Que el derecho no se vuelva utopía

agua potable

Por Luis María Serroels  (*)

Ese enorme poeta y escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió que “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para avanzar”. Claro que en la relación entre gobernantes y gobernados existe otra dimensión de la esperanza.

De acuerdo a las proyecciones efectuadas en 2015, la Ciudad Paisaje alcanzaría en el censo 2020 una población muy cercana a los 300.000 habitantes. Pero es un dato ilustrativo e interesante la casi fusión como Gran Paraná, que enlaza Oro Verde, San Benito y Colonia Avellaneda con sus respectivas  autonomías municipales, sus logros, su empuje, sus afanes y la idiosincrasia de su gente.

Gobernar y conducir un centro urbano como nuestra Ciudad Paisaje tiene sus aristas muy especiales. Pero ello no pareció arredrar al arquitecto español Santos Domínguez y Benguria (1841-1905) cuya obra no todos conocen debidamente. Fue concejal, intendente (por un día), diseñó el escudo municipal, construyó el Palacio Municipal, la Capilla de San Francisco de Borja, el bellísimo edificio de la Sociedad Española (del cual sólo sobrevive su frente), el Puente de los Suspiros (Parque Urquiza), el Puente Blanco y el Puente del Antoñico, sirviendo asimismo como contador de Urquiza (1867-1870)y desempeñando funciones diplomáticas.

Todo cargo público siempre ha sido un desafío cotidiano, un reto a la imaginación. Y por nuestra comuna han pasado figuras progresistas dotadas de visión y honradez a toda prueba.

La problemática que genera históricamente la relación entre las sucesivas administraciones comunales y la ciudadanía, es harto conocida. Alternan los almibarados discursos de campaña adornados con promesas –cuyo incumplimiento después se busca justificar trasladando responsabilidad al turno anterior- con la incapacidad para solucionar las carencias de servicios críticos que barrios enteros soportan y que generalmente terminan en resignada aceptación cuando religiosamente se les vuelca en cada Tasa sin importar si el servicio se prestó satisfactoriamente, o directamente no se prestó.

Anoticiarse de que en tal o cual zona los vecinos llevan semanas sin recibir la bendita agua potable –en medio de temperaturas insoportables- que conllevan  el impedimento de satisfacer múltiples necesidades: cocina, aseo personal, lavado de ropa e higiene de baños, entre otras elementalidades, provoca tristeza. Es lisa y llanamente un atropello a los ciudadanos, que con esfuerzo desembolsan sus recursos para acceder a una prestación finalmente no efectuada pero infaltable en las boletas bimestrales.

Cuando el problema es técnico la lógica indica acudir a solucionarlo. Para ello están esforzados trabajadores cuyas guardias no reconocen domingos y feriados por lo sensible del servicio a restablecer. Suelen aparecer vertientes de la milagrosa agua potable –insustituible tesoro- en calles durante un considerable tiempo y ello entraña  un real desperdicio porque ese bien les está faltando a  muchos hogares. Nadie ignora que la gran vetustez de parte de la red de agua potable de la ex Capital de la Confederación Argentina, genera una muy crítica situación cuyas  muestras se observan a diario. Si el milagro del tendido de la red de gas natural significó una durísima experiencia con final feliz y aroma a progreso, piénsese lo que significaría el reemplazo de los viejos conductos de agua potable para las actuales y las venideras generaciones.

La denodada labor del personal de Obras Sanitarias en procura de solucionar cada problema en una ciudad que, como se ha dicho, ronda los 300.000 habitantes, amerita incorporar más modernidad y mano de obra debidamente capacitada y no centrarse tanto en inflar los planteles de oficinas que alimentan la añeja y conocida burocracia. La tranquilidad y el bienestar de los contribuyentes lo exigen como un derecho elemental.

