Vientos de cambio

Vientos de cambio

Por Carmen Úbeda (*)

 

Librados al caos. Vientos de cambio, el eco sonó insistente en los cuatro puntos cardinales del planeta. Ya no es un viento el que lo anuncia: el cambio está aquí. Desde el origen de la historia, pocos humanos fueron conscientes cuando el cambio estaba ocurriendo. No hay un único signo, como las escrituras bíblicas le asignaron a la estrella de Belén por la próxima llegada del esperado Mesías. No se trata de la conjunción Júpiter – Saturno. No es única la hora en que se presenta, no tiene fecha. No se ubica en un espacio puntual. No lo inaugura la pandemia. No cambió el hombre después de todas las pestes que se sucedieron en la historia aunque la actual no perdone un rincón del planeta (otra consecuencia de la bien ponderada globalización). Nunca el hombre cambió por una epidemia. No fue mejor ni peor que antes de ella. Palabras para la reflexión de los ingenuos que vaticinan un salto cualitativo en el espíritu de la humanidad una vez superada la tragedia (ya hay detectables canalladas cuando cierta ignorancia supone que la infección está terminando).

El cambio viene siendo, hasta que alcance el punto culminante de su epifanía. Los habitantes del mundo creen asistir a acontecimientos singulares y pasajeros, por el contrario, son sucesos estrechamente encadenados. Se perciben como las variaciones del clima y se desoye su alerta. El cambio llegó para quedarse, sobreviva o no la civilización que lo padece. No se trata de asimilar esta afirmación con una interpretación apocalíptica. La ciencia tiene la palabra: se está a millones de años de ese final. Serán las próximas generaciones, seguramente de una próxima civilización galvanizada, las que a la distancia podrán convertirlo en relato histórico. Son escasos los hombres que leen los signos de lo por venir, aún cuando el futuro esté a su lado. En tanto, “hay vidas donde el alma se abre más hondo que donde esas vidas laten”, como dice el gran Hugo Mujica, para quien “ver no es abrir los ojos, es arrojar a un lado el bastón blanco”. Esos seres son difíciles de encontrar y es excepcional que “profesen” la re-presentación de los demás. De igual modo, la advertencia de su voz es más que necesaria para tanto oído sordo, para tantos ojos ciegos. Quién puede arrogarse ser “el verbo que se convierta en carne”. Quién, de tanta valentía como aquellos que por atreverse a señalar los signos de los tiempos terminaron inmolados. Quién reunirá las dotes de un adelantado para conducir y ser la voz ordenadora de lo que viene.

Sociedades de control

Desde siempre (o por lo menos desde que los acontecimientos se convirtieron en historia), pero más aún después del establecimiento de la República, cuando todavía las sociedades con roles eran lo legítimo, el dominio de la conducción y de la voz ordenadora se delegaba en el político. Hacia mediados del siglo XX, sociólogos, filósofos y analistas pusieron en palabras el panorama social y decretaron el final de la sociedad de roles. Fue Giles Deleuze el que caracterizó a las sociedades modernas como aquellas que ya no se rigen por una voz de orden sino por una voz de paso y a sus integrantes como los que dejan al hombre topo y pasan al hombre serpiente. El primero tenía la vida ordenada entre la familia, la escuela, el ejército y la fábrica y el segundo está obligado a zigzaguear deconstruyéndose y construyéndose sucesivamente. No se puede negar que es lo que está ocurriendo y que los papeles han dejado de ser estáticos, pero enterrar completamente los roles fue devastador. El siguiente silogismo es infantil: si todos pueden desempeñar todos los roles, nadie tiene ningún rol. Por los cambios en las relaciones de producción, en la tecnología y en la naturaleza del crecimiento mismo, los seres humanos se han ido adaptando a ejercer cualquier rol, a reconvertirse y aún más a propiciar este travestismo social del que habla Jean Baudrillard. Una evidencia en el ámbito del “business” (entonces, para qué los Ceos, ironía aparte), pero en el ordenamiento del caos, en la armonía social siempre hacen falta “roles de conducción”. Para lograr presencia y que su voz sea permeable, el re-presentante debe tener re-presentación. No es una tautología porque en la actualidad corresponde preguntarse: ¿De quiénes? ¿De qué mosaico? ¿De qué parcela? ¿De qué fragmento? ¿De qué resto de semejante diáspora multiplicada? La re-presentación puede entenderse desde varias semias: como actuación –interpretación, como multiplicación de presencias o como sacerdocio, es decir, estar en lugar de otro y otros. Una función naturalmente otorgada al político, en tanto re-presentante de una masa crítica con intereses comunes a la que pueda conducir y resolver sus problemas o atenuar sus malestares. La era digital (pero no sólo ella) fue una de las causas de este comportamiento individual y aislado donde cada uno se ocupa de sus cortos intereses no sólo desconociendo el bien común sino ignorando el compromiso con otros intereses. Reflejo absoluto de lo que aquí se afirma son las redes sociales, “esa tormenta de mierda”, como lo consigna Byung- Chul Han en “El Enjambre”. En tanto, durante el siglo XX se insistió incansablemente sobre el libre albedrío y la capacidad del hombre en el ejercicio de su libertad, malentendiéndolo y dando paso a un desmesurado individualismo que no evitó el control vigilante de sus vidas. De todos modos, la era digital puede haber sido una impostura tecnológica de la que habló McLuhan, pero el uso indiscriminado de las redes, compulsivo, instintivo y brutal, generalmente, es una elección de los usuarios más allá de toda manipulación. La empatía es reemplazada por el egoísmo. La piedad, por la indiferencia. La misericordia, por el desprecio. La presencia, por el fantasma digital. “¿Cómo vivir con la gente si uno no considera suyas ni sus penas ni sus alegrías?” (Milán Kundera).

