Por Víctor Centurión (*)
Especial para ANÁLISIS
Gracias a la inflación, podríamos decir que para algunos “la vida les sonríe”, pero quienes la sufren dirían más bien que se le están burlando. La inflación rápidamente explicada se puede considerar como una transferencia de ingresos entre los distintos actores económicos. Llámese inflación o reacomodamiento de precios o incremento de precios relativos, lo cierto es que algunos argentinos son cada día más pobres y otros, más felices. La realidad de las ciudades, del almacén, del supermercado, cada vez se separa más de la descripción que realizan los responsables de la conducción económica, de su preocupación y del acertado enfoque del problema.
En las góndolas, los productos vienen aumentando sin control, ya con prisa y sin pausa. Los servicios públicos como luz o gas fueron “ajustados” porque estaban “atrasados” en relación a los costos y se anuncian más incrementos para los próximos meses. La carne “reacomoda” sus precios; hay alimentos que “estacionalmente” son más caros; nafta y gasoil aumentan “salvajemente” cada quincena o mes, también los pasajes de los micros, los peajes...
Las tasas municipales y los impuestos provinciales también se han incrementado.
En consecuencia, cada vez es más difícil para un jefe de familia lograr que sus ingresos alcancen para cubrir las necesidades básicas de su hogar.
La tendencia al deterioro del salario real (poder adquisitivo) es un hecho indiscutible, no importa el nombre que le asignemos.
La inflación es un fenómeno crónico e histórico en nuestra economía, que nos trae muy malos recuerdos y que significó el empobrecimiento de gran parte de nuestra sociedad.
Hablar de reacomodamiento tampoco nos puede tranquilizar si tenemos en cuenta que el último “reacomodamiento de precios” que se dio tras la salida de la convertibilidad dejó a más del 50% de los habitantes bajo la línea de pobreza (por una devaluación de más del 300%).
Inflación, reacomodamiento de precios y pobreza van de la mano y la pobreza genera exclusión, no sólo del mercado sino del sistema, del endeble entramado social argentino.
Pero también hay actores económicos que ganan y están felices con la inflación, inclusive dentro de los mismos empleados estatales, pues participan de la mayor recaudación tributaria lograda por la inflación.
La democracia se construye en base a ciudadanos y por ello la democracia se fragiliza cada vez que más personas no tienen acceso a sus derechos básicos.
Las discusiones sobre la denominación o el disfraz que se pretenda ponerle a la realidad provoca que cada punto extra de alza de precios en cualquiera de los supuestos que tomemos hace que un gran porcentaje de Entrerrianos sufran.
Escuchamos excusas de los funcionarios públicos, culpas a gobiernos anteriores, responsabilidades de las cadenas formadores de precios y presenciamos inexplicables silencios de algunos dirigentes sindicales en materia salarial.
“En todo excluido se crea un enemigo”, afirmó el ex Presidente del Uruguay Dr. Julio María Sanguinetti cuando visitó la ciudad de Paraná en junio/2010.
Quizás algunos funcionarios debieran tomar nota de esta afirmación antes que evaluar que en cada pobre o desocupado hay un potencial cliente político.
Hay gremios que han logrado mejorar el poder adquisitivo de sus trabajadores y quizás también mejorar su participación en la distribución de la riqueza nacional en los últimos años, cosa que celebramos, pero el sector público entrerriano y más precisamente el sector de empleados municipales ha sufrido un notorio deterioro
Nuestros mayores, los jubilados, son otro sector al cual declamamos que le reconocemos sus derechos, pero en realidad nada de eso sucede y muchas veces nos asociamos ilícitamente para acordar incrementos no remunerativos, módulos “en negro” que no se traducen en mejorar el haber jubilatorio, aplicamos “el sálvese quien pueda” y fabricamos muertos anónimos que no logran adquirir sus medicamentos o atender sus necesidades básicas.
(*) Contador público, doctor en administración