Los medios audiovisuales exhiben a diario una tarea riesgosa y a veces en un cuadro de fetidez inaguantable, que demanda la normalización de servicios críticos donde se atribuye el problema al desgaste de caños obsoletos. Ninguna administración puede quedar fuera de las responsabilidades ya conocidas durante las campañas electorales.

Muchos servicios no se prestan con la seguridad y continuidad deseables y, lo peor, aquellos de tan extrema necesidad que ponen en riesgo la salud.

El plan para hacer pozos en una acción de emergencia para proveer agua en lugares críticos, puede ser una salida transitoria, pero no deja de resultar un simple paliativo. Hay vecinos que hablan de un problema de antaño sufrido en verano, pero esto lleva a averiguar qué estudios se encaran para solucionarlo con carácter definitivo. Un interrogante resulta pertinente: ¿quién puede arrojar la primera piedra?

El tema de la lucha por el agua potable envuelve a todas las gestiones municipales. Es una suerte de clásico que tantas cefaleas les causa a los gobernantes comunales.

Paraná es una Ciudad Paisaje apegada a uno de los cursos de agua dulce más largos del planeta, proveedor de bienes incomparables. Con su color de león besa nuestra costa en su eterno andar. Es el agua dulce que millones sueñan con poder aprovechar. El río es vida y su cuidado debe ser regular, racional y seguro para la existencia misma.

¿Qué solución se podría dar para que en la Ciudad Paisaje haya usuarios sin problemas por un lado y por el otro quienes sufren cíclicamente la carencia de un elemento harto insustituible para conservar la vida humana?

Pongámonos los paranaenses en el lugar de quienes padecen la falta regular de tan valioso elemento. No se puede aceptar que pretender el agua vital y merecida se convierta en una utopía. La magnífica reflexión de Eduardo Galeano es plausible pero en otras aspiraciones. Cuando el agua está ausente en un sector, también suele estarlo la solidaridad vecinal con olor a egoísmo. Cada vecino sin agua que nos mira, no es otra cosa que el rostro del hermano que adoptamos por propia voluntad cada bendito día. Una cosa son los imponderables y otra el abandono crónico.

Promediando la pasada semana, personal de Obras Sanitarias Municipal debió realizar trabajos de reparación y reemplazo de válvulas que demandaron abrir el suelo y, desde luego, cortar el servicio transitoriamente. Personas de escasa sensibilidad y poco sentido común se quejaron públicamente por dicha interrupción en medio de una agobiante temperatura, preguntándose por qué no eligieron otro día y horario. Como si el momento y la necesidad fueran escogidos por el personal de la comuna bajo el insoportable solazo. El sacrificio que ello demanda para que los usuarios recuperen el agua, debe ser reconocido. Los fracasados de solemnidad existen porque también existe la tontería trituradora de la comprensión.

La canciller alemana Angela Merker, dijo un día que “los presidentes no heredan problemas. Se supone que los conocen de antemano, por eso se hacen elegir para gobernar con el propósito de corregir dichos problemas. Culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre”. Traslademos esta frase a cualquier nivel gubernativo. Sería un acto inteligente.

Sepa comprender el lector esta reflexión de cierre ajena al tema editorial, pero no podemos dejar de aludir al aplauso nacional de la noche del jueves, que tuvo como destinatarios a todos y cada uno de aquellos seres extraordinarios vinculados con la medicina en sus diferentes ramas y niveles de prestación profesional, que en los confines del país enfrentan a esta maldita pandemia con valentía, entrega y determinación. Para ellos nuestro sincero orgullo y eterno agradecimiento.

Pero asimismo debe destacarse la ímproba e incansable tarea de los organismos oficiales entrerrianos vinculados con la salud y la seguridad, que no reconocen tregua ni descanso alguno y que se han anticipado a circunstancias complicadas derivadas de un fenómeno inédito. Sin diferencia de rangos ni categorías, levantando la bandera del compromiso social y solidario.

(*) Especial para ANALISIS

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