La imagen se produjo una noche de diciembre. Carlos Aguirre no entendía por qué se le había aparecido en medio del sueño.
-Fernando, quédate conmigo. Te necesito -le dijo.
-No puedo. Estoy muerto. Tengo que irme, pero siempre voy a estar con vos, acompañándote -le contestó el joven paranaense.
Carlos se despertó sobresaltado. Era la primera vez que, en los últimos meses, no lo despertaba el grito de un militar. Su cuerpo estaba totalmente transpirado. Por minutos, no pudo determinar si lo que le había ocurrido era real o ficticio. Recién entró en razón cuando observó la pieza oscura, fría -pese al verano chaqueño- y los gruesos barrotes. En ese momento llegó a la conclusión de que la imagen de su mejor amigo era sólo un sueño. Lloró un buen rato. El sueño era consecuencia del dolor. Todavía no podía entender lo que había sucedido en esos días. El nombre de la ignota Margarita Belén había quedado como un sello. Era el 15 de diciembre de 1976 y en la cárcel casi nadie desconocía la matanza que se había producido, dos días antes, en ese pequeño lugar del Departamento Primero de Mayo, en la provincia del Chaco. Fernando Piérola había sido uno de sus mejores amigos en esos días de cárcel. Era uno de los 13 acribillados y el trago amargo no resultaba fácil de digerir.
El golpe de Estado de marzo había golpeado fuerte en la estructura de la familia Piérola. Fernando tuvo que abandonar Resistencia en los primeros días de la dictadura. El hecho de ser militante de la JP, en la Facultad de Arquitectura de la capital chaqueña, no le asignaba otra chance. En pocos meses lo habían detenido en varias oportunidades y la situación lo llevó a perder el trabajo. Decidió irse a Posadas (Misiones).
Estudiante de la Escuela República de Chile durante el ciclo primario, y de la ENET No.5 y el colegio Nacional Paraná después, con tan sólo 17 años emprendió viaje hacia el Chaco. La partida hacia allí de la familia Morresi, lo terminó por convencer. Héctor Gabriel Piérola, padre de Fernando, era muy amigo de ellos. En verdad, las familias estaban muy unidas en Paraná.
Morresi, uno de los fundadores de la Sociedad Suiza en la capital entrerriana, fue designado con un cargo de importancia en la Universidad Nacional del Nordeste, ubicada en Resistencia. Cuando Fernando llegó con su madre, Amanda Mayor, a principios de 1970, lo primero que hicieron fue acudir a la casa de ellos. Era la mejor forma de lograr asesoramiento para conseguir alojamiento para el flamante estudiante universitario. Ese mismo día, el joven quedó impactado con la belleza de María Julia Morresi. De repente entendió que había hecho 600 kilómetros para encontrarse con el amor de su vida. Al poco tiempo se pusieron de novios y en 1975 decidieron casarse.
Amanda se enteró de la determinación de Fernando, de alejarse de Resistencia. "¿Y vos, hija, qué vas a hacer allí?", le preguntó a su nuera María Julia. "No se preocupe; me quedo con mis padres", le respondió la joven. En verdad, las preocupaciones de Amanda eran otras. En el mes de agosto del '76 las fuerzas armadas detuvieron en Paraná a Alvaro Piérola, su hijo mayor y al poco tiempo también sucedió lo mismo con su hija María Luz. Ambos eran militantes de la JP. La mujer del primero, Susana Britos, estaba embarazada de ocho meses. En realidad, la detención de Alvaro fue por un motivo especial: querían llegar al paradero de Fernando y era una forma de presionar para que ello ocurriera.
Amanda se había separado de su esposo Héctor, trabajaba como profesora particular de inglés y había logrado unas horas de cátedra en una escuela de Valle María. Las detenciones la superaron. No sabía qué hacer ni cómo actuar. Pero le sucedió un hecho extraño. En principio se sorprendió; al tiempo se dio cuenta de su importancia.
-¿Querés ver a tu hijo Alvaro? -le preguntó una vecina, de calle 25 de Mayo, donde ella vivía, en los primeros días de septiembre. "Yo puedo lograrlo, porque tengo mis contactos", le acotó.
La extraña mujer -de la que Amanda nunca quiso revelar su apellido- era conocida de la familia. Era maestra y en épocas de la escuela primaria de Fernando, había sido su docente particular.
-¿Pero es verdad que vos podés? -preguntó Amanda, un tanto incrédula.
-Por supuesto; tengo muy buenos amigos entre los militares. Yo sé dónde está, con quién está y por qué se encuentra detenido. Además, pedí a mis amigos que no le hicieran nada. Es tu hijo y nosotras nos conocemos desde hace tiempo.
La mujer, en ese entonces, era una de las parejas que tenía el principal verdugo de la delegación Paraná de la Policía Federal: el comisario Osvaldo Conde. Y su fuerte vinculación quedó demostrada a las pocas horas. "Mañana te recibe el coronel Trimarco", le dijo.
Amanda llegó temprano a la sede del Comando del Ejército. Trimarco no la hizo esperar. De inmediato le abrió las puertas de su despacho y la recibió con sus mejor sonrisa.
-No me tiene que decir por qué viene a hablar conmigo -se anticipó Trimarco.
-Sucede que considero que es injusta la detención de mi hijo...
-No trate de encubrirlo. Aquí hay una persona detenida, que incriminó a su hijo, como integrante de una organización guerrillera. Lo tenemos acusado de guardar armas y documentación, señora. Y además, queremos saber dónde se encuentra su hijo que está estudiando en Chaco.
-No es cierto. Usted es un mentiroso -respondió Amanda, entre sollozos.
La mujer se había quebrado ante la actitud de Trimarco. Le hablaba casi a los gritos y no dejaba de apuntarla con el dedo. Cada frase era una amenaza. Fue hasta que Amanda se repuso y decidió contraatacar: "Usted no me va a apuntar con el dedo. A mí no me va a señalar, señor ni nos va a destrozar de esa manera. Nosotros somos personas íntegras y con un rol importante en la sociedad". La firmeza de la mujer hizo retroceder a Trimarco. En verdad, no le habían contestado de esa manera en los últimos tiempos y tuvo un efecto positivo. "Está bien señora; yo le voy a hacer ver a su hijo. Para que usted hable con él, se pongan de acuerdo y me confiese la verdad. Yo no le estoy mintiendo. Tenemos constancia de una declaración que le imputa delitos", respondió el militar. Amanda se dio cuenta que podía avanzar un poco más. "Si puedo venir a verlo yo, seguramente no habrá impedimentos para que la mujer de Alvaro, que está embarazada, pueda estar con él por algunos minutos", le dijo. El coronel no quiso hacer más concesiones. "No, señora", le indicó, sin dejar de mirarla fijo y se despidió de ella.
