Turbulento panorama de la política argentina actual

Por Carmen Ubeda (*)

 

El punto ciego. Hay en la retina humana una considerable zona con células que no son sensibles a la luz. Es el llamado punto ciego por lo que el ojo ve sólo parte de un espectro iluminado y otra queda en la oscuridad. El cerebro hace el esfuerzo de “rellenar” el sector vacío para darle sentido holístico a lo que sus ojos perciben. Por eso, dos personas no ven lo mismo en un mismo objeto. Cuánto más diez o cien o… una proyección matemática que abarque numerosas personas: siempre habrá un problema de miradas.

Estos días previos y posteriores a las elecciones intermedias, las miradas sobre la realpolitik argentina se multiplicaron. Algunas, aunque pocas, no pueden asociarse a malas intenciones sino al afán por comprender el país en que se vive, sus presuntos representantes y la sociedad representada. Otras (más allá de la perfecta cuartada que supone el punto ciego) tienen la intencionalidad demasiado evidente de “aportar” más ruido y más confusión o el objetivo, nada ingenuo, de colonizar conciencias. Lo dicho se refiere, desde luego, a lo que presentan los medios de comunicación tradicionales, gráfico-digital, radiales y, sobre todo, televisivos. No todo el “gran público” está capacitado para diferenciar exhibición, búsqueda del rating de operación o solapado proselitismo. Tomás Eloy Martínez decía que la función del periodismo no es la de un circo para exhibir espectáculos sino para ayudar a pensar. Es remanido decir que en la era de lo digital- visual son primeros en importancia los gestos, los planos, las tomas, los ángulos de la televisión porque esos significantes comunican mucho más que los parlamentos vacíos del periodismo actual (con contadísimas y honorables excepciones). Cuando llevan sus descalificaciones a la palabra, estos mismos apuntan a la clase política especialmente a un sector vaciado de ideas. Sin lugar a dudas, es el reino de “el muerto se asusta del degollado”. El televidente se enfrentará entonces a una sucesión de fotogramas donde abundan ojos desorbitados por la sorpresa o el repudio, risas inapropiadas ante hechos que más debieran doler al cuerpo social, bocas abiertas que indican desconocimiento, señales con brazos y manos que sugieren finales o muertes. Como se verá, todo lo descripto se hace sobre la base de la diferencia de miradas manifiestas en lo gestual, pero hay una suerte de clonación del punto ciego porque la mayoría de los medios, los oligopólicos, ponen la lupa en los mismos lugares, simultáneamente, los otros minoritarios practican idéntica parcialidad con distinto signo. Con más o menos estilo, estéticas diferentes y formación general diversa, lo planteado responde a datos de la realidad mediática (con excepción absoluta de las redes que constituyen otro tipo de reservorio donde van otros deshechos desdeñables, pero anónimos). Sirva este vuelo rasante como mero disparador del pensamiento de los lectores. La propuesta no es hacer un análisis semiótico de los medios aquí, sino señalarlos como otro actor político en el juego de la democracia que tiene el deber de hacer reflexionar a la sociedad.

En consonancia con conductores, presentadores, animadores que van desde la parca sobriedad hasta el ridículo regodeo, hay en las pantallas un desfile incesante de políticos que se parecen y se les parecen bastante. Ya en el plano de la palabra, y a pesar de que el denominador común sea la híperlaxitud tanto de las lenguas como de los pensamientos, molesta la desmesurada ignorancia de la historia mundial y, en particular, nacional más o menos próxima (sólo necesitarían dominar aunque sea los datos del último siglo). Esta ausencia de capacitación, de formación impide que puedan realizarse análisis serios o que por lo menos se ensaye un periodismo de profundidad y no un cotorreo que queda en la superficie y aturde (se insiste con excepciones admirables). Lamentablemente, desde esta mirada reductiva y parcial, como le es permitido a un sujeto, no todos, pero la mayoría de los medios tradicionales no ejercerían el periodismo sino que serían reproducciones más o menos simuladas de “6-7-8” en uno u otro sentido.

