Recordar vs. revivir

Por Adriana Beade (*)

Por eso conmemoramos aquel trágico episodio del 24 de marzo. Para resistir la imposición al olvido que se maquinó en el país desde distintos sectores y con distintas herramientas –discursivas, legales, etcétera- y para que el recuerdo nos permita el olvido, para que el recuerdo nos permita anotar lo acontecido en el lugar del símbolo y alejarnos de ver cara a cara el horror: la relación entre el símbolo y la cosa, ese extrañamiento, esa distancia, la del símbolo que permite nombrar la cosa, traerla, hacerla presente sin mirarla cara a cara porque como la mirada a la Medusa es imposible e incompatible con la vida.

Parte de ese proceso son estas conmemoraciones y los juicios al terrorismo de Estado que tanto han tardado en llegar reparatoriamente a las víctimas y a las heridas del conjunto de la sociedad.

Recuerdo hace varios años escuchar a una persona a la que “no tocó” el terrorismo de Estado -y que por cuestiones de trabajo hubo de asistir a presenciar la tarea de los antropólogos forenses en nuestro cementerio municipal- contarme desgarrada, como la esposa e hijas de aquel a quien buscaban (y no encontraron) resistieron de pie el inclemente sol veraniego ante el lugar de la búsqueda sin aceptar otro cobijo que un sombrero y agua cada tanto.

Me dijo: entendí que no eran 30.000 los desaparecidos y muertos, entendí que eran 30.000 x 4, 30.000 x todos. 30.000 x todos….. los dañados.
Todavía hoy me sobrecoge su descubrimiento.

Eso conmemoramos, lo de todos. Eso reparan los juicios que, por suerte, se reparten por todo el territorio nacional: el daño de todos, de todo el tejido social.

Y para que se produzca esa transmutación de la cosa al símbolo, en estos juicios, muchos han de revivir el horror pasado para poder testimoniar… Y revivir no es lo mismo que recordar.

Volver a vivir no es lo mismo que recordar.

Entre otras cosas, por eso hay un Programa de Acompañamiento a víctimas y querellantes en los juicios de terrorismo de Estado. Acompañamiento que no se plantea sólo como un problema de seguridad (que lo hay, todavía buscamos a Julio López, luego de su testimonio en un juicio).

Acompañamiento también significa cuidar en otro sentido, acompañar el procesamiento de dar testimonio, de revivir… de poder mirar a los ojos de la Medusa y seguir viviendo.

Por esa razón, para sacudir el horror e inmovilidad de la “escenificación” de la que fui testigo anoche durante el transcurso de la marcha que “conmemora”, escribo estas líneas.

Se abrió paso entre la multitud un “falcon verde”, símbolo que, en nuestra sociedad y por lo vivido por todos, es más carro de la muerte que los propios coches fúnebres. Adentro, hombres engominados y de civil (que quiere decir “de normales”) con “clipers” que, maldita la hora, ahora son moda… (no puedo resistir pensarlo cada vez que veo algún joven portándolos) o sea, hombres de los “servicios” (que quiere decir los corsarios de la muerte, los jinetes del apocalipsis). Abrieron las puertas del auto, caminaron entre la multitud, tomaron y arrastraron “literalmente” a una joven de los pelos y a un joven del forro de las pelotas (traducción: del fundillo del pantalón), también del cuello. A ella la metieron en posición fetal en el asiento de atrás y a él, abriendo el maletero, el baúl, lo metieron adentro.

Vi a Julián intentar detenerlos y defender a sus compañeros, escuché que lo paraban a los gritos que era una “dramatización”, nos vi a decenas de cincuentones paralizados de horror alrededor sin poder movernos o hablar para, diez minutos después, insultar la “escena”. Pensé, también diez minutos después, que se hubiera podido reeditar el drama de verdad, de nuevo si….

O Si.….O Si….Muchos Si ….. se me ocurrieron.

Porque esa “escena”: una manifestación popular, colectivos expresando su sentir, siendo castigados, torturados, presos o desaparecidos por ello, es parte de la historia reciente de los 30.000 por todos, que intentamos pasar a símbolo y conmemoración y no revivicenscia. Eso NUNCA MAS.

La cultura es, justamente, el patrimonio simbólico de todos. También el incesante trabajo y crecimiento de ese patrimonio simbólico, que debiera ser para todos y no para unos pocos, por lo menos así lo creo yo.

La “dramatización” presenciada tuvo que ver con cualquier cosa, menos con la cultura y con lo que la cultura ha de propiciar: alejamiento de la cosa, exorcización colectiva del horror, simbolización individual y colectiva e infinitos etcéteras más.

(*) Ex detenida política en la última dictadura.

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