El permiso de visita se lo otorgaron para el 21 de septiembre. Había llegado la primavera y Amanda no tuvo mejor idea que llevarle flores a su hijo. Cuando pasó por una plaza, Amanda se colgó de una duraznero del jardín, totalmente cargado de flores rosadas. Cortó el gajo más grande. Cuando se dio cuenta que estaba cometiendo una infracción, ya era tarde.
-¡Pero mamá, a los presos se les lleva dentífrico, yerba, jabón!. ¿Cómo vas a llevarle flores? -preguntaron, casi al unísono, las hijas menores Cristela María Inés y Emilce Verónica. Tenían 12 y 9 años, respectivamente.
-Disculpen chicas, es lo que me surge en este momento.
******
Amanda se reencontró con su hijo. Fue un momento de felicidad. Cuando terminó la visita, tuvo que pasar por el despacho de Trimarco. Era lo pactado con el militar.
-¿Tiene noticias para mí? -le preguntó el coronel.
-Corroboré lo que le dije ayer: mi hijo no tiene nada que ver con ninguna organización guerrillera. Usted me mintió.
Trimarco la tomó de un brazo y la llevó, casi arrastrando, hasta una sala que estaba casi cubierta con armas.
-Mire señora, esto se incautó en un lugar de Paraná. Lo denunció una persona, que acusó a su hijo como partícipe.
-Usted disculpe, pero no le creo.
Al día siguiente, la mujer se reunió con el número dos, en jerarquía, de la delegación paranaense de la Policía Federal. El comisario Conde se había enterado del encuentro que Amanda había tenido con Trimarco.
-Yo le voy a ser franco. No quiero que pierda su tiempo. Lo que a mí me interesa es que usted se entreviste con Fernando, el estudiante del Chaco. Nosotros sabemos que se encuentra con él. Queremos que cuando ello ocurra, nos avise.
Tiene que ser detenido. Tenemos algunos cargos contra él, por supuestas actividades subversivas. Esa es la orden y usted puede contribuir -dijo el temido policía.
-¿Pero cómo cree que puedo hacer eso?. Yo podré transmitirle el mensaje, en cuanto a que ustedes lo quieren indagar. ¿Pero qué pasa si no acepta?.
-Bueno, entonces dígale que vaya rezando por su alma y que ya busque un lugar para su tumba.
-¿Fue una amenaza, no?
-Sí, señora. Como lo escuchó.
Amanda volvió a acudir a la sede del Comando. No estaba dispuesta a desperdiciar el nexo que le estaba logrando la amante de Conde. Trimarco no la atendió por varios días. La dejaba esperando en la sala. Siempre tenía que concretar actividades pendientes, por lo que postergaba sus encuentros con la mujer. En esas esperas, un día Amanda se sorprendió con el planteo del secretario de Trimarco. "¿Sabe que usted y yo somos parientes lejanos, por una rama de la familia?", le preguntó el secretario del coronel. La mujer, en principio creyó que era parte de otro ardid castrense, pero se dio cuenta que algo de verdad había en los dichos. Estaba casado con una prima lejana. De allí en más, Amanda, para no trasladarse hasta la sede del Comando llamaba por teléfono, preguntaba y el secretario le explicaba los estados de ánimo del coronel. "Mire parienta, hoy mejor no venga, porque el viejo anda medio loco", le decía la mayoría de las veces.
En octubre de 1976, su nuera Susana estaba a punto de parir. Había sido internada en la habitación 115 de la clínica Modelo -sita en calle San Martín-; estaba con dilatación y le colocaron suero. Amanda acudió a Trimarco.
-Coronel, mi nuera está por tener familia. Preciso que lo autorice a salir a mi hijo.
-Avíseme cuando nazca, señora.
-Le estoy avisando.
-Bueno, avíseme cuando se produzca el parto.
A las pocas horas nació el bebé Ramiro Asdrúbal Piérola. Amanda había llegado un tiempo antes. Susana Britos no le recriminó nada, pero no le sacaba los ojos de encima. Era suficiente. Le había prometido a su nuera la autorización de salida temporaria para su esposo. Después del parto, no quiso ingresar a la habitación. Cuando se enteró del nacimiento, lo primero que hizo fue tomar el teléfono público y llamó al Comando. "Mire pariente, para lo único que le hablo es para que la informe al señor comandante que mi primer nieto ya nació y él no cumplió con su palabra", dijo. No podía ocultar la bronca. El secretario de Trimarco quiso hacer un último intento. "Espéreme un poco, que hablo con él", respondió. A los pocos segundos se lo volvió a escuchar en la línea: "Dice el coronel que en no más de 20 minutos su hijo estará en el sanatorio". Amanda no le creyó.
Había transcurrido cerca de media hora cuando fue informada del revuelo que se había producido en el acceso a la clínica. Un grupo de militares cortó el tráfico entre las calles Gualeguaychú y Carbó, para el ingreso de dos vehículos del destacamento. Alvaro Piérola bajó esposado, vestido íntegramente de blanco y con la cabeza casi rapada, secundado por tres guardias. Muchos de los familiares de pacientes internados sabían que había nacido el hijo de un detenido político y les costaba asimilar lo que estaban observando. Cuando el joven padre ingresó se emocionó con tantos saludos de la gente que allí estaba. Cuando le abrieron la puerta de la habitación de su mujer, las lágrimas aún le brillaban en sus ojos .
-¿Cuánto tiempo lo van a dejar? -preguntó Amanda.
-Sólo diez minutos -contestó un oficial.
-¿Pero qué son diez minutos en la vida de una persona? -insistió la flamante abuela.
-Esa es la orden.
-¿Y no le sacarán las esposas?. ¿Cómo va a agarrar a su hijo con las esposas puestas?. Sepan que mi hijo no es ningún criminal.
En los primeros minutos, el joven estuvo esposado. Las escondía debajo de los brazos para su mujer no lo viera en esa situación. Tanto insistió con su pedido Amanda, que al final el oficial accedió al pedido. Incluso, lo dejó a solas con su esposa durante veinte minutos. Cuando se retiraron, Amanda no podía esconder su felicidad: había logrado su cometido.
