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Comparaciones odiosas pero necesarias

Por J. C. E.

Vengo de ver la grabación del acto en el que oportunamente se lo declaró Ciudadano Ilustre al ex presidente Raúl Ricardo Alfonsín.

Es inevitable que la memoria sobrevuele paisajes y tiempos diversos: días felices, tierra arrasada, reclamos extremos, desencuentros procaces, esperanzas en alto y hasta sueños marchitos. Todo tiene sentido y todo pierde el sentido desde miradas distantes.

Y el señor –título que se gana sin concurso y de cara al sol- Raúl Alfonsín estaba ahí, solo, como después aprenderíamos que estuvo durante casi toda su vida pública, haciendo gala de una humildad republicana que todos le conocieron, muchos la negaron y otros trepados al paso de los años la olvidaron.

Hizo breves alusiones a su historia política y asignó enfáticamente reconocimientos con nombres y apellidos a personalidades que desde diferentes espacios políticos apuntalaron la recuperación y permanencia de la democracia.

Destacó entre otros a Oscar Allende como “un gran gobernador de Buenos Aires” y a Antonio Cafiero como líder peronista comprometido en los años en que sus caminos coincidieron a pesar de las diferencias de origen.

Muchos recuerdan la extrema seriedad en  el rostro de Antonio Cafiero flanqueando al presidente mientras este se dirigía a la multitud concentrada en la histórica plaza de los grandes sucesos frente a la Casa Rosada desde el mítico balcón de los discursos a su regreso de Campo de Mayo donde se había dirigido en helicóptero a exigirle al jefe de los insurrectos de aquella Semana Santa de 1987 en que la precoz democracia argentina se enfrentaba al primer escollo armado, el teniente coronel “cara pintada” Aldo Rico, que él y sus hombres depusieran su actitud golpista en  beneficio de la democracia.

De aquella tarde de Semana Santa más allá que algunos quieran bajarle decibeles al tema, no deben quedar dudas que el señor Raúl Ricardo Alfonsín fue a Campo de Mayo sabiendo que nada le garantizaba regresar con vida a la Capital Federal, de ahí la angustia exteriorizada por la ciudadanía que veía en riesgo la vida del Presidente y la continuidad institucional en la Argentina.

Oficialismo y oposición salvo ausencias esperables, como la de aquellos que en su momento dijeron que (Jorge Rafael) Videla era un general democrático, pusieron en primer plano la salud de la Nación, ya habría tiempo para debates y hasta peleas de mayor y menor cuantía, pero en aquella Semana Santa de 1987 superando cualquier diferencia ideológica, como decía el general Juan Perón, primero estaba la patria.

Antes de finalizar esta más bien extensa introducción permítame lector participarlo de una anécdota que vivimos por aquellos años junto al colega y amigo que ya no nos acompaña, Juan Luis “El Gordo” Puchulu.

Habíamos viajado a Buenos Aires a cubrir una cumbre de gobernadores justicialistas. Jorge Pedro Busti gobernaba Entre Ríos, y como digo siempre, periodistas al fin, con un grabador en las manos quisimos traer a Paraná la mayor cantidad de voces políticas a las que habitualmente no teníamos acceso. Sentado frente a la Plaza de los dos Congresos divisamos a Oscar “el Bisonte” Allende quien como dije había sido mencionado por Raúl Alfonsín como un gran gobernador de Buenos Aires. Y la anécdota es esta, cuando nos presentamos con el Gordo Puchulu como periodistas entrerrianos, (Oscar) Allende improvisó una mini cátedra de geopolítica argentina partiendo de nuestra provincia, que quienes lo escuchábamos teníamos la sensación de que la tenía preparada, aunque de hecho no era así.

La razón de este relato es mostrar como aquellos hombres de la política que nunca ocuparon las primeras planas por escándalos, aunque sí por trabajo y militancia, eran portadores de una formación a la que muchos hombres y mujeres que pretendieron y aún pretenden subrogarlos, deberían prestarle respetuosa atención.

Las nuevas generaciones de políticos tienen en sus huestes a hombres y mujeres brillantes, cultivados, atentos a las fluctuaciones del mundo en las temáticas políticas, económicas, sociales, culturales y demás, pero también tienen a los que se trepan a la actividad política buscando un modo de vida más cómodo y mucho más lucrativo. Su espacio de confort se suele decir ahora.

Pobres, aunque vastos son los ejemplos que conocemos y algunos que ni siquiera conocemos que viven del poder en espacios que deberían estar reservados a quienes desde el trabajo por el bienestar común aportan a la sociedad que los contiene, pero la sinrazón hace que la balanza de lo justo pierda el equilibrio y se incline a favorecer su inserción en el seno de sectores que más que contenerlos los padecen.

El ciudadano de a pie vota –hay que decir apelando a la honestidad intelectual, que cada vez con menor entusiasmo-, a favor o en contra de determinado candidato. Si los resultados de la elección le son adversos, nuestro ciudadano, atento a los dictados de la Constitución, reconocerá la autoridad que asiste al candidato electo y de ahí en más lo considerará su gobernante. Si los resultados de los comicios favorecen al candidato votado por el ciudadano de a pie, este, atento a los dictados de la Constitución, reconocerá la autoridad que asiste al candidato electo y de ahí en más lo considerará su gobernante, pero le exigirá un desempeño ejemplar porque sentirá que el hombre más votado lo representa y es depositario de sus aspiraciones.

Esto es pretender desde la legitimidad, que el gobernante sea intérprete esclarecido de la voluntad popular.

En los días que corren lo único que suele quedar en claro son, como dice el maestro (Ernesto) Sábato, las dudas y contradicciones que quedan expuestas desde los sectores del poder.

Habría que diseñar un seguro contra contradicciones porque muchos corren peligro de salir mal heridos como resultado de un choque contra alguna de ellas que cada vez son más y se expresan en los micrófonos, en los decretos, sobre todo en los de necesidad y urgencia y en la praxis diaria de gobernantes con nombre y apellido.

Dicen que las comparaciones son odiosas, puede ser, pero muchas veces por su contenido son, además, necesarias.

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