
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, tras conocerse el resultado de las PASO 2021. (Foto: Maximiliano Luna/AFP)
Por Miguel Bonasso
Quiero confesarles a mis amigos y seguidores algo que tal vez muchos adivinaron: me ha costado y me cuesta opinar sobre esta crisis tan violenta como inoportuna que se generó a partir de la carta abierta de la Vicepresidente al Presidente que ella misma eligió. Me cuesta porque no quiero sumar mi opinión a la catarata de brulotes que publican los medios del sistema, como parte del fácil repudio de una derecha que se vuelve “institucional” o “anarquista” según las circunstancias que más le convengan. Pero tampoco es posible quedarse callado ante el despropósito de esta bronca palaciega prologada por los insultos al Presidente de la diputada kirchnerista Fernanda Vallejos, la renuncia publicitada del ministro Wado De Pedro y culminada con una reorganización ministerial, que incluye a figuras lamentables, ya gastadas en los gobiernos de Cristina, como Aníbal Fernández, Julián Domínguez o Juan Manzur. Figuritas repetidas, que están ideológicamente en las antípodas de esa presunta “radicalización” que la prensa internacional y los “mercados” le atribuyen a la influencia de Cristina y la Cámpora. Un verdadero gabinete del doctor Caligari donde conviven, en alegre promiscuidad pejotista, agraviados con agraviantes, como Domínguez con Aníbal, que lo acusó de traidor por haber criticado, no hace mucho a Cristina, o la titular del ministerio de la Mujer, Elizabeth Gómez Alcorta, que denunció a su actual jefe Manzur porque como gobernador de Tucumán impidió que se le practicara un aborto a una niña de once años que había sido violada. Denuncia que volvería a presentar, según declaró a la prensa, como militante feminista, aunque no como funcionaria de gobierno. Curiosa esquizofrenia política que suena un poquitín oportunista.
Como conciliar con una idea ni remotamente “progresista” al “pro vida” Manzur, exponente rico y poderoso del feudalismo provincial. Para no hablar del miembro del Opus Dei Domínguez, que regresa al ministerio de Agricultura, que ya había ocupado con CFK, con el ánimo de mejorar su relación con ese eufemismo oligárquico que los medios llaman “el campo” y aumentar el monocultivo sojero hasta el paroxismo. Y qué decir del impresentable Aníbal Fernández, a quien se convoca como bombero para revertir la catástrofe electoral, cuando su última perfomance en la materia fue la derrota que le infligió María Eugenia Vidal en las elecciones para gobernador de la provincia de Buenos Aires en el 2015.
Ya sé: “es lo que hay”, diría el pragmático Alberto Fernández, a quien su flamante ministro de Seguridad (que es un insultador serial) acusó en el 2011 de ser “un sirviente de Magnetto”. Así vamos, en una calesita descendente en la que se alternan los gobiernos “nacionales y populares” con los abiertamente neoliberales de Menem o Macri, mientras la mitad de la población naufraga en la pobreza y un cuarto en la indigencia y el hambre. Mientras el país se hunde en una decadencia que parece irreversible.
No es justo ni digno que a una ciudadanía abrumada por la pandemia y las penurias provocadas por un ajuste que alcanzó los 870 mil millones de pesos entre enero y julio, por la supresión del IFE o por las consecuencias de la Ley de Emergencia, que frenó de mala manera la movilidad en los aumentos a los jubilados, le sumen la ansiedad de una pelea de egos en la cumbre del poder político. La verdad es que Cristina Fernández de Kirchner no debía haberle enviado una carta pública humillante al Presidente que no fue, repitiendo la terrible jugada que le hizo Juan Perón al leal Héctor Cámpora, que le había dado todo a cambio de nada, cuando favoreció que Isabel y López Rega armaran una conspiración contra su antiguo Delegado para presentar su limpia renuncia como producto de una presión. Claro que en es este caso no hubo renuncia, sino una recomposición pejotista y machista del gabinete para darle “volumen político” al gobierno con miras a las elecciones de noviembre.
Está claro que no se discutió sobre los lineamientos de un proyecto nacional viable y verdaderamente progresista, sino sobre quien tiene la manija y quien debe cargar con las culpas de la contundente derrota sufrida por el oficialismo en las PASO. En esas PASO que el inquietante ministro de Seguridad niega como “verdaderas elecciones”. Argucia pueril propia del autor de otra frase célebre sobre la inseguridad como “sensación”. Con esa misma concepción, Manzur acaba de decretar que se acabó la pandemia y que ya no hace falta usar barbijo en la calle ni imponer molestas restricciones. Seguramente piensa que el COVID es una sensación.
Mientras tanto la otra derecha, la más astuta de Horacio Rodríguez Larreta, la más cavernícola de López Murphy o la violenta y desorbitada del empleado de Eurnekian, Javier Milei, afila el cuchillo preparándose para ganar nuevamente en los comicios de noviembre para arrebatarle mayoría parlamentaria al oficialismo, particularmente en ese Senado presidido por Cristina. A quien otros miembros de la derecha tradicional, enquistados en la fauna tribunalicia, pueden poner en apuros si el viento de las urnas gira hacia Juntos por el Cambio.
Este enfrentamiento, mal zurcido con el recambio ministerial, entraña serios peligros, porque la derecha argentina tiene nexos orgánicos con la derecha de Estados Unidos y de España y ya han decretado que se proponen aniquilar a todos los gobiernos populistas en América Latina. Para frenarlos en este país hubiera sido necesaria la existencia de un verdadero Frente de Todos y no de un engendro de la Cámpora, ahora en comandita con los gobernadores pejotistas y la dirigencia sindical, salpimentado por unas pocas figuras ajenas a los aparatos dominantes en el peronismo, que prometen escuchar de una buena vez la voz del pueblo.
Recostándose en esos aparatos, el Presidente Fernández procura reparar los cascotazos en el techo, tomando medidas coyunturales, que pueden ser un alivio transitorio para la genuina desesperación popular. Un alivio que ayude a que voten los que no votaron en las PASO y se revierta la catástrofe electoral.
Pero ¿cómo seguimos?. Es evidente que Argentina necesita una tercera fuerza verdaderamente popular, que aún no se avizora. La izquierda ha tenido un repunte en el país y particularmente en Jujuy, donde Alejandro Vilca, un trabajador coya, logró un destacado triunfo con más del 20 por ciento de los votos provinciales, pero aún no alcanza a perfilarse una fuerza, verdaderamente progresista, a nivel nacional.
Ojalá que, dialécticamente, la crisis de fondo, que es la de la pobreza estructural, favorezca la emergencia de nuevos cuadros. Como bien decía Fidel: el escepticismo es reaccionario.