“Triunfo arrasador” y “Paliza catastrófica”

De modo mecánico y lineal, los medios visuales aludidos comunicaron los resultados en números de las elecciones intermedia la noche del domingo 14. Acompañaban las cifras con mapas de una Argentina caprichosamente coloreada en amarillo imperante o azul o verde. Los colores indicaban el triunfo “arrasador” de Juntos por el Cambio, la “paliza catastrófica” del Frente de Todos y los partidos ganadores de mraigambre provincial. El espectador muy expuesto a la pantalla debe haber renunciado a ella los días posteriores porque sin ninguna apelación a la creatividad escuchaban y veían lo mismo sin solución de continuidad. Hubo toda clase de comentarios y apelativos, reiterados y banales, reducidos a “Perdió el oficialismo”, “Ganó la oposición”. Presentaban la derrota de manera abrumadora en todo el país y el triunfo del mismo tenor también en todo el país. Una superlativa abyección que debían soportar los televidentes más instruidos al respecto y en búsqueda de nuevas informaciones o prospectivas lógicas sea cual fuere el signo de su preferencia. Aquí mismo, en este espacio, los juicios que se esgrimen no son ideológicos, son profesionales.

Quizás no sea necesario, pero en pos de un análisis habría que recordar los números que representan un triunfo “arrasador” o una “paliza catastrófica”. Juntos por el Cambio ganó en el país por 8,81%. Luego, en las provincias hubo algunas diferencias numéricas, destacándose como máxima adherente a esa coalición la Región Centro: para redondear, una generosa diferencia de diez puntos entre oficialismo y oposición. El caso de la provincia de Buenos Aires es particular porque el oficialismo repuntó ganando tres puntos y medios con relación a las PASO, por lo que la “pérdida catastrófica” se redujo a 1,3 (con “platita” o sin “platita”, el pueblo los votó ¿Y no es el pueblo soberano sea cuales fueren sus razones?). Juntos por el Cambio concluye que el triunfo fue en trece provincias, el oficialismo acepta haber vencido en nueve y los partidos provinciales resultaron vencedores en dos, según el Colegio Electoral. Como es de esperar, los más invitados a los programas de alto rating (sea cual fuere la inclinación política) son los candidatos vencedores. Una lógica irreprochable de producción, pero, cuando el espectador se enfrenta a Santilli (incómodo con el 1,3), a Vidal (enojada con el 47 y no con el 50 y pico), a Milei (con un brote maníaco por su 17%) o esporádicamente a Del Caño (eufórico por ser tercera fuerza nacional), detecta, con una mínima reflexión, que allí está toda la porteñidad, que continúa el país unitario y que se esconden prolijamente fuerzas sin las cuales no hubieran estado en las marquesinas las vencedoras.

