Por D. E.
(de ANALISIS DIGITAL)
"Le había sido difícil abandonar el río, la costa, las islas, hasta las cuchillas entrerrianas que después de todo frecuentaba poco pero que ahí estaban al alcance de un galope. Es el viejo rencor, pensaba. Es que no le gustaba la gente de la capital. ¿O la verdad era que tenía miedo de morirse de hambre, de no tener trabajo; o que se descubriera que en definitiva no poseía más condiciones que las del pescador? Se preguntaba qué iba a hacer en esa tierra quieta, tan distinta a las islas, donde la naturaleza es generosa, donde la corriente trae la semilla, y el barro, y el sol calienta, naturalmente la tierra, y el agua está ahí para mantenerla húmeda siempre". El texto corresponde al capítulo inicial del libro El mundo guardia silencio (La tragedia de Cañuelas), escrito por Laura Bonaparte a principios de 1993. La autora es la misma que hasta la década del '40 recorriera las calles y las costas de Paraná, de la mano de su padre José Guillermo Bonaparte y su hermana Chiquita.
Nacida un 3 de marzo de 1925 en Concordia, donde su padre estaba cumpliendo funciones de juez, al poco tiempo la familia se radicó en la capital entrerriana. Pisciana y búfalo en el horóscopo chino. "Fui la última hija que nací allí. Era muy chica cuando nos trasladamos", comentaba, con toda esa ternura que la identificaba. La casa de los Bonaparte estaba ubicada en una zona del Parque Urquiza. Laura, al igual que sus hermanos, fue anotada en la Escuela del Centenario para cursar la primaria. "Tengo recuerdos bellísimos de esos días. Mi maestra era la señorita Otalora, una mujer de una risa hermosa. La quería muchísimo. Recuerdo con un gran goce la escritura y la lectura o todo lo que tenía que ver con la curiosidad, que me lo enseñaba la señorita. Teníamos como director al profesor Fuentes, que tenía una particularidad: siempre nos escuchaba a todos aquellos que habíamos cometido alguna falta de disciplina. Tenía una actitud tan paciente, que uno lo veía y siempre terminaba llorando", indicaba allá por el 2002, en una de sus últimas visitas a Paraná.
Laura se acordaba de las hermanas Broguet; del ombú que estaba en el medio de un baldío, que tenía que atravesar a diario para ir a la escuela; de las vacas que la asustaban o de los linyeras que se quedaban dormitando. De las funciones de matineé del cine Select ("donde lo mejor era tirar papelitos desde el piso de arriba"); de las muñecas que tenía arriba de los árboles; de Angela Acosta, la cocinera de su casa, oriunda de Chajarí y quien fuera una de las personas que más influyeron en sus días de niña. "Angela me contaba cuentos y me protegía muchísimo. Tuvo un rol materno de mucha protección. Era analfabeta, pero tenía un gran amor, muchísima fantasía y le gustaba contar las historias con un estilo muy sobrio".
Su padre José Guillermo Bonaparte le inculcó siempre el amor por la libertad y peleaba cada día por ella. Había sido un activo participante de la agitación estudiantil que precedió al movimiento reformista de Córdoba. Se recibió de abogado en 1917, militó en el socialismo (por lo cual, por ejemplo, el prólogo de su histórico libro Un país sin justicia -un episodio de la resistencia-, publicado en 1951, fue escrito por Alicia Moreau de Justo-) y comenzó su carrera judicial en 1919, como agente fiscal. "Yo me crié en un ambiente de bondad, de libertad, donde se enseñaba a respetar los derechos humanos y amar la naturaleza", recordaba Laura.
"Hablábamos mucho en la comida y mi padre nos escuchaba a cada uno. Nos hacía amar la naturaleza, gozar de las cosas simples y querer a los animales, pese a que no teníamos ninguno en casa, porque el viejo decía que era malo tenerlos encerrados", acota. También se le inculcó el respeto a las personas de otros credos religiosos. "A los 13 o 14 años recién me enteré, de modo despectivo, a quiénes les decían judíos en Paraná. El mejor amigo de mi padre era Jacobo Cachenelson, un ingeniero y desde muy chica conviví con apellidos así, a los cuales siempre respeté y amé mucho".