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Diciembre fue un mes doloroso. Amanda había perdido contacto con su hijo Fernando. Sabía de su partida a Posadas, junto a su joven esposa, como parte de las decisiones que había que tomar en ese momento. Su carácter de clandestino no le permitían contar con mayor información. A mediados de noviembre llamó por teléfono la madre de María Julia Morresi. "Amanda, los dos fueron detenidos anoche; me avisaron sus amigos en Posadas; los llevaron al Chaco", dijo, por la fría línea. Primero detuvieron a la joven. Cuando Fernando reclamó por ella y dijo que era su esposo, también fue aprehendido por personal militar. En realidad, era a él a quien buscaban.
A las pocas horas de conocida la información, a lo primero que atinó Amanda, como salida a la situación, fue a contactarse con su amiga, la ex maestra particular de Fernando. H.M. -tal eran sus iniciales- ya estaba formando pareja con el comisario Conde y terminó por convencerlo de que tenía que ocuparse del tema. En su negro historial fue la única vez que se conoció de su preocupación por la suerte de un preso político entrerriano.
El temido jefe policial partió a Resistencia, pero, según relató a los pocos días, no tuvo respuestas positivas. Ninguna de las autoridades militares chaqueñas permitieron que viera a Fernando. La señal tenía un código: una actitud de ese tipo sólo sucedía con los presos muy lastimados o bien con quienes estaban condenados a muerte.
Conde, en el mes de diciembre, fue el primero que le informó a la familia Piérola de los hechos de Margarita Belén. Un radiograma había llegado a la sede de Paraná de la Policía Federal. El alto oficial tenía la lista de los muertos, pero nunca se la quiso decir. Fue personalmente hasta la casa de los Piérola y les contó el informe oficial: en un operativo de traslado del Ejército, desde Resistencia hasta Formosa, a la altura de Margarita Belén, hubo un enfrentamiento. Varios resultaron muertos, pero también se fugaron varios reclusos. "Creo, en un 99,9 por ciento de posibilidades, que los prófugos pueden estar muertos. Entre ellos, quizás esté Fernando", les reveló.
Amanda volvió a acudir a Trimarco. "No puedo hacer nada. Nosotros estamos divididos en zonas y hay un cierto entendimiento al respecto, para no interferir en la zona que no corresponde. Pero haré lo que pueda", indicó el general, alejándose de la sala de estar, donde la había recibido por algunos minutos. El militar sabía lo que, en verdad, había ocurrido el 13 de diciembre en Margarita Belén. No sólo que se lo ocultó, sino que además le generó cierta expectativa en su respuesta, como para conformarla. A los pocos minutos, Trimarco retornó. "Le conseguí una audiencia con el general Cristino Nicolaides, jefe de la zona Nordeste. Tiene que estar el 20 de diciembre allí. El la va a informar", le manifestó.
Nicolaides no la recibió. La atendió el secretario, un oficial de menor rango, en una oficina muy cómoda, con aire acondicionado. "¿Podré ver a mi hijo y a mi nuera en las fiestas de Navidad?", preguntó ansiosa Amanda. "No sé, señora", le respondió tajante. Delante de ella habló por telefonó y le dijo: "Vaya a la sede del grupo de Artillería 7a. y tendrá que hablar con el teniente Pateta".
Cuando llegó al lugar, el militar la esperaba con una carpeta en la mano. En su portada llevaba el nombre de su nuera: "María Julia Catalina Morresi de Piérola". Durante casi 15 minutos corridos, Pateta habló largo y tendido sobre su María Julia. Nunca mencionó a Fernando.
-¿Y a mi hijo cuándo lo podré ver? -interrumpió Amanda.
-No va a poder ser, señora. Su hijo se encuentra prófugo.
-No le creo señor y quisiera que me documente lo que me está señalando.
Pateta se fue del lugar. Amanda creyó que no volvería más y que iba a terminar detenida. Retornó a los 20 minutos. Traía consigo dos papeles.
-Lea esto -le dijo, extendiendo una de las hojas.
-Disculpe, pero no entiendo nada -respondió Amanda, luego de hacer el esfuerzo.
-Deme, yo se lo voy a leer.
Pateta, en verdad, no leyó nada. Se dedicó a dar explicaciones. "Aquí están las órdenes por las que su hijo y varios detenidos fueron trasladados hacia Formosa y se produjo la fuga de varios de ellos. Esto se hace porque, muchas veces, estos muchachos se convierten en líderes de las cárceles y hay que dispersarlos. Son peligrosos. ¿Usted sabe, señora, que en la cárcel se dedican a hacer pelotitas con el pan, practican puntería entre ellos y después, con las armas en la mano no hay quien los contenga?", añadió el teniente. Amanda lo interpretó como una burla absurda y le insistió con su descreimiento en torno a la presunta fuga.
-Observe este otro papel: aquí está la nómina de los 13 presos, de los cuales murieron ocho y cinco se fugaron; entre ellos, su hijo Fernando.
-No insista, dudo de su palabra.
-Mire señora, le puedo asegurar que es cierto lo que le digo, porque yo estuve a cargo de ese operativo.
-Bueno, si no hay más remedio, quisiera ver a mi nuera.
-No hay problemas.
-¿Pero no preciso ningún papel como autorización?
-No, para nada, porque está en la Alcaidía. Y trate de apurarse, porque el horario de visitas está por finalizar. Le advierto de algo: no le diga nada a su nuera, sobre la fuga de Fernando.
Amanda llegó a la Alcaidía, se presentó como enviada del teniente Pateta y dijo cuál era su intención en ese lugar. Era una oficina muy chica. "Espere un momento", contestó el alcaide Núñez. Cuando le dijo su apellido, el oficial penitenciario se sorprendió. De inmediato reconoció de quién se trataba. Tomó el teléfono, hizo un llamado, informó a su interlocutor de quién era la persona visitante, habló con excesiva sutileza y cortó. "Señora, aquí no hay ninguna María Julia Morresi", manifestó. Amanda no podía ocultar su bronca por la situación. Se fue raudamente del lugar, puteando sola contra Pateta.