¿Democracia vs. Sociedad sin roles?

Por otra parte, la abolición de los roles y la imposibilidad de re-presentación ponen en crisis la democracia. Si el político representa más al sistema que a sus representados, si la comunicación digital anula la voz autorizada, no puede existir poder ni partidos políticos ni autoridad que reúna masas críticas con intereses comunes delegados a vicarios reconocidos para su defensa (esencia irreemplazable del hecho político: poder, autoridad, representación). Desde luego, en una sociedad sin roles es quimérico forzar su vuelta, aunque comenzar a practicar ciertos desplazamientos necesarios no sería un retroceso perjudicial. La historia demuestra que los momentos de mayor decadencia viraron, en su búsqueda por superarla, hacia lo mejor del pasado. Son, sin embargo, tales las contradicciones circulantes en estas sociedades que la ausencia de roles coexiste con el desempeño de otros, dinámicos, pero espurios. “Cualquiera hace cualquier cosa”, una vulgaridad nunca más apropiada. Y si se trata de graficar lo que aquí se afirma, nada mejor que las palabras de Leopoldo Marechal “Conozco a personajes que se creían águilas… que al ser desnudados exhibieron risibles alones de gallina”, “Si eres olmo, no admitas la función de peral// o has de ser un peral falsificado y un olmo sinvergüenza”. A estas trágicas ironías, puede llevar una sociedad sin roles, especialmente, en el campo de la política y el poder, por no mencionar otros más polémicos y opinables. Asimismo, no hay responsabilidades unívocas sino concurrentes, un sordo acuerdo en el que presuntos representantes y representados colaboran con la farsa caricaturesca y vacía aunque se amparen en que la democracia significa por antonomasia la representación de las minorías.

Los dioses y los hombres

Ya es remanido afirmar que los políticos surgen de la “entraña” de los pueblos a los que pertenecen y que estos últimos tienen los gobernantes que se les parecen en la sutil afirmación de Malraux. Quien escribe diría que los pueblos son a imagen y semejanza de los dioses que eligen venerar. El lector sabrá entender que huelga cualquier otro comentario al respecto, sólo basta con remitirse a los dioses laicos o paganos que Argentina ha elegido venerar. Sería necio desconocer que esos dioses les devuelven el sentido, aunque sea efímero, por lo menos hasta tanto los reemplacen otros dioses igualmente con pie de barro. En cuanto al resultado fugaz del sentido que permanentemente se desliza, hay momentos en que los pueblos se ciegan y no ven que “Ninguna búsqueda de sentido tiene sentido si no es en la que nos reencontramos” (J. Baudrillard). Algunos analistas creen reconocer en determinados movimientos sociales indoblegables intereses comunes y un retorno a la expresión política cuando ya otros auguraban su fin. Es el caso de los indignados en Europa, de la igualdad de género, del colectivo LGTBIQ en todo el mundo occidental u occidentalizado y tantos otros numerosos o algunas reducidas “cofradías”. Los pañuelos verdes o azules en nuestro país como adhesión o rechazo a la interrupción voluntaria del embarazo son un ejemplo más de los colectivos que se mencionan. Simplemente un ejemplo más, una muestra ante tanta dispersión del deseo, del interés, de la queja y del malestar. Se mueven férreamente hasta límites fundamentalistas en la defensa de un único interés, sin demostrar tolerancia uno frente al otro. Su existencia es absolutamente legítima, pero lo que no puede ni debe hacer un político es zambullirse en la marea verde o en la azul mientras realiza operaciones matemáticas. Está internalizado naturalmente en nuestras sociedades que los políticos van como sabuesos buscando la presa de un puñado de votos porque no tienen ciudadanos a quienes representar. Como se dijo, en la era digital, ellos han perdido el lugar de la re-presentación (representan al sistema político) y los habitantes, el de ciudadanos (son consumidores del “me gusta / no me gusta” parafraseando a Byung – Chul Han).

