Un centro de asistencia elabora un protocolo con las consecuencias de una citación judicial

Son la cara visible de los juicios. Y a la vez, protagonistas de una trama invisible. Los testigos. Los que llegan a declarar a los juicios de lesa humanidad y producen sentidos sobre el pasado. Pero también están los que no pueden hacerlo. Los que no continuaron conectados con ninguna de las redes u organizaciones que los vinculan y que, de pronto, escuchan el llamado de un juzgado que tan de repente les dice que deben ir a declarar por lo que sucedió hace más de 35 años. Les ponen fechas, cortan y ellos, en ese instante, vuelven a caer al pozo del que salieron años atrás. Son muchas y variadas las situaciones en torno del universo de las víctimas del terrorismo de Estado. Fabiana Rousseaux trabaja sobre la tensión entre la lógica penal que los considera “testigos-prueba” y la lógica subjetiva que intenta pensarlos como víctimas. Directora del Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos Fernando Ulloa, de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, mapea constantes y singularidades de las víctimas en todo el país.

“Nuestro trabajo es mantener la mirada de la dignidad de la víctima y de lo que significa el testimonio de estas personas, que no es un testimonio de lo que les ocurrió a ellos solamente como podría suceder en cualquier otra causa, sino que dan testimonio de lo que ocurrió a nivel social”, contó la directora de la entidad.

El Centro Ulloa está preparando un protocolo de atención a las víctimas del terrorismo de Estado para ser distribuido en los juzgados de todo el país. Los diagnósticos surgen de datos en ocasiones estremecedores, experiencias que se repiten detrás de cada una de las escenas de los juicios.

El Centro trabaja con los testigos antes, durante y después de las declaraciones y generalmente lo hace sólo en los casos en los que alguno de los operadores judiciales les pide intervención. Antes, por lo que una llamada puede disparar en las víctimas. Después, para trabajar con lo que “resuena” en ellas, dice Rousseaux, lo que queda semanas después de enfrentarse a los jueces y se manifiesta en sueños, pesadillas o miedos.

El interior

El Centro empezó el trabajo en serio tras la desaparición de Julio López. Entonces era un programa recién nacido. El día de la desaparición, mientras hacían un seminario sobre las huellas del terrorismo de Estado, empezaron a preguntarse por las herramientas que el Estado debía proporcionar a las víctimas en ese contexto.

La mirada está puesta sobre los testigos. Y lo primero que aparece es una distinción entre los testigos de Capital Federal y las provincias. Hay lugares donde aún no hubo juicios, como Jujuy, Formosa, Entre Ríos, Catamarca, La Rioja o San Juan. En esos lugares aún existe una “imaginería” sobre un juicio oral, como si no se lo pudiesen representar socialmente. En los lugares donde sí los hubo, el testigo aparece sujeto, en ocasiones, a Tribunales que parecen estar a punto de incriminarlo.

Sobre su escritorio, Rousseaux extiende un mapa con la distribución de los centros clandestinos de todo el país. Se detiene en Tucumán, uno de los lugares más inundados de puntos rojos pero desde donde la Secretaría de Derechos Humanos recibió menos testimonios de supervivientes de los campos. “Probablemente -dice la funcionaria- muchos eran campesinos, y muchos no sólo no saben que se están llevando adelante juicios o que pueden ser citados porque lo que no saben es que lo que les sucedió está vinculado con lo que se enjuicia en Argentina”. Hay pueblos que estuvieron tomados enteros como centros clandestinos. En ese sentido, puso como ejemplo a Famaillá. “Es el caso más conocido donde estaba la escuela. Pero el resto de los pueblos fueron directamente intervenidos militarmente”, dijo a Página/12.

“Los militares se instalaron en las casas de la gente. Cuando fuimos hace un tiempo, la gente del lugar nos mostraba el álbum familiar de un cumpleaños de 15 y ese álbum estaba intervenido por las Fuerzas de Seguridad. Si cumplía años una niña, iban a la casa, tomaban la casa e iban a las fiestas porque eran los dueños del pueblo. Vivían en las casas que querían; usaban a las mujeres que querían; en la fiesta soplaban las velitas, se metían en las fotos, abusaban a la niña, y obligaban a las familias a sacarse fotos con ellos. En otros lugares, los testigos tienen ciertos temores sobre qué declarar”, relató.

