
Por Sergio Dellepiane (*)
La impresión de las “Obras Completas” de J.B. Alberdi comprenden varios tomos encuadernados que, junto a sus “Escritos Póstumos”, compilados por José Ingenieros a principios del siglo pasado, suman más de 15.000 fojas. Extenso compendio de ideas relevantes para una época llena de complicaciones como fue la de dar orientación (rumbo) y orden al caos reinante en el origen institucional de la Patria.
Tanto en el “Sistema Económico y Rentístico de la Constitución Argentina” como en sus “Estudios Económicos” pueden rescatarse ideas rectoras que iluminen el camino hacia el crecimiento, progreso y desarrollo de la Nación.
Frente a un período álgido de luchas internas entre caudillos regionales, latrocionios y bandidajes por la subsistencia que abarca desde 1810 a 1853 y en medio de fallidos intentos por establecer los fundamentos de una sociedad libre, Alberdi afirma con crudeza “Después de ser máquinas del fisco español, hemos pasado a serlo del fisco nacional: he aquí toda la diferencia. Después de ser colonos de España, lo hemos sido de nuestros gobiernos patrios”. Fue la Constitución Nacional de corte liberal la que nos permitió, en vista de los logros alcanzados, ser reconocidos, admirados y convertidos en destino de las olas migratorias europeas que buscaban reencontrar la esperanza perdida en su propio terruño, en otras latitudes. Un siglo después nos perdimos en una maraña ininteligible de impuestos atávicos, cepos regresivos, deudas impagables, inflaciones imparables, controles de precios inútiles y regulaciones laborales inconsistentes con la “modernidad líquida” (Bauman) y la “destrucción creativa” (Schumpeter). Cerrarnos al comercio internacional nos alejó de la riqueza conseguida por las naciones con las que supimos competir de igual a igual en algún momento de la historia. El proteccionismo a ultranza que continuamos practicando nos ha convertido en colonos de nuestros propios gobiernos.
Como los bienes no surgen espontáneamente ni caen del cielo a pedido, sumado a que no hay de todo para todos todo el tiempo y menos gratis, para administrar la escasez económica se vuelve indispensable la asignación de los derechos de propiedad con el fin de administrar los recursos disponibles para satisfacer, del modo más adecuado y responsable posible, las necesidades de los semejantes que conviven bajo un mismo régimen de gobierno y según las leyes que ordenan la vida en común. “Comprometed, arrebatad la propiedad, es decir, el derecho exclusivo que cada hombre tiene de usar y disponer ampliamente de su trabajo, de su capital y de sus tierras para producir lo conveniente a sus necesidades o goces y con ello no hacéis más que arrebatar a la producción sus instrumentos, es decir, paralizarla en sus funciones fecundas, hacer imposible la riqueza”. Y reconociendo la voracidad interminable del Estado aclara “El ladrón privado es el más débil de los enemigos que la propiedad reconozca. Ella puede ser atacada por el Estado en nombre de la utilidad pública”. Premonitorio, por cierto, para lo acontecido en el país a partir de la segunda mitad del siglo pasado hasta el presente.
Demasiada agua ha corrido bajo el puente de la Justicia humana. Aún hoy siguen existiendo entre nosotros posiciones antagónicas, interesadas y, en algunos casos, decididamente injustas. Pero no hay duda alguna en Alberdi: “La ley escrita para ser sabia, ha de ser expresión fiel de la ley natural” … “Por tanto, toda ley injusta debe ser abrogada. Los derechos de los hombres son anteriores y superiores a la existencia del aparato estatal cuya misión primordial en toda sociedad libre es la de proteger y garantizar tales derechos”. Por esto afirma sin ambages “La Constitución, por sí nada crea ni da, ella declara del hombre lo que es del hombre” … “todos los hombres iguales en derecho, a dado a los unos capacidad y a los otros, inepcia, creando de este modo la desigualdad de las fortunas que son el producto de la capacidad, no del derecho”. No hay lugar para la manía redistribucionista que nos empobreció significativamente, vía exacción estatal de lo generado por los privados, exceptuando la contribución justa de la tributación impositiva que debiera ser adecuada a cada uno según sus reales posibilidades.
Resulta evidente que son los más eficientes quienes incrementan la inversión productiva que permite mejorar las condiciones de los más desfavorecidos al generar más riqueza. Es claro que la coacción del Estado sobre unos no mejora las condiciones de los otros. “La ley no podría tener ese poder, sino a expensas de la libertad y la propiedad, porque sería preciso que para dar a los unos se lo quitase a los otros y semejante ley no podría existir bajo el sistema de una Constitución que consagra a favor de todos los habitantes los principios de la libertad y de propiedad como bases esenciales de la legislación”. De aquí se desprende claramente que no se debe interferir con los procesos de coordinación y cooperación social entre las personas. Abundan ejemplos de contribuciones desinteresadas que llevan adelante causas nobles enalteciendo la generosidad de los semejantes y mejorando sustancialmente las condiciones de los necesitados.
Contrasta la persistente y arrogante injerencia de los gobernantes queriendo manejar vidas y posesiones ajenas. “El gobierno se hace banquero, asegurador, martillero, empresario de industria en vías de comunicación y en construcciones de otro género, sale de su rol constitucional; y si excluye de esos ramos a los particulares, entonces se alza con el derecho privado y con la Constitución, echando a su vez al país en la pobreza y en la arbitrariedad”. ¿Necesita agregarle agua para mayor claridad? Contundencia conceptual olvidada intencionadamente por intereses personalísimos completamente alejados de lo que es el bien común.
Sin llamarla por su nombre en ninguno de sus escritos, la inflación aparece aludida por su capacidad persistente e inmutable para corroer los fundamentos de la economía nacional. “Mientras el gobierno tenga el poder de fabricar moneda con simples tiras de papel que nada prometen ni obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo vivirá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la Constitución misma”.
Por favor, relea con atención la frase precedente.
En el frente del edificio actual del BCRA, hasta no hace mucho tiempo, podía leerse en una placa: “Asumimos el deber y la responsabilidad de resguardar el valor de nuestra Moneda Nacional”. Desapareció la placa, pero su objeto sigue siendo el mismo. Está declarado en el Art.3 de su Carta Orgánica.
Demasiado contenido para ser comprendido en escuetas líneas, de un pensamiento lúcido que nos guíe por el camino que conduce hacia el destino de grandeza pretendido por el ideólogo de nuestra Patria y que bien podrían reducirse al título del discurso dado el 24 de Mayo de 1880 en la Facultad de Derecho en Bs. As.: “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual”
“¿Que exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le hiciera sombra” J. B. Alberdi (1810 – 1884)
(*) Docente