El río también lo conoció de la mano de don José Guillermo. De lunes a viernes, a eso de las 7, iban a nadar a la zona del Rowing y regresaban poco después de las 9. Recorrían casi 3000 metros diarios: "Tenía buen estilo, pero no tanta fuerza en los brazos. En verdad me cuesta acordarme cuándo comencé a nadar. No sé si fue en nuestra costanera, en alguna laguna de Guadalupe o San José del Rincón. Tengo la impresión como que siempre supe".
Cuando tenía 14 años Laura fue reconocida en un artículo periodístico de El Diario, por salvar a una persona que se estaba ahogando, en la zona de Bajada Grande. "Fue un momento horrible, porque le salía agua por la boca, por los oídos. Era una persona mayor, de unos 70 años". En esos días ya iba al Colegio Nacional y tuvo también el reconocimiento de maestros y alumnos. Un año antes se había transformado en la primera mujer amonestada en el colegio, junto a su amiga Porota Casanova. "Era muy contestadora", dice.
Era una enamorada de su ambiente familiar en Paraná. En la casa de al lado vivía el obispo, monseñor José Dobler. "Lo queríamos mucho. Había una relación muy fraterna, pese a que mi padre era socialista y ateo". Laura tiene un recuerdo marcado: "Una vez le pregunté:
-Padre, ¿por qué muchas veces se habla del castigo que Dios nos va a dar?
-No te preocupes tanto m'hija. La que castiga es la Justicia, donde está tu padre. Para eso están ellos. Dios no tiene tiempo para ocuparse de todos los temas. Dios únicamente crea".
José Guillermo Bonaparte tenía una particularidad: era de llevar a los penados a su propia casa. "A veces no podía determinar quién era un personaje ilustre que visitaba mi casa o un recluso. Por eso digo que de chica viví en un ambiente a favor de los derechos humanos. Mi madre, María Eugenia Costa Martínez, les enseñaba a cocinar y nosotros a leer y a escribir. Eran los mismos que había condenado mi padre", señalaba.
En junio de 1943 el doctor Bonaparte renunció al Superior Tribunal de Justicia (STJ), a raíz de la intervención a la provincia. Su decisión fue una cuestión ética. "Nos quedamos en la calle", decía Laura. Varios de los integrantes de la familia tuvieron que salir a trabajar: "Me tomaron como vendedora de tiendas en la Casa Almendral. La jefa era una mujer muy nacionalista, identificada plenamente con Juan Perón. Me echaron a los pocos días por discutir con ella. Salí de allí y me afilié al Centro de Empleados de Comercio; al poco tiempo fue elegida secretaria de Actas. Encontré otro trabajo: en Gath & Chaves, pero no duré mucho tiempo. La empresa nos exigió que fuéramos con uniforme, que, encima los teníamos que comprar nosotras. Me opuse, ganamos el conflicto y pagó la firma la ropa; pero me despidieron".
En esos días apareció Santiago Bruschtein a Paraná. Laura, hacía ya un tiempo que se había separado de su primer novio, Roberto, porque se asustó cuando el joven le propuso formalmente matrimonio. Santiago era de Córdoba y había llegado de paseo, a visitar a su prima, que era una ex amiga mía. "Tenía 22 años y me enamoré apenas lo ví", recuerda. Laura se casó al poco tiempo y se fue con su marido a Buenos Aires. Se afilió al Partido Comunista, intentó avanzar en la carrera de Derecho, pero se aburrió. En verdad, era otro el motivo: no podía superar la angustia que le producía saber que su padre estaba en la cárcel. Don Guillermo había vuelto a trabajar en el socialismo, retomó su actividad profesional y realizó colaboraciones periodísticas. Fue detenido en 1944 y alojado en Villa Devoto y luego impedido por tres meses de volver a su provincia. No fue lo único: el STJ también lo suspendió por un mes en el ejercicio de su profesión de abogado. Después, volvió a la cárcel, por el solo hecho de pelear por la libertad. Quedó en libertad absoluta a los 15 meses -porque se negó a aceptar restricción alguna- y una amnistía extinguió las acciones penales. Claro que nunca le fue notificada la resolución pertinente.