Para ser precisos, Juntos por el Cambio amarilleó el mapa argentino en Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, San Luis, Mendoza, La Pampa, Santa Cruz, Chubut, Buenos Aires, CABA y Jujuy. Pregúntese el lector dónde se encuentra la célula madre del joven partido fundado en el Puerto y que ostensiblemente cree ser el pilar de la coalición ganadora. En ninguna provincia, excepto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En Jujuy, ganó la lista de Gerardo Morales, UCR; en Misiones, “Juntos” es colectora, el partido ganador es la UCR; en Corrientes, alimenta la UCR; en Entre Ríos, aparece Juntos por el Cambio, pero Frigerio es esencialmente MID, derivado de la UCRI, en Santa Fe, ganó por goleada la UCR (uno de los mejores candidatos, con mayor solvencia y más sustancial que tiene el PRO sólo aportó nueve puntos, ganaron los dos “muchachos” de la UNL y el radical, ex integrante del Frente Progresista Cívico y Social); en Córdoba, ganó la UCR con un representante digno de la Coordinadora más formada, intelectual y astuta, y otro, un peronista renegado; en Mendoza, ganó la UCR con más claridad que en ninguna otra provincia (con Cobos, ex vicepresidente de CFK); en Santa Cruz, la UCR; en La Pampa y en Chubut, la UCR con una ayudita del PRO; y en la provincia de Buenos Aires, con cuarenta y piquito, el PRO con un muchacho de barrio, peronista olvidado y converso, que jamás hubiera podido hacer esa minúscula diferencia si no hubiera sido por los 15 generosos de Facundo Manes, que llama a su propia interna partidaria y surge de allí, que reconoce como su única referencia a Alfonsín, a tal punto que su discurso de cierre de campaña reprodujo el prólogo de la Constitución Argentina, como lo hacía siempre aquel líder radical. No hay que desmerecer el aporte de otro radical más conservador. Estos datos no quieren llevar ligeramente a concluir que ganó la UCR en trece provincias argentinas, pero se le parece mucho: el PRO comenzó a conocer el territorio (el barrito, según Carolina Losada, que no superó la peatonal rosarina) recientemente, desde el punto de vista histórico. La centenaria UCR lo conoce tanto como sus años y, en muchos casos, tiene poder sobre él.

Dulces montones, odios amables y coaliciones

Dicho esto, fuerzas distintas se han “apareado”, como tantas coaliciones que se dieron en la historia del último siglo y medio de la Argentina y ante las que hoy, el periodismo atacado de espanto reacciona frente a cualquier roce y decreta funerales mientras el muerto se sienta en el cajón.

En cuanto al Partido Justicialista (en otros artículos se ha explicado repetidamente de naturaleza frentista), el que se divide en peronismo de paladar negro, en peronismo de izquierda, en peronismo K, en peronismo de derecha, en peronismo neonazi, en peronismo fascista, en peronismo populista... Para reducir, en el presente: peronismo de los gobernadores, con la CGT y los municipios, kirchnerismo y albertismo (si existe). También con la sola mención de estas líneas internas, tan connaturales a ese movimiento, el periodismo decreta la extinción de un partido relacionado más con la fe que con la ideología (“Es un sentimiento”, Leonardo Fabio, sic. “Es un recuerdo que da votos”, Julio Bárbaro, sic), pero al mismo tiempo tremendamente darwinista por su capacidad incomparable de adaptación y de fervor por el poder. Quien aquí escribe, les sugiere a algunos periodistas leer nada más que John William Cooke y, si no se espantan con el título del libro “Peronismo y revolución”, podrán aprender fehacientemente respecto de las líneas internas con las que siempre en el gobierno, en el exilio y en el llano, en la resistencia y en el poder, sobrevivió el peronismo. El aire de tragedia, ópera desventurada o de sainete funesto con que hacen mención a las diversas líneas de coaliciones, que son naturalmente “tomatodo”, resulta en principio sensacionalista, despierta un rechazo visceral y luego de la reflexión produce vergüenza intelectual. El daño social es lo que importa más que la ironía usada aquí porque, a partir de las desopilantes hipérboles sobre el peligro que suponen las líneas internas, los opinadores siembran la semilla de la maleza y matan el prado de la esperanza. ¿Lo hacen a sabiendas o no? Habría tres hipótesis: son francamente ignorantes, están manipulados por la necesidad periodística o arreglan operaciones.

Halcones y palomas, alfonsinistas y conservadores, originales o conversos, etc., etc… Gordos (columna vertebral), guerrilleros K (Cámpora), principistas, albertistas (moderados, dialoguistas, socialdemócratas ¿?), club de los gobernadores (¿autonomistas?), intendentes del conurbano (mix), etc., etc… Denominaciones que con la infalible técnica del “machaque” llevan al desconcierto, a la incertidumbre y al miedo. Sentimientos generados por la incesante reproducción conservadora y anquilosada de los medios, pero también por el accionar de los que están en gestión en cualquiera de los tres poderes.