Según la mujer, esas situaciones tuvieron que ver con el hecho de que se presentaran como militares. “En el primer juicio oral en Salta, por ejemplo, a un juez se le ocurrió hacer un careo entre una víctima y un genocida. Es cierto que no hay una legislación que lo prohíba y ellos se ciñen a la lógica judicial de la prueba, pero lo que no se entiende es qué están trabajando. En Tucumán, por ejemplo, (Antonio Domingo) Bussi interpeló directamente a un testigo. Hubo que pararlo, pero el Tribunal no se lanzó a pararlo. ¡Lo dejaron!”, enfatizó.

La ciudad

En la ciudad de Buenos Aires el relato de los testigos parece enfrentarse con una sociedad más audible. “Aparecen elementos más complejos porque hay un social que está dispuesto a escuchar una mayor complejidad como pasa en este momento en la causa Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA)”, dijo.

En ese sentido, explicó que “poder hablar del nodo central de ESMA, lo que significó el staff, el ministaff o ser mujer en ESMA, este modo tan particularmente perverso de matar al esposo de una mujer y a la noche llevarla a bailar a Mau Mau y vestirla y regalarle ropa. Lo que significó ese espanto y que muchas mujeres hayan testimoniado y hayan dicho: ‘Sí, yo estuve ahí pero yo no fui responsable de nada de eso porque yo estuve detenida en todo este tiempo’; llegar a decir eso era impensable cuando se reabrieron las causas”.

En ese escenario novedoso, aparecen también los problemas. Como si esa complejización no encajara o se chocara con la lógica con la que evalúa la Justicia un testimonio.

Una de las preguntas que se hizo Rousseaux -psicoanalista, además- es ¿qué es una memoria 35 años después?, ¿Y qué memoria se le exige al testimonio?
En el juicio oral por los crímenes del centro en Automotores Orletti declaró a Carla Rutila Artés, apropiada por el parapolicial Eduardo Ruffo en el campo de exterminio. Carla tenía alrededor de un año cuando la separaron de su madre. Durante su testimonio recordó ese momento. Un juez le preguntó cómo estaba vestida la persona que la separó de su madre. “¿Por qué se le pide ese recuerdo?”, dijo Rousseaux y agregó: “Lo peor y lo mejor es que Carla respondió”.

Poco después, el fiscal de la causa le preguntó a Rousseaux sobre ese momento. Quería saber cómo funciona la memoria histórica desde la perspectiva de un niño que no tiene la edad de recordar: ¿el recuerdo puede ser tomado como prueba?
A eso la mujer respondió que ellos no tienen “una mirada biologicista sobre la memoria, la memoria es una reconstrucción y está muy estudiado y publicado lo que significan los procesos de memoria y olvido y de reconstrucción. En estos procesos de reconstrucción no es el testigo solamente el que reconstruye, sino que hay una memoria social”.

En ese sentido, manifestó que muchos de los testigos han planteado dos problemas. “Uno es el temor al olvido de cuestiones que fueron centrales: aquello de lo que fueron depositarios, el nombre de los compañeros, ese deber memorístico que los aplasta porque se prometieron que quienes sobreviviesen iban a dar testimonio, y eso juega. Se desesperan porque piensan que la memoria puede fallar. Temen decir un nombre y no otro. Pero también les pasa que durante el testimonio empiezan a aparecer recuerdos que no habían aparecido nunca en 35 años”.

