referentes nacionales de la UCR desatienden la cuestión. O la relegan. Han trasplantado su mirada de un distrito a otro sin atender las conveniencias locales. Martín Lousteau, acaso el referente más interesante que pueda exhibir la UCR en este tiempo, llegó hoy a Paraná para respaldar la boleta que en Entre Ríos coloca al radicalismo en un lugar subordinado. Facundo Manes pareció pronunciarse en el mismo sentido aunque una posterior aclaración pretendió, sin éxito, aclarar las cosas. Da la sensación de que su hemisferio cerebral derecho apoya a Frigerio y el izquierdo a Pedro Galimberti.
Pensarán ellos, razonando como radicales porteños y bonaerenses, que la opción que en Entre Ríos encabeza alguien que no es radical, Frigerio, es lo que más le conviene al radicalismo. Pueden pensar –por qué no– que ir a la cola del Pro no es humillante para un radicalismo como el de Entre Ríos. Es discutible pero atendible. Es atendible pero discutible.
El problema es que expresan una mirada externa. Ajena. Opinan desde una perspectiva centralista y perdiendo de vista el cuadro local. Ambos (porque lo de Manes no se termina de entender) han priorizado sus marcos de alianzas. Sus acuerdos distritales. Podrá alegar Lousteau, es cierto, que ha logrado ubicar a alguien de su corriente en el segundo lugar de la lista de Frigerio. Muy bien. La pregunta es si el radicalismo de Entre Ríos no estaba necesitando otra cosa.
Es curioso porque todos los radicales, al unísono, enfatizan luego en la necesidad de recuperar la perdida vocación de poder. Pero a la vez atienden, antes que nada, a lo que puedan asegurarse sin esperar a saber si se gana o se pierde la próxima elección. La frutilla del postre la ofreció el presidente del Comité Nacional de la UCR, Alfredo Cornejo, apoyando abiertamente la boleta que ubica a los radicales en los lugares más rezagados.
Raro. Es comprensible dentro de una lógica partidaria que cede a la (supuesta) lógica de una coalición. Aún así, muy extraño.
Es evidente que los radicales entrerrianos pueden acertar o errar. Elegir la mejor de las alternativas o la peor de las opciones. Lo que no pueden hacer es dejar de pensar por sí mismos y recibir alborozados las caricias de quienes priorizan su sistemas de alianzas ignorando las particularidades locales y las históricas relaciones de fuerza.
Como en tantos otros asuntos, incluso más importantes, las decisiones de los dirigentes políticos de esta provincia lucen condicionadas por perspectivas foráneas. Por puntos de vista que atienden al centro y desatienden a la periferia.
Pero el problema no es de quienes lo piensan en esos términos. El problema es de quienes son pensados.
(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS