Por Fabián Diego Rafael Vivot (colaboración especial para ANÁLISIS DIGITAL)
Este miércoles se cumplen 25 años de vida de la joven entidad paranaense que en sus bases fomenta la práctica del rugby entre sus asociados. La institución nació de la mano de un grupo de jóvenes emprendedores que hicieron caso omiso a las voces opositoras que sostenían que era “peligroso” fundar un club en el marco de una época en la que todavía los cuarteles estaban abarrotadas de presos ilegales. Fomentando como valores principales el desarrollo del ser humano y su inserción en el deporte de la ovalada, consiguieron engrandecer a un club que hoy cuenta entre sus disciplinas al hockey sobre césped femenino, al rugby femenino y se consolidó de manera rotunda el rugby infanto-juvenil. Con motivo de este nuevo aniversario se ha previsto realizar el próximo 25 de mayo un almuerzo compartido por dirigentes, jugadores, familiares y allegados a la entidad.
Amigos, el miércoles 10 de mayo, Capiba Rugby Club, cumple 25 años de vida. Quizás sea bueno recordar algunas de las cosas que se vivían todavía en Paraná y Entre Ríos, por aquellos años, cuando un grupo de jóvenes se dispuso a construir un espacio que cumpliera con el doble requisito de enseñar a jugar al rugby y formar mejores seres humanos. A principios de 1981, la dictadura militar tenía aún sus cárceles llenas de detenidos ilegales. Gran parte de la sociedad paranaense ignoraba, o prefería ignorar, lo que ocurría todavía en los cuarteles. Cinco años de sangre y oscurantismo habían generado que muchos miraran con desconfianza a cualquier joven con barba, o que se tildara de "peligrosos" a aquellos que osaban hablar de una sociedad más justa, participativa y democrática.
De hecho, no había espacios, ni públicos ni privados, en aquel tiempo, para quien pensara diferente. A la escuela secundaria se asistía de uniforme: pantalón gris, camisa celeste y corbata. El pelo recogido y la falda por debajo de las rodillas, las chicas.
La cultura del miedo imperaba. A la calle se salía con el documento en el bolsillo, y para evitar requisas perturbadoras, los universitarios y sus profesores se acostumbraron a deambular por las noches con los libros en las manos, sin portafolios ni mochilas amenazantes.
Se fomentó la delación, quizás la peor de las miserias humanas, como un valor de ciudadanía. Algunas nociones que se habían abierto paso durante décadas pasadas,como Solidaridad y Libertad de expresión, fueron sustituidas -propaganda mediante- por las consignas del "sálvese quién pueda" o "El silencio es salud".
Cualquier idea, que se refiriera a la igualdad o a la convivencia dentro de la diversidad sufrió el descrédito, y sus practicantes el escarnio de los poderosos.
Desconfiaban de todo y todos eran sospechosos. Lo que no entendían se transformó en peligroso. Ordenaron cambiar las letras de algunos tangos, la censura hizo estragos al pensamiento. Llegaron a prohibir la Teoría de los Conjuntos, por ser afín "a las ideas revolucionarias".
En semejante contexto, que un grupo de jóvenes, ex alumnos del convulsionado Colegio Lasalle de los 70, guiados por un par de adultos de reconocido compromiso social, intentara fundar un club, no podía ser menos que preocupante para el poder.
Los deportes de equipo forman personas solidarias, resueltas y comprometidas con los objetivos colectivos. Y el rugby, quizás como ningún otro, contribuye a fomentar esos valores. De hecho, de los 26 deportistas desaparecidos de aquellos años, el caso más emblemático acaso sea el secuestro de 17 jugadores del club La Plata Rugby, seis de ellos del plantel de primera división.
No fue casual entonces que Capibá Rugby Club naciera el 10 de mayo de 1981, en medio de los más funestos pronósticos.
Nadie daba dos pesos por ese grupo de ilusos y nostálgicos. La plata dulce y el frenesí por tener un Telefunken color 20 pulgadas en el living, era para muchos un reto más loable que el de andar sembrando sueños anacrónicos.
Pero para el asombro de todos, antes de concluir ese año, Capibá era una realidad demasiado evidente como para ignorar. Su primer equipo, un mosaico de jóvenes entusiastas, varios de ellos recién salidos de los infames calabozos, y unos pocos veteranos dispuestos a recuperar su juventud, ya daban que hablar. Un par de valientes periodistas, sabedores del riesgo que corrían, elogiaron la iniciativa y contribuyeron a la inusual repercusión que tuvieron la primera Quinta y Cuarta División.
Un viaje memorable a Nogoyá, en un colectivo adaptado para verduras, sirvió para empezar a consolidar la entidad de club.
Para fines de año, los asados en la casa de Alberto Nin y de Martín Uranga, se habían convertido en verdaderos centros de reclutamiento de nuevos jugadores y formación de futuros dirigentes.
En 1982 la Guerra de Malvinas retuvo más de la cuenta en el servicio militar a un par de jugadores fundamentales que habían contribuido a obtener el subcampeonato en el torneo de Segunda División en la temporada anterior. Por lo que fue imperioso promover a un puñado de adolescentes que apenas si conocían los rudimentos del rugby.
Pero su desempeño fue más que auspicioso y varios de ellos se transformaron luego en la columna vertebral de lo que sería la Primera División y el inaudito despegue de la entidad.
Capibá fue en aquellos años algo más que el deseo de un grupo de personas de conformar un club. Fue un gesto de rebeldía ante la realidad. Fue la tozuda decisión de afrontar con dignidad todas la adversidades: el nulo apoyo oficial, la menguada colaboración del mundillo del deporte, la indiferencia de las autoridades y los comentarios maliciosos de los profetas del fracaso.
Varios años después, restablecido el orden institucional, el estigma de club "sospechoso" costaba aún dejarlo atrás. No hubo antes, ni entonces, una sola respuesta a los innumerables pedidos de apoyo gubernamental. No existieron subsidios, ni auxilios económicos, ni los ATN milagrosos que salvaron a otras instituciones.
Capibá pudo presumir durante toda su vida de haber forjado con su propio sudor y sacrificio cada uno de sus logros. Cada ladrillo, cada camiseta, de ésas hechizas de refulgente amarillo -que pesaban el doble porque se la calzaba el de Quinta y se extendía luego al sol para que la usara el de la Cuarta, y se repetía el procedimiento después para el de Primera-, tuvieron siempre el gusto único de lo adquirido con esfuerzo.
A 25 años de aquello, hoy seguimos abrigando los mismos sueños. Luchamos por un rugby para todos; que prefiera la persona al jugador; la justicia a la victoria. Un lugar donde se tenga por norte, como decía el Martín Fierro, aquello de que, "es mejor que el aprender mucho, el aprender cosas buenas".
En fin, ahí está Capibá, conteniendo a todos, vengan de donde sea. Un club con nombre guaraní y un lema en jactancioso latín: Firmatore amicus verus (hacer amigos verdaderos). Un club abierto a todas las expresiones, a tal punto que esa misma sentencia terminó con el tiempo modificada por una frase robada de un escrito político de Raúl Uranga, el verdadero padre del rugby entrerriano, “La consigna es bregar: en eso estamos”.
De allí que muchos creamos que Capibá representa, de algún modo, la continuidad de la obra de toda esa gente, una suerte de mezcla que intenta rescatar los mejores valores de nuestros predecesores.
Por eso estamos tan orgullos de haber llegado hasta aquí.
Nos sentimos dichosos de haber sido, en la medida de nuestras posibilidades, artífices de nuestro propio destino.
De manera que, felicitaciones y gracias a todos, por habernos por compartido durante tantos años esta aventura.
De verdad, muchísimas gracias.
Especialmente:
A los aprendices de dirigentes que fundaron y siguieron apuntalando este proyecto.
A los que jugaron con nosotros, con nuestra camiseta o con otra.
A los entrenadores que nos enseñaron y nos siguen transmitiendo el mismo espíritu.
A los clubes y amigos que nos prestaron su cancha, sus pelotas y hasta su tiempo para ayudarnos a crecer.
A los que pasaron fugaces, pero que se les ilumina la mirada cuando leen o escuchan de un triunfo del amarillo.
A los que todavía les duelen en el alma algunas derrotas.
A los que en determinados días vuelven a experimentar la satisfacción de aquel try.
A los que se despiertan sobresaltados por un tackle fallido, en pleno sueño.
A los que con humildad durante 25 años marcaron la cancha, cortaron el pasto y se ocuparon del tercer tiempo.
A los que pusieron dinero de su bolsillos sin alardear de nada.
A los nos compraron la primera "polla".
A los que ganaron aquella rifa infausta, pero decidieron no reclamar el premio para ayudarnos.
A los que lucieron orgullosos en sus autos la calcomanía del carpincho.
A los fieles compradores del asado con cuero del Toto Del Castillo.
A la generosidad sin límites de Aldo Delbue y sus sacrificadas vacas.
A los abnegados compradores de las deformes empanadas.
A los pocos que después se quedaban a limpiar el garage de Santa fe 782.
A los que rompieron sus autos cargando a los gordos en viajes de pesadilla.
A los que ponían sus churrasqueras y heladeras, con todo lo que tenían adentro, en los asados de los jueves.
A los que nos dieron una mano, por nada a cambio.
A los que condonaron nuestras deudas.
A los que siguen aportando dinero, tiempo, energía e ideas.
A los que se fueron, pero aún están.
En fin, a todos lo que hicieron posible Capibá: GRACIAS.
Una loca idea que se transformó en Club
Corrían los primeros días del año 1981, tiempos muy difíciles, pero a pesar de esto envalentonaba un puñado de muchachos con mucha idiosincrasia que inspiraba y trataba de ordenar la idea de conformar lo que sería un nuevo club de rugby que los contuviese y satisfaga sus expectativas.
Las diferencias y obstáculos que fueron encontrando durante la formación en los clubes originales -La Salle y Estudiantes- no colmaba las expectativas, los vientos de cambio político se acentuaban cada vez más, por lo cual el ánimo revolucionario y el empuje joven de estos alimentaba cada vez más lo que soñaban y que era posible concretar, un club con principios que esencialmente tengan como eje los valores humanos y la amistad de la mano de lo deportivo, una filosofía distinta quizás o solamente la reivindicación de esos ideales tan genuinos, claros, y sanos.
La posición sentada era muy clara en sus principios, los cabos se fueron atando y así, poco a poco, pero con mucha firmeza se fue construyendo los primeros pilares de la institución. La casa de Alberto Nin, o algún bar ocasional eran los lugares de charla y asiento del sueño que habían trazado y empezaban a armar.
La convicción puesta de manifiesto rendía sus primeros frutos y entre varios nombres barajados se elegiría uno muy original "Capibara", carpincho en Guaraní, que trataba de rescatar uno de los valores naturales y reflejarlo como emblema por ser uno de los animales oriundo de nuestra zona y llamado en Guaraní por ser una de las lenguas originales de América. Como el nombre para su pronunciación era largo, se hizo un diminutivo y en definitiva se llamó Capibá Rugby Club. Los colores amarillo (vida) y marrón (carpincho) fueron los escogidos para distinguir la Entidad.
Fue finalmente el 10 de mayo de 1981 la fecha de inicio de actividades oficialmente como entidad deportiva y a partir de allí se empezaron a buscar los primeros resultados en lo institucional y deportivo que se fueron dando gracias a la decisión de los principios, lo que permitiría sentar raíces muy fuertes que sostendrían lo que se fuese construyendo. "La consigna es bregar... en eso estamos", rezaba el primer slogan que ha sido y es levantado permanentemente por las distintas dirigencias.