El primer hijo de Laura, Guillermito, falleció a los 5 meses, por un enterocolitis, producto de un virus y está sepultado en el cementerio israelita de Paraná. Los médicos no podían explicar muy bien lo que había sucedido. Con el correr del tiempo nacieron cuatro hijos más: Luis Marcelo, Aída Leonora, Víctor Rafael e Irene Mónica. "Me dediqué a mi marido y mi familia. Mis embarazos eran fantásticos; mis partos también. Tenía hijos sanos, fuertes. Chiquita -su hermana- siempre venía a ayudarme. Fue una época muy dura y me entregué a mis hijos. Fueron los que me salvaron de la locura y de la vida", indica. Los chicos le dieron la fuerza suficiente para retomar los estudios. Así fue como se recibió de psicóloga en la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). "Cuando empecé a estudiar mi cuarta hija ya iba a la escuela. Unicamente podía dedicarme a los libros entre las 3 y las 7 de la madrugada", acotaba. La carrera se interrumpió por un año y medio cuando falleció su padre, en 1961. Don José Guillermo tenía 67 años y su paso por la vida no había sido intrascendente; había dejado demasiado en Laura, en sus hermanos, amigos, compañeros de militancia en el socialismo y en la Justicia entrerriana, aunque cuando se lo recuerda muchos prefieren mirar para otro lado.
El 25 de diciembre de 1975 un familiar le reveló por teléfono que su hija, Aída Leonora, había sido secuestrada el día anterior, mientras recorría con otras mujeres la población de Monte Chingolo, lugar donde la joven vivía con su pareja. Personal de las fuerzas armadas se encargaron del allanamiento. Los datos constan en el libro publicado por Laura donde recuerda los trágicos momentos vividos a fines del gobierno de Isabel Perón y el inicio de la dictadura, a partir de 1976. "Busqué a mi hija con la esperanza de hallarla con vida. En los primeros días de enero, en el juzgado número 8 de La Plata me ofrecieron entregarme las manos cortadas de mi hija en el frasco número 24. Con mi marido resolvimos iniciarle un juicio por asesinato a las FF.AA", señalaba.
Los hechos trágicos se fueron produciendo en forma escalada. El 24 de marzo de 1976, Adrián Saidón, compañero de su hija Aída, fue asesinado en la calle, en Avellaneda, cerca del domicilio. El 11 de junio secuestraron a su marido, Santiago, en su propia casa. "¡Cómo un judío hijo de puta pudo hacer un juicio por asesinato a las FF.AA.!", gritaban los integrantes del grupo militar. Casi un año después, el 11 de mayo de 1977, allanaron el domicilio de su hija Irene Mónica y su marido Mario Guinzburg y ambos fueron secuestrados. El 19 de mayo el allanamiento llegó a la casa de su hijo Víctor. Tanto él como su mujer, Jacinta Levi, también fueron secuestrados. Todos ellos permanecen aún como desaparecidos.
Laura se fue del país apenas producido el secuestro de Víctor. La habían amenazado de muerte y decidió partir a México, donde permaneció exiliada hasta 1985. Cuando volvió a la Argentina comenzó a colaborar con el Movimiento Solidario de Salud Mental. Un año después se incorporó a la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Desde allí, cada día, pregonó por lo que siempre se le inculcó en el seno familiar. Por la libertad, la Justicia, la vigencia de los derechos humanos, la naturaleza. En fin, la vida. Y así será recordada por siempre.