Paraná: podrían reformular el Código Urbano por la explosión inmobiliaria

La ciudad avanza mirando al cielo, y lo hace dando zancadas: las torres, voluptuosas, simétricas, a veces simplonas y ausentes de algún estilo, han ganado espacio en la última década. Entre 2000 y 2010, la superficie cubierta autorizada en Paraná para construcciones nuevas o ampliaciones se triplicó: de 123.837 m2 pasó a 325.820 m2.

Aunque 2010 parece haber sido el año del despegue de la ciudad en dirección al cielo: en el tercer trimestre el índice de crecimiento de los permisos de edificación otorgados por la ciudad fue del 337,2 por ciento. En 2011, aunque la tendencia se mantuvo, el impacto fue de menor envergadura.

Ladrillo sobre ladrillo, concreto sobre concreto, el perfil urbanístico de la ciudad ha venido cambiando. A saber, la ochava gris de La Rioja y Tala ahora dejó de ser, pala y pico la han vuelto base de otra construcción, nueva, distinta, quizá una torre.

Jueves, bien temprano. Una camioneta estaciona en Victoria al 100 y descarga mamparas, esas mamparas luego cubren una construcción vetusta, y ya se sabe lo que viene después. Igual en la ochava de Diamante y Urquiza.

A veces los vestigios quedan, como en 9 de Julio al 100, donde una torre crece a los fondos de una fachada antigua que sobrevive; o en Córdoba al 60, la sede de la Caja de Previsión Social para Profesionales de la Ingeniería, un edificio de nueve pisos y una veintena de departamentos, todo eso detrás de un frente que sobrevivió a la destrucción.

Equilibrio

La arquitecta Lilia Santiago, que adhiere a la corriente de preservación del patrimonio urbanístico de la ciudad, todavía delegada en Entre Ríos de la Comisión Nacional de Museos y Lugares Históricos, ve con preocupación lo que ocurre con la ciudad que se transforma, para ella, “aceleradamente, y aparentemente sin ningún criterio”.

“Ojo -dice, a modo de aclaración-: la transformación es buena, pero cuando en medio aparecen criterios claros, donde también el patrimonio sea parte de esa transformación. Hoy parece que no, que desaparece todo lo antiguo. Y no quedan rastros de nada. Hay una aceleración de esta destrucción”.

La aceleración, dirá también, impide planificar, establecer hasta cuándo se puede crecer, y cuándo detener ese crecimiento. “A mi modo de ver, es muy rápido este proceso de transformación, de un modo tal que no estábamos acostumbrados. Estábamos acostumbrados a que se crearan nuevas áreas, cuando una ya estaba saturada. Pero acá vemos que la presión es demasiado grande sobre el área histórica de la ciudad. Y no vemos que hasta ahora haya un freno a todo esto”, observa.

Tampoco ve entre los paranaenses un apego hacia su patrimonio urbanístico arquitectónico. “La gente no toma real conciencia de lo valioso que es conservar la historia, y conservarla a través de la arquitectura. No solo a través de los libros se conserva la historia de una ciudad. La arquitectura es parte esencial de la historia de un pueblo. La vida se desarrolla dentro de un espacio arquitectónico”, apunta.

En ese estado de situación, Lilia Santiago ve con espasmo lo que ocurre con los edificios declarados históricos. Tan prolongada ha sido la desatención que ahora, plantea, requieren de una intervención “muy fuerte”, hecho que no hubiera sido necesario de tomarse medidas a tiempo.

“Hay edificios saturados, como la Escuela Normal, un edificio preparado para 600 alumnos y hoy tiene una demanda altísima. Eso hace que también se acelere el deterioro”, puntualiza.

Y agrega otro protagonista, exógeno, pero no tanto: las plagas urbanas. Como ocurre en la Catedral de Paraná, un edificio agredido de modo permanente por palomas y o las bandadas de especies como el morajú. “El excremento que dejan, obliga a lavar las escalinatas todos los días, y esto hace que haya más agua en las baldosas, con lo cual se están desprendiendo los mármoles”, explica.

Por eso habla de un objetivo: encontrar un equilibrio entre desarrollo y proteccionismo.

Límites

En marzo de 2011 Horacio Piceda era concejal de la ciudad, y como concejal de la ciudad planteó un proyecto de ordenanza que apuntara a prohibir la demolición de edificios considerados de valor patrimonial. El parámetro para el edil fue la antigüedad de la construcción, verbigracia: edificios construidos en la primera mitad del siglo XX.

