Por Luis María Serroels (*)
Así como quedan selladas las grandes efemérides, en tanto marcan hechos singulares, fenómenos esclarecedores, valiosas historias y el valor de las identidades, resulta imprescindible custodiar la llama viva del Día Mundial del Folklore.
Es imperioso comprender la ciencia folklórica, sus orígenes y su proyección como síntesis y soporte de expresiones características de una determinada región o país.
En 1960 y durante el Congreso Mundial del Folklore reunido en Buenos Aires bajo la presidencia del investigador Dr. Augusto Raúl Cortazar, se ungió como Padre del Folklore al naturalista entrerriano Juan Bautista Ambrosetti, habiéndose fijado como Día Mundial a la fecha de su fallecimiento, que fue el 22 de agosto de 1917 cuando contaba 52 años.
Por extraña coincidencia –o talvez por designio- también un 22 de agosto pero de 1848, el inglés William John Thoms, utilizando el seudónimo Thomas Merton, publicó en la revista El Ateneo, de Londres, un artículo en el cual proponía la utilización de la palabra “folklore” definiéndola como “ciencia del pueblo; lo que siente, cree y canta el pueblo”. Por su parte, un español de apellido Lafone y Quevedo utilizó por primera vez la palabra folklore en nuestro país.
Pero cabe preguntar: ¿quién fue Ambrosetti? Había nacido en Gualeguay en 1865, destacándose por sus estudios realizados en la provincia de Misiones, en los Valles Calchaquíes y en la Puna de Atacama. Apenas tenía 20 años cuando publicó un pequeño volumen sobre sus investigaciones científicas en el Chaco. En 1906 fue designado Director del Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Entre otros trabajos pueden citarse Costumbres y supersticiones en los Valles Calchaquíes; La Civilización Calchaquí; Los monumentos megalíticos del Valle del Tafí; Materiales para el estudio del folklore misionero; Los cementerios prehistóricos del Alto Paraná; Apuntes para un folklore argentino y Fauna de Entre Ríos.
Esta es la dimensión de Ambrosetti y la proyección de su obra, que compromete la gratitud y el respeto de los argentinos. Una calle de Paraná (cercana al Balneario Thompson) lo honra llevando su nombre y además como guía jubilosa, en 1976 en nuestra capital se fundó la Asociación Tradicionalista Entrerriana de la Bajada.
No puede abordarse la tarea del investigador comprovinciano, escindida del concepto integral del folklore y tradición. Porque se trata de rescatar, es decir, recuperar y recobrar. Nada de lo que hagamos sería posible si no lo enlazáramos con todo lo que ha transcurrido a través de la historia. Cada hombre y mujer, desde que el mundo es tal, han dejado su impronta.
Ninguna persona del mundo, por más poderosa y esclarecida que se sienta, está en condiciones de renunciar al pasado. Si le damos la espalda, resulta imposible sostener el presente y más dificultoso aún construir el futuro.
Ese rescate del que se habla, es lo que nos posibilita mantener –como decíamos al principio- la llama del reconocimiento hacia todo aquello que nos precedió. Pero no se trata de un rescate indiscriminado, sino de seleccionar todo cuanto nos llena de orgullo sano, que sirva para mejorar la calidad de vida, modificar positivamente el desarrollo humano, incentivar las virtudes y donde el arte haya tenido mucho que ver. Y por sobre todo, no dejar de lado que grandes conocimientos fueron consecuencia de hombres como Ambrosetti que hicieron surcos al saber del infinito.
Aferrarse a toda esa historia con auténtico sentido reivindicatorio, plasmado en el agradecimiento a las sucesivas generaciones, es lo que concede legitimidad y validez a lo que concebimos como rescate. Unir los testimonios del ayer y asimilarlos con una real gratitud. Hablamos de una trasmisión en un lenguaje accesible, con suficiente amplitud, apoyo recíproco y en especial honradez intelectual.
En el Día del Folklore, es justo rendir homenaje a quienes siguen defendiendo y preservando con mucho esfuerzo esa identidad, su enriquecimiento que no se detiene y cuyo acervo se proyecta con sentido universalista. Dejar de lado cuanto de rico tiene ese saber, es nada más y nada menos que sumirse en las aguas de un vulgar complejo de inferioridad.
“Para crear debes ser consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones debes de crear algo nuevo” (Carlos Fuentes)
(*) Especial para ANALISIS