Lo nuevo y lo constante en este 24 de marzo: la marcha que no cesa, versión 2023

Por Mario Wainfeld (*)

 

Las movilizaciones del 24 de marzo contienen constantes y momentos bisagras. Cada marcha reitera la grandeza de lo colectivo e incorpora novedades, trances “fechados”. Repasemos mojones sucedidos desde un año atrás.

Ayer fue el primer 24 sin la presencia física de Hebe de Bonafini protagonista única, tierna e implacable.

El empresario Carlos Blaquier abandonó este valle de lágrimas sin haber sido juzgado por su participación protagónica en el terrorismo de Estado. Cuando la lectura histórica evolucionó, cuando se empezó a hablar con más rigor de “dictadura cívico militar”, se pensaba en personajes como Blaquier, en la Noche del Apagón. En quienes no solo miraron al costado, sino que fueron instigadores primero, cómplices y partícipes necesarios luego, encubridores al final.

La Corte Suprema de Justicia y los tribunales federales le tendieron la mano fraterna para ponerlo a cubierto de la supuesta justicia de los hombres. Las necrológicas del diario La Nación revelaron a quienes lo admiran, se declaran sus amigos. Lo enaltecen, callan acerca de “pecadillos veniales”: crímenes de lesa humanidad. “Las bellas almas de los verdugos”, buriló Rodolfo Walsh hace décadas, puso en palabras la proclividad al crimen político de las clases dominantes.

Desde hace unos meses la película “Argentina, 1985” engrosa y enriquece la constante producción cultural sobre la dictadura, el Juicio a las Juntas. La memoria perdura, reverdece, admite lecturas nuevas. Se debate, se repiensa. Nada de eso sería posible sin los juicios y las sentencias a los represores. Los saltos de calidad pisan dicho suelo, firme, orgullo de Argentina.

Se cometió el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Parece destinado a engrosar la extensa lista de crímenes impunes acontecidos en democracia. La tentativa de magnicidio se ningunea en los medios dominantes, obstinados en pasar página. La tragedia no se produjo de milagro, las instituciones no responden. Los jueces holgazanean, demoran trámites urgentes. La Corte no mueve un dedo. Las consignas contra los jueces son merecidas. Los destinatarios se esconden.

Quizá en contrapartida, algo previsible y atroz no ocurrió: la gente común no se retrae ni aterra. No abandona la costumbre de ocupar el espacio público, de hacerse fuerte de local. Cuatro generaciones se entremezclan. Bebés en cochecito, pibitos a babucha. Ojalá perseveren.

La manifestación es imponente, el cronista que la vio a ras de piso no puede estimar seriamente la cantidad de participantes. La Plaza es la principal de cuantiosas convocatorias en todo el territorio patrio. Cientos de ciudades, universidades, fábricas. Baldosas en las calles de la metrópoli, de pueblos en cualquier provincia. Además (y principalmente) la masiva presencia capitalina es parte del todo.

 

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La gente se empecina en llegar en horarios variados, con muchas horas de margen. Llegan y se van de modo continuo, un sinfín de cuerpos cruzándose mano-contramano durante largas horas. El ojímetro del cronista se arriesga a calcular: dos tercios de los asistentes (cuanto menos) nacieron después del 24 de marzo de 1976. Una proporción rotunda después del 10 de diciembre de 1983.

Jamás hubo entre los manifestantes tantas camisetas “de Messi”, con el 10 en la espalda y las tres estrellas. Para candorosa alegría del cronista, casi todas de segundas marcas, made en donde fuera, no las “auténticas”, carísimas. El 2023 fue el año del Mundial, de la fiesta colectiva que da gusto reversionar.

Manifestantes corean “Madres de la Plaza / Perú las abraza”. La colectividad peruana crece, se integra, tienen hijos que nacerán argentinos. Fachos berretas los estigmatizan, allá ellos. Peruanos afincados acá, se hacen oír denunciando los crímenes del gobierno usurpador. Varios pasacalles se despliegan en la Avenida de Mayo, a metros del Cabildo: “Dina asesina. El Pueblo te repudia”. Firman “peruanos autoconvocados”. A la presidenta Dina Boluarte le zumbarán los oídos. Mensaje también para los repetidores de zonceras que preguntan una y otra vez: “¿Por qué no reclaman por los derechos humanos del presente eehh?” Son seres necios que acusan sin razón. Los manifestantes claman por violaciones de derechos humanos flamantes. Es más que posible y doloroso que los peruanos autoconvocados tengan que reaparecer en años venideros. Cada aniversario del golpe condensa demandas, reivindicaciones, banderas, protestas, afirmaciones de identidad. En la Argentina, también en el vecindario donde habitan los hermanos de la región.

