Ganar y perder en Nicaragua

Gioconda Belli, como tantos otros, es perseguida por el régimen de Daniel Ortega.

Gioconda Belli, como tantos otros, es perseguida por el régimen de Daniel Ortega.

Por Antonio Tardelli (*)

 

La reconocida escritora Gioconda Belli afirma que el gobierno del presidente de su país, Daniel Ortega, aquel antiguo compañero de ruta, ha perdido la razón. La intelectual nicaragüense, que en el exilio vivió durante la dictadura de Somoza, padece hoy nuevamente el exilio, perseguida como tantos por el régimen que se llama sandinista.

Nicaragua votará mañana en una suerte de pantomima electoral: las libertades públicas han sido suprimidas. Varios candidatos opositores se ven privados de viajar desde su domicilio hasta los centros de votación: permanecen presos en las celdas del régimen. Los periodistas redactan con un cuidado muy parecido al miedo: lo que publican está sometido a la vigilancia de un puñado de leyes represivas.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) habla de un Estado policial. Y de que impera en Nicaragua un sistema sostenido por el terror. Denuncia, junto a organizaciones internacionales que defienden los derechos humanos, que el gobierno de Ortega ha incurrido en crímenes de lesa humanidad.

Durante las masivas manifestaciones antigubernamentales de 2018 se desató una represión que dejó al menos 328 muertos, 1.614 detenidos y más de 103.000 exiliados.

En las elecciones de mañana el gobierno se enfrentará a nadie. O a casi nadie. Hay, sí, seis o siete partidos que son funcionales al régimen. Por eso en Nicaragua se habla, como en otros momentos de su historia, de “zancudismo”.

El término viene de zancudos, los célebres mosquitos de la región. En el siglo pasado, en los simulacros de elecciones del somocismo, se denominaba “zancudista” al partido que, fungiendo de opositor, era en verdad aliado de la tiranía. La blanqueaban con su participación en procesos electorales carentes de toda legalidad.

Eso vuelve a suceder ahora: florecen los partidos zancudos. Se prestan al régimen para obtener beneficios y prebendas: igual que los zancudos, chupan la sangre, explican los historiadores.

No habrá inspectores de la Organización de Estados Americanos (OEA) que controlen la elección. Según Estados Unidos, los comicios constituyen una farsa. Se estima que comprará una débil legitimidad el régimen del presidente Ortega y su temida esposa, que lleva 14 años en el poder.

El gobierno niega la represión. Desconoce las denuncias. Apenas si procura disimular su carácter autoritario. Las críticas, alega, son alentadas por el imperialismo. Pero los políticos opositores son detenidos. Las fuerzas rivales se quedan sin candidatos. Los partidos contrarios son intervenidos. Al frente de ellos se colocan sujetos adictos al gobierno.

Se afirma que la verdadera oposición al gobierno sólo puede estar en tres lugares: presa, en el exilio o en algún escondite.

Los opositores van a la cárcel en seguidilla. Se los acusa de incitar al desorden y de promover la injerencia extranjera. Cae sobre ellos la temible Ley de Defensa de los Derechos del Pueblo a la Independencia, la Soberanía y Autodeterminación. Son tildados de golpistas o de traidores a la patria.

De desencantos y de frustraciones está hecha esta era. El sandinismo y Ortega fueron, en los setenta y ochenta del Siglo XX, un faro de esperanza para el continente. Intentaron una revolución. Triunfaron. Victoriosos se alzaron con el poder.

Gobernaron y, cosa no tan frecuente después de ciertas revoluciones, convocaron a elecciones. Llamaron al pueblo para que se pronunciara. Increíblemente perdieron los comicios. Pero el sandinismo revolucionario, en un acto de dignidad política, entregó el poder como correspondía.

Perdiendo elecciones agigantaron su imagen.

Este fin de semana, probablemente ganando, seguirán siendo la patética expresión de una historia que prometía.

 

(*) Periodista. Especial para ANÁLISIS.

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