Una extraña posguerra: la “inflación” de veteranos o ex combatientes a través de los años

Por Martín Balza (*)

 

El 14 de junio de 1982 finalizó la Guerra de Malvinas. Era el fin de un comienzo. La derrota nos dolía, las noticias del continente nos entristecían, el recuerdo de nuestros muertos y familiares nos alentaba a no olvidar lo vivido, a trabajar para hacer todo cuanto estuviera a nuestro alcance para constituir unas Fuerzas Armadas respetadas y queridas por la sociedad, y bregar por la paz.

Días después, en el campo de prisioneros de guerra de San Carlos -donde nos alojaron a casi quinientos oficiales y a algunos pocos suboficiales y soldados- antes de la primera misa, oficiada por un capellán inglés, un oficial me dijo: “Ustedes pelearon muy bien, la guerra ha terminado. Dios los bendiga”.

La actitud asumida por nuestros combatientes ante la derrota fue de notoria dignidad y entereza. En todo lo que me consta, los británicos respetaron los usos y leyes de la guerra respecto de los prisioneros. Emplearon una clara acción psicológica: relación cuasi amistosa con los soldados, formal con los suboficiales y distante con apariencia dura pero respetuosa con los oficiales, quienes sometidos a interrogatorios no fuimos coaccionados para expresar más que lo que establece la Convención de Ginebra.

Al regresar al continente, un mes después, el Ejército nos recibió con notoria frialdad. Pero más nos dolió enterarnos del triste, ignoto y humillante recibimiento que habían tenido nuestros suboficiales y soldados; a estos últimos prácticamente se los echó de los cuarteles sin siquiera prestarles la más mínima atención psicosomática.

La historia universal es pródiga en cálidas y respetuosas acogidas a fuerzas derrotadas. Los responsables directos fueron los generales Cristino Nicolaides y Reynaldo Bignone, secundados por sumisos altos mandos.

Con respecto a los jefes tácticos, dispusieron nuestro inmediato relevo, avalando que Leopoldo Fortunato Galtieri el 15 de junio: “…cargó la mayor parte de las culpas sobre los jefes que se desempeñaron en Malvinas” (Bignone, R, El último de facto, Ed. Sudamericana, 1987, pág 123).

Con ellos se inició un triste y largo proceso de desmalvinización. Desconocieron a quienes el propio enemigo había valorado, y también la sentencia sanmartiniana: “Una derrota bien peleada vale más que una victoria ocasional”.

Solo recuerdo gestos de los generales Benjamín Rattenbach, Ricardo Flouret y Tomás Sánchez de Bustamante, este último se refería a los combatientes como “soldados probados y aprobados en combate”.

Durante las décadas siguientes el reconocimiento a los Veteranos de Malvinas no estuvo exento de contaminaciones partidistas e ideológicas.

Hasta fines de los ‘80 a la dirigencia política le costó distinguir Malvinas de la dictadura cívico-militar. Esa indiferencia mejoró con Carlos Menem; se concretaron acotadas pensiones y atenciones sanitarias; en 1989 por primera vez los veteranos desfilaron en Buenos Aires y el año siguiente el Congreso Nacional, por gestión y apoyo del diputado nacional Lorenzo Pepe, entregó una postergada condecoración.


Mayo de 1982, una unidad de la Compañía 601.

Fue Néstor Kirchner quien otorgó la pensión honorífica más significativa (Decreto 886/2005 acorde con la Ley Nacional 23848/90), tres jubilaciones mínimas sin ninguna discriminación entre Cuadros y soldados y una sensible mejora en la atención sanitaria y social.

Hoy nadie duda del respeto y cariño del pueblo a sus excombatientes. Pero aún hay curiosidades que guardan relación con lo expresado anteriormente. Me limitaré a comentar una de ellas.

En noviembre de 1999, tomé conocimiento en la página de Internet del Ministerio de Defensa de algo inédito con respecto al número de Veteranos. De 14.120 en 1982, había ascendido sorpresivamente a 22.200.

Pero hay otro dato por demás llamativo e incomprensible. En 1982, se registraba un 26 por ciento de oficiales y suboficiales veteranos y un 74 por ciento de soldados, muy razonable con la realidad y estadísticas de otras guerras del siglo pasado. En 1999, el número ascendió a 48 por ciento para los primeros y 52 por ciento para los segundos; esto último no resiste el más mínimo análisis.

Es posible que en casi dos décadas pueda haber habido un ajuste, pero razonable y justificado; me constan algunos casos que no se corresponden con lo expresado. De inmediato informé al ministro de Defensa, Jorge Domínguez, y envié copia a los presidentes de las Comisiones de Defensa de las Cámaras de Senadores y Diputados del Congreso de la Nación, Jorge A. Villaverde y Juan Manuel Casella respectivamente. Días después entregué el mando del Ejército. La inflación injustificada de Veteranos de Guerra atenta contra la memoria de nuestros muertos, el erario público y de los verdaderos combatientes. No descarto que hoy el “número de combatientes” pudiera haber aumentado.

Nunca se sancionó una ley nacional que defina, unívocamente, quién es Veterano de Guerra; su condición quedó librada a la norma que fijó cada Fuerza y a la interpretación de algunos fallos judiciales. En mi opinión: son los oficiales, suboficiales y soldados de las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Seguridad y civiles que prestaron servicio a la Nación durante el conflicto en la zona de combate en las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, o dentro de la zona de exclusión fijada -unilateralmente- por el Reino Unido, o sobre la superficie aérea, o fuera de la zona de exclusión si se hubieran producido efectivamente acciones de combate con fuerzas británicas en tierra, aire o mar (caso del crucero “General Belgrano”).

Por lo expuesto, es necesaria una norma que tipifique específicamente quién es Veterano de Guerra o excombatiente. Es un imperativo conceptual y moral del Estado, pues es ingrato afectar la memoria de los muertos y de los combatientes, a quienes por comisión u omisión se iguala con quienes no expusieron sus vidas en combate.

¡Cuán vigente está lo expresado por Walter Landor en The crimean heroes!: “¡Salve, indomables héroes, salve! / Pese a todos vuestros generales prevalecéis”.

 

(*) Martín Balza fue Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex embajador en Colombia y Costa Rica. Este artículo de Opinión fue publicado originalmente en el portal de Infobae.

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