 

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La concurrencia se agolpa ante las parrillitas que ofertan carne asada que emana un aroma impagable. Bondiolas, choris, hamburguesas pasan de manos. La gente de a pie sabe cuánto cuestan y cómo suben de precio el pan o la carne. Pero la jornada es larga, hay necesidad y derecho a nutrirse. El choripán de parado es un manjar especial. En eso también somos campeones del mundo. Ya llegará el momento de despotricar sobre la inflación, de evaluar desempeños, de pronunciarse en el cuarto oscuro. Pesarán demandas económicas. Tal vez también los derechos ciudadanos, las identidades, las libertades públicas. Habrá que ver.

 

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Durante la dictadura nadie osaba comer en la calle, besarse ni te cuento. Nadie sabía cuál era la sanción por una conducta “impropia”, cualquiera.

La diferencia entre la democracia (por imperfecta que fuera) y las dictaduras trasciende a las elecciones periódicas de las autoridades políticas. Se expande a una gama inenarrable de libertades en otros ámbitos, por caso a votar a representantes sindicales, autoridades de universidades, centros de estudiantes. Cantar en el espacio público, vestirse como venga en gana. No siempre se puede hoy en día, no todo se puede… pero la diferencia es inconmensurable.

La dictadura embrutece a muchos de quienes se le oponen porque los silencios, la falta de información, censura, la persecución a los diferentes no son neutrales ni inocuos.

 

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“La pobreza es una deuda de la democracia” se enfatiza con dolor o con mala leche o con abordajes mestizos. ¿No había pobreza a comienzos de 1983 o no había mediciones confiables? La película La deuda interna (1988) ¿era una alucinación de mamado o un enfoque tierno y costumbrista? El ejemplo se lo debo al periodista Martín Rodríguez, un luminoso supra-40. Este cronista recordó entonces su propia sorpresa cuando vio multitudes de pobres conurbanos como jamás, mal ataviados, padecientes, flacos, en las columnas que acompañaron a Herminio Iglesias para el acto peronista de cierre de campaña, octubre de 1983. Pobres “como no había antes”, condenados de la tierra. Arrasar con las leyes laborales, abrir las fronteras a importaciones pedorras y baratas dista de ser neutro, caramba.

 

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Sergio Maldonado recorre la Plaza. Familiar de una víctima, en esta etapa. Injuriado y denostado por reclamar justicia, que la pesquisa avance, que se haga cargo un juez imparcial. Maltratado por la derecha impiadosa encontró cobijo y afecto con las Madres y las Abuelas que lo cuidan, lo contienen, lo miman. Los derechos humanos del presente.

Estela Carlotto sonríe y va. Nora Cortiñas avanza hacia la Plaza, inclaudicable con flamantes 93 pirulos, ayudada. Quienes somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo (Néstor Kirchner dixit) les decíamos "viejas" cuando no lo eran, cuarenta o cuarenta y pico años ha. Ahora las veneramos, les agradecemos, nunca terminamos de medir todo lo que les debemos,

 

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Coexistimos en tiempos de individualismo feroz. El neoconservadorismo del Siglo XXI es insolidario, impiadoso, voraz. El capital financiero no tiene corazón ni apego a las leyes. La acumulación de riquezas constituye una maldad insolente que prosperó en pandemia y después. Quienes se compadecen por “la pobreza” y reprochan a la democracia omiten la participación del capitalismo, la fuga de divisas, la evasión impositiva VIP. Ajá.

La derecha se torna osada, en su extremo llega a elogiar la venta de órganos, caramba. La portación de armas es un detalle adicional.

En ese contexto reluce la recurrente comunión laica masiva de los 24 de marzo, entreverando consignas y pertenencias, reivindicando a la democracia y los derechos humanos. Ayer, ahora y siempre. Ayer, ahora y siempre.

 

(*) Esta columna de Opinión de Mario Wainfeld fue publicada originalmente en el diario Página/12.

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