Cooke, Halperin Donghi, Romero, Pacho O’Donnell, José María Rosas, Portantiero y otros tantos mitristas o revisionistas, revistas de época (Caras y Careta, Peronismo y Cristianismo, El Descamisado, Críticas, Crisis y otras) avisan sobre las líneas internas del ADN justicialista y radical. El partido centenario desde Alem hasta Alfonsín y más, desde el personalismo irigoyenista hasta el antipersonalismo y la alvearización del radicalismo, desde la Concordancia, que unía UCR y conservadores hasta la Social Democracia, la Coordinadora y la Internacional Socialista, ¿cuál es el asombro o el titular de alerta que titila en las pantallas sobre posibles roces y contradicciones en una lucha centrífuga de las coaliciones? Lucha, que bien pensada puede ser centrípeta, desde esas mismas fuerzas o desde otras que recién despuntan.

La UCR muy entendida en divisiones por su pasado de persistentes controversias (UCR- UCR antipersonalista – Concordancia –UCR del Pueblo – UCR Intransigente y otras derivaciones como balbinistas, antibalbinistas, delaruistas, alfonsinistas, etc.) y siempre fiel a la necesidad de realizar internas partidarias, lo hizo también en el 2021 y lo seguirá haciendo. El resultado de aquellas internas y de las intermedias no sólo la favorece sino que la fortalece para renovar su voluntad de poder.

El Bahuen y el Odión

El justicialismo, en tanto, (como ejemplo más cercano podría graficarse con el itinerario seguido a partir de la apertura democrática por no mencionar los cruciales prolegómenos hasta las elecciones del ’83) comenzó su rol de oposición, dividido y más que enfrentado desde la derrota de Luder y el cajón de Iglesias. En 1985, la tensión, aún en el llano, era insostenible y se necesitaba una definición. Fue así como surge la Renovación para enfrentar a la ortodoxia. La primera, representada por Cafiero, Grosso, Menem y De La Sota, venció, de hecho, al verticalismo de Saadi. En ese entonces, las líneas se llamaban como sus lugares de operación: el Bahuen y el Odión. Es fácil recordar las discusiones donde unos a otros, según las circunstancias, se enrostraban como insulto “vos te quedaste en el Odión” o “vos te fuiste al Bahuen”. Luego, dentro mismo de la Renovación, nuevamente se dividen las fuerzas entre cafieristas y menemistas y sumado a ellos, las numerosas líneas internas de la interna. Y no se trataba de un frente sino de un partido que tenía que lidiar con diferentes miradas: el menemismo que convocó izquierdas y derechas – invocando al Movimiento – y el cafierismo acusado de convertirse en un “partidito liberal”.

Menem ganó la interna. Montado en el burro de su iconografía epopéyica y en su perversa seducción llegó a la presidencia. Los inicios fueron más o menos homogéneos - a pesar de la convivencia de Rapanelli (Bunge y Born) y Vaca Narvaja (Montoneros)- porque todos debían luchar contra una escandalosa híperinflación. Aun así, en los pasilleos ya se denostaban figuras impensadas en el gabinete de Menem. En el segundo mandato, era percibida por todos los sentidos, en todas las jurisdicciones y en los tres poderes, la antinomia menemismo- antimenemismo. ¿No recuerda a kirchnerismo –antikirchnerismo, cristinismo –anticristinismo? ¿Cuál es la diferencia? También Menem todavía tenía los votos.

Si estas brevísimas pinceladas de las últimas décadas fueran conocidas e interpretadas por todos los que tienen el privilegio de verbalizar públicamente (periodistas- políticos- dirigentes del capital- dirigentes del trabajo- dirigentes de la banca- dirigentes populares, etc.) no se escandalizarían y menos aventarían las posibles diferencias internas y/o externas a las coaliciones del oficialismo y de la oposición. Son actos de una ignorancia irresponsable que tiene en permanente vilo a la institucionalidad del país.