Cuando salió del regimiento y llegó a la ruta, hizo detener a un coche que venía a mucha velocidad, para que la llevara hasta la ciudad. No era fácil lograr un ómnibus en ese lugar. Menos en plena siesta chaqueña. Decidió ir a la Brigada de Investigaciones de la Policía. Tenía una versión sobre la posibilidad de que estuviera allí. Al llegar pidió hablar con el jefe de la repartición. Le dijeron que el responsable era el inspector Carlos Thomas. En ese momento no se encontraba. La atendió un oficial Cavallero. Amanda reiteró el reclamo, casi sin titubear: "Vengo de parte del teniente Pateta; estoy autorizada a ver a mi nuera".
El oficial, ante la duda, averiguó, comprobó que había estado con él y le dio una autorización de reunión de cinco minutos, en su presencia. La mujer no le dio importancia al pedido de Pateta: lo primero que hizo fue informarle lo que le habían dicho sobre Fernando. María Julia no sabía nada al respecto, pero presagió lo peor.
******
Amanda volvió a Paraná casi como se había ido. Recién el 30 de diciembre su ex esposo recibió la comunicación oficial: Fernando estaba prófugo y se lo seguía buscando. La misiva decía textualmente: "Comunico a usted que el día 13 de diciembre de 1976, una columna que transportaba personal detenido desde Resistencia hacia Formosa, a la altura del kilómetro 1.042 de la Ruta Nacional No.11, fue atacada por delincuentes subversivos, con la aparente intención de liberarlos o eliminarlos, a efectos de evitar declaraciones comprometedoras. Como consecuencia del choque armado y posterior intervención de otros efectivos del orden, se produjeron bajas en ambos bandos y algunos detenidos lograron fugar. Cumplo en comunicarle que su hijo Fernando Gabriel Piérola logró fugar y aún se encuentra prófugo". La firmaba el coronel Aurelio Baguear, jefe del grupo Artillería 7".
El nombre del militar lo volvió a leer a los pocos días y casi se cae de espaldas. Fue cuando autorizaron a salir a su nuera, con destino a Paraná y a Corrientes. En el nombre de la cédula constaba: "María Julia Catalina Morresi viuda de Piérola".
Amanda viajó urgente a Resistencia. Cuando planteó el tema, el alto militar que la atendió le dijo que había sido un error. "No insista con esto, porque lo único que logrará será perjudicarla a su nuera". No hizo ninguna gestión; trató de preservar la figura de su nuera, que siguió un año presa en Resistencia. La Justicia Federal la había condenado a dos años de prisión por su supuesta participación "en actividades de índole subversivas", pero se le acortó su cumplimiento efectivo. Amanda la visitaba una vez por mes: ingresaba al calabozo en que se encontraba a las 8 de la mañana y salía a las 11.
No retrocedió un instante en reclamar por el paradero de su hijo. Pero los problemas se le fueron agrandando. A fines de febrero de 1977 se volvió a conmocionar cuando le dijeron que, esta vez, había sido detenida su hija mayor, María Luz Piérola. Apenas se enteró, le pidió por favor a su otro hijo, Gustavo, que se fuera de Paraná. El joven, que ya estaba casado y con una hija, partió hacia Capital Federal y de allí a Brasil, donde se quedó viviendo por varios años como exilado.
María Luz estaba de novia con Mario Eduardo Menéndez, un joven enrolado en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) e identificado con los postulados de la JP. Era hijo de un comisario de la Policía de Entre Ríos y de Dora Genolet. La madre de Mario había sido compañera de estudios primarios y secundarios de Amanda Mayor, en la escuela Las Heras y en la Normal, respectivamente. Las familias eran muy amigas. La señora Genolet tenía hermanos que eran militares en actividad en ese momento.
A mediados del '76, el joven Menéndez había ido a trabajar a Paraná y regresaba a Concordia semanalmente. Cuando sus padres le informaron, en una oportunidad, de la detención de tres de sus amigos, se asustó. Los aprehendidos habían sido Horacio Moro, Jorge Esteban Molinelli y otro chico de apellido Mayn.
Molinelli fue levantado el 1o. de mayo de 1977. Hasta ese día había estado escondido con Gustavo Hennekens, a quien también llevaron. Primero estuvo preso en Concepción del Uruguay; después fue derivado a Paraná. En los dos lugares resultó salvajemente torturado. Moro denunció que la tortura consistía en la aplicación de " picana, golpes en el rostro y en los oídos; golpes en los testículos con una varilla de metal y le aplicaban una bolsa plástica sobre la capucha, con la que lo apretaban para que no pudiera respirar". El interrogatorio apuntaba siempre hacia un mismo sentido: conocer detalles sobre la vida del soldado Papetti y de Menéndez.
El 25 de marzo de 1987 declaró ante la Cámara Federal de Paraná el ex policía Héctor Francisco Espinosa.
-¿Qué recuerda usted sobre el caso del joven Menéndez? -le preguntó uno de los camaristas.
-Recuerdo que el señor Matías Escolástico Menéndez me fue a ver en el año 1978, cuando me desempeñaba como jefe de División Informaciones, siendo inspector mayor, aquí en Paraná. Me pidió si podía hacer algo con respecto a la desaparición de su hijo; que le diera alguna información o algún dato al respecto. En forma informal hice las averiguaciones del caso, sin obtener dato alguno. Me acuerdo que había una ficha del hijo de Menéndez pero en ella no constaba ningún dato al respecto. Había fichas rojas y blancas; las rojas indicaban tendencias izquierdistas y la de Menéndez era roja.
-¿Recuerda si existían listas de personas de las cuáles se quisiera averiguar su paradero?
-Sí y creo que las fichas de referencia se conservan.
En 1976, la nómina de oficiales y suboficiales de la Jefatura Departamental de Concordia estaba compuesta por el siguiente personal:
* Oficiales:
-Inspector mayor Campbell Pedro Fernando Ramón;
-comisarios principales González, Félix Emilio y Acevedo, Paulino.
-comisarios Cabrera, César Rafael; Sabattini, Justo José y Ponte, Rafael Bernabé.
-subcomisarios: Mioniz, Gabino (médico,'); Kremer, Emilio Manuel Enrique; Pintura, Miguel Julio; Barrios, Juan; Ortíz, Juan Carlos; Anzoldi, Ramón Antonio.
-oficiales principales: Laiño, Noveno Ramón; Martínez, Héctor Oscar; Caballero, Urbano; Gamarra, Héctor Gregorio; Lescano, Francisco; Baldesari, Juan Carlos.