Cambia, todo cambia

Desde luego, la historia acredita que nada es constante ni permanente, que todo puede cambiar y modificarse. Estas transformaciones son generalmente sordas, subterráneas, hay que reconocer su galope lejano, pero próximo, como los nativos con sus oídos en la tierra. Hay que saber qué conservar y qué cambiar, qué recuperar y qué enterrar, sin prejuicios. No todo lo bueno es lo nuevo y no todo lo malo es lo pasado. A veces, la balanza se inclina más hacia lo que debe rescatarse y no tanto a lo que tiene que innovarse. Si se viven tiempos de lotes, surcos y parcelas, a la división no se le puede hablar con palabras de suma: hay que entenderla para que el movimiento de trasformación sea genuino. En tanto, es deber del político encontrar la palabra unificada como una aguja en el pajar y orquestarla sin promesas sino con metas compartidas. No se puede esperar ni pretender conducir grandes poblaciones o extensiones dispares, sí representar al menos regiones. ¿Será la hora de líderes, conductores o guías que ordenen caos pequeños y limitados? ¿Será el tiempo de los líderes regionales? Es momento de atender la aldea local antes que la aldea global: la humilde parte, en cambio de un ambicioso todo. Ya llegará la ocasión justa para armar el rompecabezas si se descubre la proximidad de cada pieza.

La esperanza

Seguramente, vendrán políticos, estadistas y hasta héroes de los tiempos que encontrarán, en la maraña de intereses atomizados, el Gran Interés, el que abarcará a todos, casi sin excepción, aunque ese interés parezca tan humilde como un trozo de pan o tan sencillo como una sombra donde resguardarse. Hay que saber o aprender a esperarlo, también a buscarlo. Será una voz que se eleve sobre el ruido de la tormenta de excremento. Una voz que alentará el silencio respetuoso y penetrará el entendimiento de la gente. Una voz que cautive, desde la emoción, la rigidez de la razón y convenza desde la razón la ductilidad de la emoción. Una voz que llame a la congregación y olvide la indignación. Una voz no providencial, miles de voces desde el fondo de cada conciencia, aunque sean tan necesarios, si se asume la condición humana, los guías o los conductores o los intérpretes o los vicarios o nuevamente los re-presentantes genuinos y los liderazgos justos.

 

(*) especial para ANÁLISIS.

 

NUESTRO NEWSLETTER

El ministro de Gobierno y Trabajo de Entre Ríos, Manuel Troncoso, celebró la aprobación de la OSER.

Agmer instaló una carpa en defensa del Iosper. Foto: Canal Once.

Deportes

El piloto de Chevrolet Matías Canapino se quedó con la serie más rápida en "La Histórica".

Patronato sólo ganó en cuarta división: lo hizo por 2-1.

Borgert dominó este sábado y buscará repetir el éxito el domingo.

Granollers (izquierda) y Zeballos (derecha) con su primer trofeo de un Grand Slam.

Opinión

Gabriel Michi
Por Matías Rodriguez Ghrimoldi (*)

Kicillof y Santoro: nos son verticalistas y apuestan al diálogo.

Por Hugo Remedi
Por Marcelo Albarenque
Por Darío Aranda (*)

Cultura

Carlos Aguirre Sexteto es un grupo integrado por Carlos “Negro” Aguirre, Luis Medina, Mauricio Laferrara, Florencia Schroeder, Mauricio Guastavino y Mauro Leyes.