Bipartidismo, sí, bipartidismo, no

El periodista y editor –que para quien escribe es el que mejor representa en el país las incumbencias profesionales de este oficio, además de ser uno de los intelectuales más exquisitos y honestos- Jorge Fontevecchia sostiene que la Argentina del bipartidismo colapsó y que ello se encuadra en un fenómeno mundial donde hoy gobiernan las coaliciones. Apunta que sólo quedan dos países con el sistema de alternancia bipartidista: Estados Unidos y Reino Unido. Además, asegura que están en juego hoy en el país seis ideología (tres en el oficialismo y tres en la oposición). Produce un incómodo pudor, tener que disentir con el análisis de semejante inteligencia. Se hace con la intención de ayudar a la reflexión del lector.

La extinción del bipartidismo, desde ya, no es un fenómeno mundial, sino más bien occidental y, a pesar de que el Reino Unido esté fuera, eurocéntrico. Por otra parte, en las américas también ha tenido etapas de mayor o menor fortaleza y, aunque Estados Unidos lo mantenga, en ocasiones ha sido nominal porque también recurrió a ciertas alianzas no esperadas para llegar a la Casa Blanca. Todo es oscilante y lo que verdaderamente está en peligro de extinción es la política tal como se la concebía en un pasado no muy lejano (sólo hasta más ver).

En cuanto a las seis ideologías en juego que el editor detecta, en principio son las de siempre fuera y dentro de los espacio, pero, si el supuesto es la laxitud de los idearios y la inconsistencia de las escasas ideas, más que ideologías habría que ver grupos para-ideológicos compitiendo descarnadamente por el poder.

Crisis de partidos políticos con recientes historias de declive, se acepta, pero considerarlos en extinción es de algún modo desconectarlos de sus historias. Ambos, PJ y UCR, han sufrido altibajos por múltiples factores, pero también mantienen ese hilo de pertenencia y, aunque pasen por diferentes adaptaciones, conservan sus raíces identitarias. Esa es la identidad y la pertenencia por la que está pujando Facundo Manes y, respecto del peronismo, ya se están agitando demasiado las corrientes de superficie, pero hay hilos subterráneos que buscan desembocar en un mismo río. Jorge Asís, el provocador, refrenda lo dicho en las primeras líneas de este artículo. Desde 2015, habló del tercer gobierno radical y, en cuanto a la última afirmación, sentencia “El peronismo debe merecer su historia”, anclando el oráculo en informaciones que quien escribe ha podido corroborar. Será el peronismo que Schiaretti y un grupo de gobernadores, intendentes y otras líneas están pensando y preparándose fuertemente para una atractiva interna en el ’23 (no confundir, no PASO, interna partidaria). Las corrientes surgidas como apéndices de ese organismo mayor que es el peronismo, pueden disolverse o absorberse, como ocurrió con el FREPASO, por ejemplo. No de otro modo puede considerarse el kirchnerismo o inclusive La Cámpora sino como líneas internas, aun cuando se proclamen ser hoy dueños de los votos. El hilo de pólvora que se extendió con el fuego de “sin CFK, el peronismo pierde”, para razonar mejor podría darse vuelta “sin el peronismo, CFK no existiría”. Como digresión, y por la parte de retina que nuestro ojo nos deja ver, el acto de la militancia mostró las líneas internas: el fantasioso albertismo, representado pobremente por las primeras filas de la convocatoria; la CGT, los movimientos sociales, el kirchnerismo y el camporismo, que llegaron tarde y enfilaron hacia el Obelisco; el resto, ostensiblemente mayoritario, un peronismo heterogéneo que puede reavivarse. Alberto jugó a Perón, La Cámpora, a Montoneros en la plaza del ’74. La historia se repitió como farsa. Cuesta identificar a un lavado Fernández con el líder de la patria grande vigente después de 70 años y a los bien intencionados muchachos de La Cámpora, con los aguerridos Montoneros. El empeño por una nueva recuperación o por otra renovación está jugando fuerte aunque no se avizore ni se apuren por encontrar un liderazgo definitivo. Por ahora, “El gran númen” sería Schiaretti y hay otros “armadores” especialmente de la Región Centro, pero de este a oeste, según los límites de la geografía nacional (no abarca solamente tres provincias), también hartos de la hegemonía porteña.