-oficiales auxiliares: Malvicino, José Alcides; Esquivel, Ramón Norberto; Ramírez, Erardo Remigio; Aciar, Santos Nemecio; Torres, Ernesto Pascual; Arce, Juan Viviano, Navarro Roberto, Arévalo Jorge Oscar; Romero, Bonifacio; Marín, Carlos Alberto.
-oficiales ayudantes: González, Pedro Clementino; Brogna, Elena Leonor; Carrazoni, Carlos Andrés (médico,'); Pecharoni, Miguel Luis; Moix, Oscar Cipriano; Palacios, Anibal Ruperto; González, Santiago; Fabricius, Ernesto José; Alloatti, Ramón Adolfo; Marcolini, Héctor Agustín; Mirondo, Miguel Angel; Quintana, Juan Carlos; Alarcón, Torres Sixto Rubén; Rodríguez, Omar Alberto y García, Daniel Alejandro.
-oficiales subayudantes: Cardozo, María Rosa Fontana de; Alejandro, Héctor Máximo; Graglia, Héctor Rubén; Tabuenca, Mario Edgardo; Romeau, Juan Manuel; Bocchio, Luis Ramón; Ducasse, Orlando Julio; Cardona, Héctor Mario; Capellino, Juan Carlos; Leguizamón, Néstor Alberto; Dopazzo, Hugo Antonio; Méndez, José Ramón y García, Alejandro Ricardo.
* Suboficiales:
-suboficial mayor: Benítez, Salvador Saturnino.
-suboficial principal: Tovani, Juan Aureliano.
-sargentos primeros: Pérez, Elvio; Moreno, Humberto; Villalva, Ricardo Nazario; Almada, Anselmo Oscar y Dap, Adán Catalino.
-sargentos: Cardozo, Cruz; Benítez, Alfredo; Moreno, Fernando; Monzón, Ernesto; Maidana, Rubén Exequiel; Busse, Ramón Jesús; Benítez, Hilario; Kalbermatter, Sansón; Quintana, Isabelino y Baldassini, Eristo.
-cabos primeros: Correa, Emeyterio Bernardino; Goggia, Juan Ricardo; Saragoza, Carlos Daniel; Franco, Pedro; López, Diego; Etcheverry, Miguel Osvaldo; Castillo, Antonio Victorio; Salini, Juan José; Silva, Emiliano Santos; Zapata, Sebastián José; Lencina, Alberto y Sotelo, Miguel Angel.
-cabos: Cabral, Carlos Alberto; Bregant, Angel Emilio; Félix, Miguel Omar; Silva, Ubaldo; Berón, José Gregorio; Morales, Claudio Lorenzo; Martínez, Mariano; Silva, Máximo Fermín; Altamirano, Santiago Samuel; Etchevarne, Jacinto Pedro; Ruíz, Benjamín; Vera, Carlos Romero; Godoy, Juan José; Ramírez, Juan César; Alegre, José Ramón; Rodríguez, Próspero; Ritter, Ricardoy Chamorro, Justo Antonio.
El único policía de la Jefatura Departamental citado fue Héctor Oscar Martínez. También concurrió a la sede judicial el 25 de marzo y el interrogatorio fue muy escueto.
-¿Qué funciones cumplía usted en la Policía de Concordia? -preguntó el camarista Gabriel Chausovsky.
-Me desempeñé como funcionario de la División Investigaciones de la Jefatura Departamental Concordia de la provincia de Entre Ríos entre el 5/9/75 y el 28/2/78.
-¿Cuál era la relación con el Ejército?
-Se hacían a través de la Sección Inteligencia de la Policia, al que era ajeno el personal de Robos y Hurtos al cual pertenecía.
-¿Conoció al teniente primero Echeverría, que se desempeñaba en el Regimiento de Blandengues de Concordia.
-Lo conocí de vista.
-¿Ustedes colaboraban con el Ejército en la lucha antisubversiva?
-El personal policial acompañaba a los efectivos militares, en razón de que la Jefatura Departamental Concordia estaba bajo el control operacional del área 225, en ese entonces a cargo del actual general Naldo Dasso.
-¿Conoce a otro oficial de Policía, de apellido Martínez, que se haya desempeñado en Concordia a partir de 1976?
-En tal fecha se desempañaba mi hermano Orlando Antonio, en la Policia de Concordia. Actualmente es oficial principal.
-¿Y a un oficial de apellido Ponte?.
-Sí, trabajaba con un comisario de apellido Ponte.
Ponte figuraba en la lista enviada por la Policía de Entre Ríos. El que no aparecía era Orlando Antonio Martínez. Pero no se le pudo encontrar explicación.
*****
Mario Menéndez no quiso dar explicaciones familiares cuando se borró de su casa. Incluso, en esos días de 1977, el padre del joven -que era policía de la sede de Jubileo- le dijo a su esposa que un grupo de hombres del Ejército y la fuerzas de seguridad habían llegado hasta su seccional para informarle que existía una orden de detención contra su hijo. A las semanas, un oficial de apellido Espinosa le solicitó una foto. El policía Matías Escolástico Menéndez, casi coincidentemente con la detención de la novia de su hijo, recibió un llamado anónimo en el mes de septiembre. Allí se le informaba que Mario había sido detenido en Rosario y que tenía que hacer algo por él. Menéndez se entrevistó con Trimarco, como así también con el general Paredes, pero ninguno le pudo informar nada.
María Luz había ido a Concordia a encontrarse con su novio, que ya permanecía en la clandestinidad. Llegó a la casa -donde también estaba guarecida Beatriz Pfeiffer- y un operativo las terminó deteniendo. Les vendaron los ojos y las trasladaron a un lugar cercano al río. Las torturaron toda la noche, preguntándole por Menéndez. Al día siguiente fueron llevadas a Paraná. La madre de María Luz, Amanda Mayor, pudo estar con ella a los pocos días de la detención. "Mami, podemos ver el exterior de la celda", le dijo en ése encuentro. En realidad, había una pequeña ventanita con barrotes y si se apoyaban entre ellas, podían observar lo que sucedía en la calle. Una de las compañeras de celda era María Eugenia Saint Giron, quien apenas cayó detenida parió un bebé, que era el mimado de las reclusas. Incluso, una de las presas, en determinado horario del día, se saludaba con su marido, quien estaba estratégicamente ubicado en el exterior.
