Por Luis María Serroels(*)
Mientras el miércoles 17 una gran parte de la ciudadanía festejaba legítimamente el Día del Militante, el Presidente de la Nación transformaba una de las peores derrotas del siglo en un acontecimiento digno de las grandes gestas justicialistas, aunque opacada por la caída sufrida por el kirchnerismo.
La reacción del oficialismo soslayó la realidad más cruda. Es imposible convertir una derrota en victoria por más que se intente maquillarla.
Tratar de protagonizar una idea pacificadora pero empezando a segregar importantes figuras que pueden aportar señales trascendentes y encima cacarearle al país que “nadie nos ha vencido”, es una forma poco elegante de intentar darle alas a la pacificación.
Es muy difícil afianzar una Nación en serio en tanto el primer mandatario y su subrogante constitucional más necesidad tienen a la hora de la perdida contienda.
Anunciar Alberto Fernández una victoria por altavoces es como adjudicarle el campeonato a un equipo sabiendo que poco a poco e inexorablemente se fue al descenso. Es tan incomprensible uno como lo otro.
Cuando un mandatario en apuros se abre y allana a una mesa de figuras importantes de la oposición en momentos angustiosos para el país, la derrota del domingo 14 lleva a demandar consensos. Tanto como no tener en cuenta el aporte de quien gobernó dos turnos como presidenta, más allá de que acaba de perder el timón en mares procelosos.
Al hacer una revisión sobre el kirchnerismo de los primeros meses de 2019, nunca se supo en detalle acerca del arreglo final que desembocaría en la fórmula presidencial CFK y Alberto Fernández como corolario productivo del acuerdo que llevaría a borrar las graves causas judiciales que aún debe resolver Cristina Fernández.
El bullicioso eco de una muchedumbre instalada cerca de la medianoche del domingo 14, no sólo fue menguando a tenor de los datos del recuento oficial, sino que desde las cercanías Juntos por el Cambio ganó en la puja, más allá de que se acepta el rótulo de un casi empate en la provincia de Buenos Aires.
Tratar con falsa elegancia de atribuirse el triunfo del “fernandismo” mientras la dura realidad lo desmentía, fue un blooper de esos que tensionan al adversario.
El control absoluto con que elegantemente orientaba la Cámara Alta el Frente de Todos en manos de Cristina Fernández, hubo una transformación vinculada con el quórum, valioso mecanismo al que CFK se apegaba casi orgánicamente.
El escenario será otro a partir del 10 de diciembre. Como también podrá ser otro el paisaje del gabinete nacional. Cuando el mandatario anuncia que en la primera mitad de su gestión de opaco desarrollo recién podrá darle cumplimiento junto a su etapa final, se parece a una chanza.
Intentar el presidente convencer al electorado afirmando que “Nosotros no perdimos”, quizás se debió a una lamentable confusión con un encuentro de fútbol. En lo que sí no se confundió fue en destinar 51 millones de pesos para celebrar el Día del Militante.
Cerrando nuestra edición, nos sorprendimos con una “idea revolucionaria” al estilo del gobernador de Chaco, Jorge Capitanich. Se trata de “regular más a los medios de comunicación”, bajo el argumento de que “la gente piensa lo que los periodistas proponen”.
En una reflexión propia de un dictadorzuelo, se descargó cuestionando el financiamiento de los medios de comunicación. Además remarcó que “tienen una capacidad enorme de instalar el discurso”.
Recordemos que “si nos quitan la libertad de expresión nos quedamos mudos y silenciosos y nos pueden guiar como ovejas al matadero” (George Washington).
(*) Especial para ANALISIS