Por Norma Morandini (*)

En estos días en los que las mujeres periodistas han enojado al Presidente de la Nación, recordé mis tiempos de legisladora, marcados por la hostilidad y desprecio a la prensa, encubiertos ahora por la superioridad del poder masculino que, en general, sigue viendo a las mujeres como ingenuas o ignorantes.

Como novel diputada, estrené mi interpelación al entonces jefe de Gabinete, hoy Presidente de la Nación, Alberto Fernández, con una pregunta sobre la decisión del gobierno de eludir la mediación de la prensa para sustituirla por la comunicación directa, la del atril y la propaganda de la publicidad oficial.

Sin que me dijera directamente “ingenua”, la respuesta fue una extensa consideración sobre lo que parecía mi ignorancia sobre “el verdadero carácter de los medios como empresas malignas cuyo único interés es el dinero”.

Corría 2006 y el entonces jefe de Gabinete justificó la decisión de sacar a los medios del medio con una larga y profesoral consideración histórica, sin un mínimo reconocimiento al papel de la prensa en un sistema democrático. Ese confesado desprecio al periodismo delata una concepción autoritaria que se manifestó en la cancelación de las conferencias de prensa, la “madre de todas las batallas” y los escribas a sueldo que construyeron el relato del gobierno “nacional y popular” que hizo de los derechos humanos bandera pero ignoró a la madre de todos los derechos, la libertad del decir, sin persecución por la opinión.

Mi primera acción legislativa fue, también, denunciar el espionaje telefónico de muchos periodistas, los más críticos al gobierno. Un ingeniero electrónico probó en la Comisión de Libertad de Expresión que la mismísima central del Congreso tenía los teléfonos “pinchados”. Pasó ya mucho tiempo, avanzamos en la legislación que terminó con los mal llamados delitos de prensa, el desacato, la calumnia e injuria; pusimos en debate el derecho a la privacidad y la protección a las fuentes, los funcionarios ya no tienen prohibido hablar con los periodistas, pero sobrevive la cultura autoritaria que desconfía de la prensa y sigue viendo a las mujeres ignorantes o ingenuas. Los periodistas que ayer eran espiados hoy son acusados en los tribunales de espías.

Las periodistas mujeres, en un tiempo marcado por las reivindicaciones y los discursos de igualdad, son tratadas por el Presidente de manera paternalista con consejos de superioridad varonil: "hay que estudiar un poco más para opinar…”, “el problema político son Ustedes porque hacen una mala lectura de la realidad”, les dice a Luciana Geuna y Maru Duffard ; a Cristina Pérez la manda a leer la Constitución y a Silvia Mercado le reprocha que no entiende.

Para ir más allá de la anécdota, lo cierto es que la gran novedad democrática es la irrupción de las mujeres periodistas en las columnas de opinión política y como conductoras en los programas políticos de televisión, hasta poco tiempo atrás, un dominio absoluto de los varones.

Así como en el Parlamento las comisiones legislativas de educación y salud siguen reservadas a las mujeres y las de Presupuesto y Asuntos Constitucionales a los varones, en la televisión, las mujeres periodistas eran las que se dedicaban a los chismes y el espectáculos con una estética de transparencias y escotes más parecida a la de las modelos y las vedettes.

Frente a estas nuevas profesionales valientes que no hacen de la seducción poder, formadas intelectualmente, que investigan, indagan e informan con honestidad, sin reverencias ni temor al poder, muchos hombres no saben cómo actuar.

El Presidente que construyó intimidad con los periodistas varones a los que jamás mandaría a estudiar o acusaría públicamente por mal entender, al tratar a las periodistas como a niñas a las que se debe enseñar, expresa ese paternalismo masculino que mal convive con esa mujer que se presenta como una igual. Sucede que él es el Presidente de un país, por ahora, democrático, lo que lo obliga a respetar a la prensa que media entre la información del Estado y la ciudadanía, en cumplimiento de la misma Constitución que manda a leer.

Debe entender, además, que muchas mujeres hemos elegido tener autoridad en lo que hacemos antes que ser temidas por el poder del grito y la queja o la extorsión de las víctimas como han hecho tradicionalmente las mujeres. Por eso, debemos exigir respeto para construir finalmente una verdadera cultura de igualdad que no necesita tanto de los profesores penales y sí de pedagogos respetuosos de los derechos constitucionales a la igualdad y al libre decir.

(*) Periodista y ex senadora nacional – Publicado en Clarín