Amanda no tuvo mejor idea que contárselo a Héctor Jozami, uno de los mejores amigos de María Luz. "Yo quiero verla; tenemos que coordinar la forma de observarnos", le dijo. Cuando la joven apareció entre las rejas de la ventanita, Héctor no pudo ocultar su alegría: empezó a tirar besos y a saludar efusivamente con los brazos. Fue hasta que uno de los militares observó lo que estaba haciendo. Jozami terminó dos días en la cárcel y a las detenidas le cerraron la ventana con una chapa, por lo que la habitación quedó completamente a oscuras. Fue tal la depresión de Héctor que durante las horas de encierro hizo un poema cargado de dolor e impotencia, que aún guarda entre sus pertenencias. María Luz quedó libre a fines de 1977. Antes que se adoptara tal decisión, Amanda fue convocada por el jefe de Investigaciones del Ejército, coronel Ibarra.
-Yo le puedo garantizar la libertad de su hija, pero la invito a que nos informe de todo lo que se entere sobre las actividades subversivas que ocurren en la ciudad. Esto es algo que le he pedido encarecidamente a todos los familiares de detenidos con los que he hablado -dijo el militar.
-Sepa coronel que no creo en el acercamiento de alguien para contarle algo comprometedor, ya que nunca he oído ni he sabido de nada. No obstante, tenga en cuenta que estoy dispuesta a brindar mi colaboración al país para que todo marche mejor, lo que estoy cumpliendo dentro de mis posibilidades.
Cuando Amanda comentó el episodio a los familiares de detenidos y desaparecidos, los que se reunían en la parroquia del Carmen de Paraná, notó cierto rechazo. Era evidente que se dudaba de ella: había logrado la libertad de dos de sus hijos y hablaba asiduamente con los hombres del poder militar en Entre Ríos. Así fue como decidió retirarse del grupo.
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Amanda se abrazó fuerte a su hija cuando quedó en libertad. Era una forma de recuperar fuerzas ante tanta impotencia junta. Había pasado más de un año de la desaparición de Fernando, no había novedades sobre él, pero un telegrama llegado al domicilio particular de la familia le generó expectativas.
Textualmente decía:
"Distrito Militar Entre Ríos
LLAMADO AL SERVICIO MILITAR
Sr.
PIEROLA Fernando Gabriel Sorteo No.989
Domicilio: 25 de Mayo 628
PARANA Entre Ríos
Preséntese de inmediato, a las 0,700 hs., en el Distrito Militar Entre Ríos - Avenida Ejército y Alvarado - Paraná con Libreta de enrolamiento, para su reconocimiento médico, el 20 de diciembre
Firmado: Suboficial principal Casimiro Angel Monzón
Encargado del Grupo de Servicios"
Acudió al juez Federal de Paraná, Jorge Augusto Enríquez, y le consultó qué actitud tenía que adoptar. El magistrado le dijo que esperara un momento y se cruzó hasta la sede principal del Comando del Ejército para averiguar la situación.
Enríquez era considerado un hombre de Trimarco y acostumbraba a preguntar cada uno de los interrogantes que se le planteaban en su despacho. A la media hora retornó. "Señora, me dicen que deje las cosas como están. No habrá problemas. Usted sabe que Fernando sigue desaparecido...", le respondió.
Recién a principios de 1982 decidió acudir en la búsqueda de su su hijo, a través de la vía judicial. En ese entonces, el doctor Julio Federik quedó a cargo del Juzgado Federal, en reemplazo temporario de Enríquez. Amanda no pudo olvidar el episodio y quedó muy mal con la actitud del letrado paranaense: ni siquiera le permitió abrir la carpeta con las informaciones que daban cuenta de la situación de su hijo. "Yo nunca traté ningún caso de subversión y no lo pienso hacer", le respondió. Con los meses, Federik se dio cuenta de su error y cambió totalmente su postura, convirtiéndose en uno de los defensores de presos políticos que aún quedaban en prisión en Paraná.
La reapertura democrática la animó a reconstruir la historia de lo sucedido en Margarita Belén. Amanda decidió armar las valijas y viajó a Chaco con María Luz. Era el mes de octubre de 1983 y faltaban pocos días para las elecciones.
Recorrió cada una de las calles de Resistencia, para poder dialogar con ex detenidos, conocidos de Fernando Piérola. No resultó fácil: poco a poco fue descubriendo el horror de una masacre, en la que su hijo había sido uno de los tantos acribillados por la fuerza militar. Todavía conservaba la esperanza de hallarlo en algún lado. Creía aún que seguía escapando. Pero se encontró de frente con la realidad: era una de las tantas víctimas del episodio de Margarita Belén.
El plan de aniquilamiento -comprobado luego por la usticia Federal de Resistencia- fue diagramado en días previos al hecho. El operativo determinaba la destrucción de los cuadros de la JP, por no querer colaborar política y económicamente con las fuerzas militares. Al parecer, en los meses previos había caído en manos de algunos generales de la zona una documentación de Montoneros. Allí se indicaba que la JP de Resistencia había recibido cerca de dos millones de dólares, enviados, desde Paraguay, por el empresario David Graiver (acusado por los militares de financiar las actividades guerrilleras), para la realización de tareas en zonas rurales. Muchos de los detenidos se habían visto sorprendidos por los torturadores cuando se les preguntaba: "¿dónde está la guita que les llegó?".
El 9 de diciembre de 1977, el entonces general de División, general Cristino Nicolaides, el coronel Miguel Angel Baguer -titular del grupo de Artillería 7- y el coronel Jorge Alcides Larrateguy -jefe de la guarnición militar Resistencia- llegaron hasta las inmediaciones del Kilómetro 1.040 de la ruta 11, en proximidades a Margarita Belén, cabecera del Departamento 1o. de Mayo del Chaco. Baguer, en esa fecha, tenía una hija desaparecida, a la cual nunca le quiso dar su apellido.
"Aquí debe ser", indicó el general Nicolaides. La geografía del lugar, ubicada a la izquierda de la ruta, mostraba una densa zona de monte, casi impenetrable.
