Por D.E.
(de ANÁLISIS DIGITAL)
Al Gordo Puchulu le cuesta un poco hablar y movilizarse, por ese maldito Parkinson que lo acecha y que él mismo se encargó alguna vez de ironizar a través de una recordada carta a los amigos. De igual manera, con esa tenacidad y pasión que lo caracterizó en la vida, ayer estuvo, como siempre, las doce horas frente al micrófono, reclamándole solidaridad y amor a la gente de Concepción del Uruguay, que año a año acude con su juguete, para que ningún chico se quede sin él en el humilde arbolito navideño.
Con algunas lágrimas en los ojos, con la emoción a cuestas, pero con la palabra justa, el Gordo Puchulu habló con sus oyentes después de mucha ausencia en la radio que lo forjó; dialogó con los cientos de niños que llegaron hasta el centro cívico para participar del encuentro, que se extendió entre las 8 y las 20 y jamás se movió del lugar, pese al cansancio. El Gordo quiso estar allí, como siempre y para siempre. Como cuando se le ocurrió, allá por el ’83, en los primeros días de la democracia y después de años de oscuridad y desesperanza, con una dictadura que también le determinó un exilio interno en el país.
Los juguetes cubrieron buena parte del centro cívico y aquellos que no soñaban con el acceso, pudieron lograrlo. Como también ese niño que resultó beneficiado con el sorteo de la bicicleta que pertenecía a Juancito Puchulu, aquel pibe maravilloso, de tan solo 12 años, que falleció después de un accidente cerca de Villaguay, a mediados de enero de 1992 y tras estar internado tres semanas, cuando precisamente viajaba con su tío a celebrar la Navidad de ese año. El sueño de Juan y de tantos pibes humildes también se cumplió y el Gordo retornó en paz a su vieja casa de calle Mitre. Como siempre; como hace 32 años.