Hay una Ordenanza, N° 7.305, de 1990, que expresamente establece un programa de conservación y preservación de “bienes muebles, inmuebles, zonas, áreas o lugares con valor o significación cultural, histórica, documental, edilicia, urbanística, paisajística, natural o ambiental de la ciudad”. En 2009, y por si hiciera falta, la Ordenanza N° 8.856, incluyó dentro de lo que es preciso preservar, a las calles adoquinadas.

Ni una ni otra norma, ni las que precedieron ni las que vinieron después, han impedido que la ciudad se vaya transformando, y en su transformación, cambie su fisonomía, y en esa tarea, se tiren abajo edificios históricos, o no tanto, y dieran paso a torres de distinta envergadura.

El arquitecto Gastón Grand, viceintendente de la ciudad, dice que es necesario establecer las bases para renovar el plan estratégico “que nos dé los parámetros conceptuales de la ciudad deseada y en el marco de éste dar las discusiones que sean necesarias. Luego, y a partir de eso, empezar a analizar cómo actualizamos el Código Urbano, en función del plan estratégico”.

Todo eso, el plan estratégico, la ciudad deseada, y la actualización del Código (fue sancionado en 1997), dirá después, es imprescindible que se dé en el marco de una discusión colectiva, con todos los actores dando su opinión.

De todos modos, no descuida el meollo del debate, si es que hay debate, y entiende que la discusión entre preservación y desarrollo a veces esconde posturas contradictorias, e intereses distintos. “La ciudad no es una, sino muchas simultáneas. Hay múltiples intereses legítimos y de todo tipo”, dice Grand.

Grand tiene una teoría, y dice con bases ciertas: la preocupación por la transformación edilicia de la ciudad se da en distintos puntos, pero no en todos lados genera la misma repercusión que en el centro. “La sustitución edilicia en San Agustín o en barrio Corrales puede ser más violenta que la que ocurre en la zona central, lo que llamamos zona Parque. Sin embargo, San Agustín no aparece en la noticia. Eso nos está diciendo que algo pasa”. Es que los desequilibrios en el territorio también se reflejan en el espacio de la discusión pública.

¿Por qué aparece la discusión acá y no allá?, se pregunta. Acá es el casco céntrico; allá es el sector que está afuera de los bulevares.

Acá, dirá entonces, el valor inmobiliario y la influencia de ciertos segmentos sociales tiñe toda discusión. Quienes invierten en edificios en altura suelen utilizar esa inversión como renta, y son quienes, precisamente, en general no viven en torres, sino en grandes superficies de viviendas en planta baja. Pero paradójicamente son además quienes a veces promueven que, en su zona, no se construyan edificios, describe Grand.

“Nosotros creemos que es necesario contemplar el derecho de otros segmentos sociales a vivir en el centro y disfrutar de todos los servicios que este brinda, y para ello deben existir unidades de menor superficie que son las de las unidades de departamentos”. En el fondo de la discusión existen diferentes intereses de clase.

“Es cierto que la densificación amortiza mejor el esfuerzo que en materia económica realiza la ciudadanía para mantener los servicios públicos, pero su exceso puede atentar contra ciertos valores ambientales. Ahí es donde tenemos que poner la línea, y decir hasta acá llegamos. Y establecer que si un área está suficientemente densificada, se debe pensar en otra para el desarrollo futuro. Todo esto necesita equilibrio, pero como eso es un concepto con cierta subjetividad es necesario el plan estratégico para definir el modelo deseado y luego, una actualización del Código Urbano, siempre asumiendo la complejidad, sin atajos, que implica el objeto de estudio”, afirma.

Rascando los cielos

Casi la mitad de las superficies aprobadas en la Municipalidad de Paraná para obras nuevas o ampliaciones de las ya existentes en 2009 se destinaron a lo que técnicamente se denominan “multiviviendas”, o sea edificios de propiedad horizontal.

Según los datos proporcionados por la Dirección de Estadística y Censos de Entre Ríos, en base a los datos aportados por el municipio respecto de los permisos de edificación, la incidencia de ese tipo de edificaciones sobre el volumen total de obras en marcha disminuyó algo en 2010, ya que representaron el 34,8 por ciento, y esa tendencia se mantuvo en 2011, con el 30,55 por ciento. Pero de igual modo marca el nivel de desarrollo de este tipo de construcciones.

Los datos

En 2009 se construyeron 90.296 metros con una incidencia de un 48 por ciento en metros cuadrados de edificios. En 2010 fueron 325.174 con un 34,8 por ciento de incidencia en metros cuadrados en edificios. Por último, sólo considerando los tres primeros meses de 2011, se construyeron 360.614 metros con una incidencia de un 30,55 por ciento en metros cuadrados de edificios, publicó El Diario.

(Foto: >El Diario)

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