Baguer retornó al regimiento y fue concreto: "El general ya dio la orden y eligió el lugar. Se hará en la madrugada del 13. Hay que organizar las tareas previas". Ese mismo día, un integrante de la fuerza de seguridad concurrió a dos funerarias de Resistencia. Los directivos de las firmas Debonis S.A. y Gialdroni S.R.L. no se sorprendieron demasiado cuando el alto oficial de Policía pidió presupuesto para 20 féretros. En otras oportunidades se habían tenido que enfrentar a situaciones similares y no era conveniente mostrar alguna reacción. Mientras tanto, el capitán Schenone, interventor militar de la comuna de Resistencia, se ocupó de organizar lo concerniente a las sepulturas. El día 10, a primera hora de la mañana, el encargado del cementerio del oeste de la ciudad recibió la directiva por vía telefónica. El propio Schenone se encargó de llamar. "Hágame urgente la reserva de 17 solares y, a su vez, encárgeme la construcción de 20 féretros en la carpintería municipal", ordenó el militar. "Mi capitán; está todo listo", le informaron dos días después.
Varios de los militantes de la Juventud Peronista de Chaco fueron informados, en el mediodía del 12 de diciembre, que iban a ser retirados de los pabellones de la Unidad Penal Número 7, para ser trasladados. La comunicación se la dieron a Néstor Salas, uno de los cuadros juveniles más importantes. En septiembre había sido padre de un hermoso bebé, nacido en cautiverio, ya que su esposa también estaba detenida. Lo había conocido a la distancia. El encuentro distante fue en el Juzgado Federal de Resistencia: el pequeño Juan Andrés dormía entre las manos esposadas de su mujer.
Salas había sido uno de los fundadores de la JP de La Plata, en la década del '60 y estaba militando en el Chaco cuando lo detuvieron. Era uno de los más queridos por los reclusos. Por su actitud humana. Cuando cayó a la cárcel un joven militante, de 17 años, y al poco tiempo se enteró de que lo había dejado la novia, el chico se quebró. Salas hizo de contención del muchacho; se dedicó a escucharlo y a acompañarlo en todo momento.
Patricio Blas Tierno, otro de los detenidos, había sido advertido por un guardia penitenciario, en los días previos, de lo que podía suceder esa semana. "Si para Nochebuena están vivos, deben darle gracias a Dios", le dijo.
"Salas, preparen sus cosas, que nos vamos de aquí", le comunicó el celador, poco después del almuerzo. Salas puteó y pidió que alguien se responsabilice por la seguridad de los detenidos. Su reclamo no tuvo ningún eco. El agente penitenciario lo dejó hablando solo en la celda. El Flaco Salas retornó junto a sus compañeros y decidió reunirlos. "Me acaban de informar de un traslado de varios de nosotros. Yo sé que nos van a matar, pero sepan que no será en vano. La lucha debe seguir. Hasta la victoria final".
Salas empezó a lagrimear. No fue el único: en el resto de sus compañeros sucedió lo mismo. El dolor trató de mitigarse con una reacción espontánea. Muy suavamente, las estrofas de la marcha Los Muchachos Peronistas comenzó a sonar en cada una de sus gargantas. Como en los días de militancia. A los pocos minutos, el canto se hizo incontenible. Nunca la habían entonado con tanta pasión. El Flaco cruzó la reja, hizo su saludo con la "V" y se alejó.
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Los presos retirados de la Unidad Penal llegaron primero al regimiento de Liguria y luego a la Alcaidía. Eran las 7 de la tarde del 12 de diciembre. A las 21,30, Salas y el resto de los detenidos se dieron cuenta que no eran los únicos que estaban allí.
En el comedor fueron concentrados todos los presos. Eran todos de la JP chaqueña. Uno de ellos era Fernando Piérola, quien se encontraba junto a Luis Díaz y Carlos Zamudio, entre otros. Fernando había sido detenido en Posadas el 15 de noviembre, trasladado a Saenz Peña, a la estancia El Arbolito -que funcionaba como centro clandestino de tortura-, posteriormente a la Brigada de Investigaciones y finalmente a la Alcaidía.
Los 15 reclusos que allí estaban fueron torturados en forma conjunta durante cinco horas. A Salas le clavaron un bayonetazo en la espalda y habían decidido no atenderlo. Muchos gritaban ante el dolor de los golpes y la picana. Pero también hubo quienes no emitían sonido. En los códigos montoneros, era una especie de revancha hacia el enemigo. Era una actitud de orgullo: la de no bajar la cabeza ante un enemigo implacable y feroz.
Los detenidos eran obligados a pasar por una doble fila de policías uniformados que los apaleaban sin piedad. Hubo quienes murieron en la tortura. Una de las víctimas fue una joven. Otros fueron trasladados a un nosocomio, por su estado de gravedad. A uno de los jóvenes lo tuvieron que llevar envuelto en una frazada, con la cabeza fracturada, al punto tal que -según los testigos- "se le salía prácticamente todo el cráneo".
En las primeras horas de la madrugada del 13 de diciembre se produjo el cambio de guardia. Hubo un toque de silbato y se escucharon los altavoces. "Los siguientes detenidos deben preparar urgente sus efectos personales para ser trasladados a la cárcel de Formosa: Luis Angel Barco, Mario Cuevas, Luis Arturo Franzen, Patricio Tierno, Manuel Parodi Ocampo, Néstor Salas, Carlos Duarte, Julio Andrés Pereyra, Fernando Gabriel Piérola, Luis Alberto Díaz, Ricardo Zapata Soñaz, Roberto Yedro y Carlos Zamudio", indicó la firme voz. Los trece presos políticos -la mayoría de ellos muy afectados por la brutal tortura- se quedaron esperando junto a la puerta de cada una de las celdas. Los domingos no eran usuales los traslados y no se entendía muy bien el cambio de cárcel. La de Resistencia era de máxima seguridad; la formoseña, de mínima seguridad.
Como parte del operativo, ya en horas de la noche se había decidido el corte de la ruta, 500 metros antes y 500 metros después del lugar elegido. Más de 100 efectivos policiales fueron dispuestos como cordón de seguridad. El mismo 13 de diciembre, a primera hora de la mañana, LT5, Radio Chaco transmitió un comunicado que explicaba lo que había ocurrido: "Siendo aproximadamente las 4,30 horas, una columna que transportaba detenidos subversivos hacia Formosa fue atacada por una banda armada en la Ruta 11, próxima a la localidad de Margarita Belén. Tres delincuentes subversivos fueron abatidos en el enfrentamiento producido, logrando huir los restantes". Lo firmaban las autoridades militares del Comando de la Séptima Brigada de Infantería. A la tarde, un nuevo comunicado avisó a la población que a las 15,40 horas las fuerzas conjuntas abatieron "en otro enfrentamiento, a dos delincuentes subversivos" y que "no se registraron bajas en las fuerzas conjuntas". El diario El Territorio de Resistencia también informó al respecto. Reiteraba buena parte de los comunicados y agregaba que "dos integrantes de la custodia resultaron heridos".