Isabel Fernández Blanco, por ejemplo, declaró en varias oportunidades desde la Conadep en adelante. El año pasado la convocaron como sobreviviente del circuito ABO (Atlético-Banco-Olimpo), un juicio en el que se juzgaba a ejecutores directos de los centros clandestinos, represores que estuvieron en contacto con los detenidos. En el juicio se los juzgaba por una cantidad de víctimas, Isabel, entre ellas. Ella suele decir que por primera vez sintió que iba a declarar por ‘su caso’, a individualizarse frente a la represión. Eso activó de un modo distinto la memoria. Así, habló de su rol en el área de prensa de Montoneros y de datos que hasta ese momento nunca había contado. “El juicio oral tiene efectos impactantes -dijo otra vez Rousseaux-. No es lo mismo la instrucción que un juicio oral con un social que escucha: en instrucción uno recuerda, y cuando uno declara en el juicio oral, revive, nos decía un testigo”, recalcó.

Otro de los efectos de los juicios entre los testigos es el poder de lo que se habla en las audiencias. “Se da el caso de mujeres que testimonian sobre su violación por primera vez frente a sus hijos en el contexto del juicio”, manifestó la funcionaria. “Hubo una persona que lo hizo, sus hijos estaban presentes en la sala, ella recordó que cuando la torturaban le decían: ‘Vos no vas poder tener hijos, ¡hija de puta!’. Estaban ahí ellos. Eso fue tremendamente fuerte para ellos, presenciar ese relato que a lo mejor en la intimidad familiar aparece descontextualizado del proceso donde eso va a quedar penalizado y donde el reconocimiento social le da otro sentido, dignifica. En el ámbito de lo familiar eso mismo puede sonar un poco indigno, por decirlo de alguna manera”.

Los síntomas

Una de las preguntas que se abren con los testigos es sobre los efectos del reingreso al horror. ¿Qué despierta la situación del juicio? ¿Cuánto puede movilizar la llamada de un juzgado? Mientras explica que una de las víctimas de Orletti, cuando recibió el llamado del Tribunal se encerró seis meses en su casa con un cuadro de fobia, Rousseaux insiste en que la preocupación del Centro es cómo hacer para evitar el reingreso al agujero. “Nosotros somos muy insistentes con eso, y si un testigo -como sucedió en Orletti- no puede presentarse porque tiene terror de ver a los represores adelante, ¿por qué tiene que declarar igual?”, inquirió.

Sobre los problemas que el testigo experimenta después de una declaración, la mujer explicó: “Hay sueños o se abre la necesidad de contar lo que nunca se contó, pero también suceden otras cosas. Una de las hijas apropiadas por un represor que declaró en un juicio, alguien que fue abusada desde los tres años por el apropiador, entró a la sala de audiencias con un audífono porque él la dejó sorda de los golpes que le pegaba cada vez que aparecía la familia buscándola en televisión. Él le daba la cabeza contra la pared, siendo una niña y la culpaba de eso. Ella quiso contar eso en la declaración, y en ese momento se dio un debate entre las partes”.

Entonces, ahondó: “Algunos decían que era someterla a una nueva victimización y el testimonio a su vez tampoco aportaba demasiado a la causa. No había sucedido en el marco del centro clandestino, sino en el marco intrafamiliar”.

Para la funcionaria “el asunto es que finalmente ese es el debate, y no había acuerdo. Y lo que decía ella era que había esperado todos estos años para volver a cruzarse con la mirada de él, con un Tribunal atrás. Finalmente, el Tribunal le propuso terminar la declaración en instrucción. Tres días más tarde nos juntamos y ella me dice que no sabía qué hacer con recuerdos buenos respecto de su apropiador que habían emergido luego del testimonio”.

Y dijo que esa zona gris “aparece todo el tiempo, es terrible, pero es así. Mariana Zaffaroni, por ejemplo, a los 17 años supo que no era hija de los Furci y a los 34 decide enterarse de su historia, pero le llevó 17 años poder hacerlo. En la audiencia de robo de bebés, Victoria Montenegro declaró algo que es muy importante: ‘Yo tengo derecho a mis contradicciones, también en esta declaración’”.

Estas cuestiones que aparecen una vez que el testigo abandona la sala también es material de trabajo para Rousseaux. “El cómo hacer para frenar a los fantasmas”, concluyó.

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