Como no se contaba con predio deportivo las prácticas de los primeros años rotaron por el fondo de la casa de Alberto Nin en Du Graty, por clubes que prestaban sus instalaciones, el Plumazo del Club Atlético Estudiantes y Ministerio, como también, el Parque Berduc y el Parque Urquiza. Después se trabajó en un espacio prestado por la familia Uranga en la zona del Brete, además se desarrolló actividades en el Aeroclub mientras se iba sumando cada vez más gente y se empezaba a acercar la concreción del predio propio.
Después de estudiar muchos proyectos y ofertas se decidió la compra del primer terreno allá por 1987, gracias al esfuerzo de socios y allegados que brindaron todo de sí para este logro tan anhelado.
El predio, ubicado en Gobernador Parera S/Nº, a 8 kilómetros del centro de la ciudad y lindante al aeropuerto. Ubicación totalmente privilegiada y que ha resultado muy conveniente a las posibilidades de la institución pese a las dificultades por todos conocidas por aquellos terribles años.
Fueron 4 hectáreas en la primera etapa, luego se sumaron 3 ½ y más tarde 7 ½ totalizando 13 ½ Has. Posteriormente se incorporaron otras 13 ½ Has más y que se están terminando de cancelar. El conjunto de terrenos, todos en una misma concesión, totalizan 27 Has lo que habilitaría, según ordenanzas municipales, a constituirse en Club de Campo si se quisiese (próximo proyecto).
Todo este terruño es la sede deportiva. Allí, desde el año 1987 se viene desarrollando toda la actividad deportiva como así también institucional. La cancha oficialmente tuvo su debut en el torneo del año 1989.
En todos los casos los que empuñaban la pala eran socios y dirigentes quienes encaraban las distintas tareas necesarias para limpiar, emparejar, nivelar, preparar la cancha, plantar las haches, demarcar, alambrar, y otras tantas tareas más, todo a pulmón como se dice.
Los avances en la parte infraestructura son continuos y adecuados a las posibilidades económicas. Actualmente se cuenta con cinco canchas de rugby dos para mayores y tres infantil (en construcción), dos canchas de hockey femenino en desarrollo, vestuarios, un gran quincho totalmente equipado y suficiente espacio arbolado para respirar mucho aire puro.
Historia deportiva
El primer partido se disputó un mes después de la fundación, en el mes de junio de 1981, fue frente a la Intermedia O' Show de Tilcara. Ese año el Club intervino en la División Intermedia en el torneo local ubicándose segundo. En 1982 se presentó además una Primera División y Juvenil, y un año después, en 1983, se consagran campeonas la Juvenil y la Intermedia. Fue este grupo de jugadores, junto a otras personas que fueron puntales en la entidad, como Martín Uranga y Roberto Zabala, entre otros quienes mantuvieron en alto la bandera de la institución.
Una buena perfomance en el torneo de la UER como el Interuniones, le dieron jerarquía al equipo superior durante la década del '90. El plantel de Primera llegó a disputar la final ante Santa Fe Rugby, en el certamen compartido, y dejó escapar el título oficial local en un recordado partido frente a Rowing, con un try en tiempo de descuento por parte de los de la Costanera.
Fue en este período que se fueron forjando, con algunas intermitencias, las categorías menores, mientras que hace tres años se consolidó de manera rotunda el rugby infanto-juvenil. Hoy el Club posee todas las categorías infanto-juvenil, las dos menores que participan en el torneo provincial, y dos divisiones superiores que juegan el mismo certamen, más de 200 chicos.
Además se está trabajando con el hockey sobre césped femenino, el que retornó este año como actividad que ya reúne más de 70 chicas. También, se continúa con el rugby femenino que recalara a principios de este año y se encuentran haciendo sus primeras armas en la disciplina.