Nunca se conoció a ninguno de los militares supuestamente lesionados; tampoco se encontraron rastros del supuesto enfrentamiento en los vehículos utilizados esa madrugada. Ni siquiera cubiertas afectadas, ya que en su momento se indicó que los miembros de Montoneros habían sembrado de clavos miguelitos la ruta, para detener a los camiones militares.
En la cárcel, donde se podía escuchar radio, enseguida se interpretó que el traslado había derivado en el aniquilamiento de los detenidos. Es más: uno de los presos que se encontraba en la Unidad Penal, Omar Rafael Solís, dijo que cuando concurrió al baño pudo escuchar a varios de los guardiacárceles que comentaban el hecho. "Los mataron a todos; los borraron a todos", relataron los agentes penitenciarios. Uno de los custodios comentaría también que había sido llevado a Margarita Belén con otros compañeros de promoción, a las pocas horas de los sucesos y pudieron ver a los camiones del Ejército recogiendo cadáveres.
Cuando llegaron los cuerpos al cementerio de Resistencia, las autoridades militares ordenaron la salida de todo el personal municipal. Sólo ellos debían saber quiénes iban a ser enterrados y en qué lugar. Después se comprobaría que, con fecha 13 de diciembre de 1976, en el libro de Entradas y salidas del cementerio figuraba el ingreso de 10 cadáveres, todos con el correspondiente certificado de defunción y adjudicando las muertes a heridas de bala. Cinco o seis fueron ingresados como N.N. y el resto, con nombre y apellido.
Algunos de los cadáveres fueron entregados a sus familiares. Los allegados a Zamudio, cuando solicitaron información por el detenido, le explicaron en Resistencia que era uno de los prófugos del hecho. Que lo habían perseguido y que lo habían encontrado recién el 17 de diciembre, cerca de Posadas. Les indicaron que al resistirse resultó muerto. Les entregaron un féretro cerrado, con la prohibición de abrirlo. En el Regimiento de Resistencia les dieron también el certificado de defunción: la fecha indicaba 13 de diciembre.
-¿Cómo puede ser esto, si usted me está diciendo que murió el 17 de diciembre? -reclamaron la madre y la esposa de Zamudio.
-Es un simple error -se justificó el militar, sin darle mayor importancia.
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Por todos los medios se trató de borrar huellas comprometedoras. Cuando se inició la investigación de los hechos, en 1985, el Servicio Penitenciario Federal informó que no existían constancias sobre los detenidos que egresaron de la Unidad Penal Número 7 entre el 10 y el 13 de diciembre de 1976: ninguno de los libros apareció. Tampoco se pudo establecer la nómina del personal de guardia, tanto en la Dirección de Investigaciones como en la Alcaidía Policíal, durante esa fecha. Investigaciones informó que "los libros se quemaron en un incendio producido en 1976"; Alcaidía desconocía el destino de tal información. Allí no sólo faltaban los libros correspondientes al período que iba desde el 20 de noviembre al 18 de diciembre de 1976, sino también las copias de los partes diarios correspondientes al período comprendido entre el 9 de julio de al 31 de diciembre de ese año. El Grupo de Artillería 7 y el Destacamento de Inteligencia 124 indicó -ante la requisitoria judicial- que no era posible "informar lo solicitado, ya que los archivos correspondientes a esa época fueron incinerados, dado el tiempo transcurrido".
En la Jefatura de Policía del Chaco sólo se encontró archivada documentación de los años 1982 y 1983 en adelante. Lo único que se halló fue el libro de Novedades del Centro de Operaciones Policiales, donde aparecen constancias del hecho, registrándose el enfrentamiento. El parte indica que la columna militar fue atacada por cuatro vehículos, uno de ellos marca Peugeot, que quedó en el lugar de los hechos, con sus dos ocupantes muertos. Añadía que el personal de seguridad que resultó herido fue conducido a Resistencia, dándose cuenta además de otras "tres bajas entre los detenidos" que se trasladaban y que "fugaron del lugar del un total de cinco subversivos".
La Cámara Federal de Resistencia comprobó que en Margarita Belén hubo una masacre. La resolución fue firmada por la totalidad de los camaristas, luego de investigarse la muerte de Patricio Blas Tierno, a raíz de la denuncia de su padre, Raúl Tierno, oriundo de La Plata.
El escrito señalaba textualmente:
"Los elementos recogidos llevan al Tribunal a la convicción de que se ha tratado de encubrir un accionar que en nada se aproxima a la versión oficial. El día inhábil en que se produjeron los hechos; su modalidad; las noticias contradictorias existentes proporcionadas por fuentes absolutamente fidedignas como son las emanadas del Ejército; las órdenes y contraórdenes relacionadas con este enfrentamiento; lo que surge de los dichos contradictorios de los policías Cenique, a la sazón jefe de la Policía y Alvarez Paz, alto funcionario policial, en cuanto al desconocimiento del primero de casi todo lo relacionado con este hecho, al contrario de lo afirmado por el segundo, nótese que ambos estuvieron en forma inmediata en el lugar de los hechos; la poca diligencia para tratar de individualizar los cadáveres, no identificados mediante rastros dctilares; la hora inoportuna en que se produjo el traslado de los detenidos, cuando aún no había salido el sol, sin contar con que el manto de la noche cubría el operativo, posibilitando cualquier sorpresa; la total ausencia de aviso a la Unidad 10 de Formosa, presunto destino, como consta en autos en forma por demás insólita; la omisión de vigilancia o apoyo; la falta de peritajes de práctica; la no intervención judicial en la esfera castrense; la renuencia para entregar los cadáveres de las víctimas a sus familiares a los que incluso llegó a ocultársele el hecho del fallecimiento, como está expresado en autos y demás antecedentes mencionados anteriormente, constribuyen a esta Cámara a afirmar que Patricio Blas Tierno y sus compañeros en la columna antes citada fueron muertos por las fuerzas encargadas de su traslado y no por elementos subversivos como oficialmente se anunció".
(Texto del capítulo "Amor y lucha" del libro "Rebeldes y ejecutores", de Daniel Enz, publicado en noviembre de 1995)