Un oráculo muy arriesgado

Entonces, concluir ligeramente que el gran vencedor es Juntos por el Cambio y catapultarlo como dominante en el ’23 (aunque con giros metalingüísticos o confusas sintaxis) es muy apresurado. La oscilación, la volubilidad, la imprevisión del voto popular, para llamarlo groseramente, llevaría a pensar en un movimiento de alternancia (esa que Fontevecchia niega). Imposible de afirmar. El PRO es un fenómeno porteño y hay 23 provincias que van agotando su paciencia con la porteñidad, con el unitarismo mediático y político. Arriesgar un pronóstico a casi 800 días de las presidenciales es irresponsable, pero también temerario y manipulador. Lo que sigue puede ser juzgado como una concepción conductista que actúa inyectando ideas con una aguja hipodérmica sobre el electorado. Desde ya, no rotundo: la decisión depende de factores lógicos, no lógicos, de datos de la propia biografía, de las creencias, pero también de los mandatos de la cultura industrial. Repetir (reúne dos operaciones infalibles de la propaganda NAZI: la orquestación y la unanimidad y el contagio), repetir con persistencia sólo las fallas de los partidos organizados, sea oficialismo u oposición, es llamar a gritos a los Milei-Bolsonaro. Un fenómeno que, en este espacio de análisis se ha calificado como espasmódico y esporádico, puede agitar a un Trump del subdesarrollo. Nunca se sabe cuándo el volcán emite una simple erupción o cuándo la eyección de la lava se convierte en crónica. ¿Cómo se le dice a operar sistemáticamente sobre el enojo de una sociedad? Si no es manipulación…

Mientras tanto, es necesario seguir de cerca los pasos de cada partido, cada espacio, cada fuerza y estar atentos a sus evoluciones, involuciones, esnobismos o recuperaciones. Hoy, los hechos, los números y los movimientos electorales muestran un país donde no ha ganado ni perdido nadie – aunque legalmente se gane o se pierda por un voto-, una elección dividida en tercios de preferencias: más de un tercio “Juntos”, menos de un tercio, peronismo, y bastante menos de un tercio, la derecha moderada, la rabiosa y la izquierda perseverante (estas últimas antisistema y la primera posiblemente absorbida en el futuro). No olvidar la abulia, la indiferencia y el cansancio de los ciudadanos empadronados que no fueron a votar (¿en qué tercio se colocarían?)

En un país donde se habla más de lo que se hace, hay que ser prudentes con interpretaciones u opiniones de ocasión, leer la historia porque, aunque no se repita, en circunstancias, entornos o contextos semejantes pueden ocurrir hechos similares.

Ya se ha incorporado a la filosofía popular que sólo se necesitan dos años para aprender a hablar y setenta para aprender a callar. Aunque “La verdad se corrompe tanto como la mentira con el silencio” (Cicerón). Entonces, se trata de soltar la lengua cuando se han hallado verdades o partes de ellas y hay tantas indiscutibles esperando ser investigadas en el país, esas que claman por justicia.

Continuar con discursos públicos de oscuro tenor sería la señal más contundente para llamar a un Bolsonaro, a un Trump, a un Milei o a un Kats. La llegada no es automática al llamado, pero la sucesión ininterrumpida de éste finalmente logra algún efecto. En un decenio de desorden, fragmentación y relativismo, la historia ha demostrado que lo único que puede esperarse es el despotismo. El bipartidismo, además de constituir opciones claras para el ciudadano y de fortalecer internamente cada fuerza, es saludable para la dinámica social y las postergadas instituciones. ¿Extinción o reconversión? La democracia pide el segundo término. A menos que, como casi siempre, Jorge Fontevecchia esté en los cierto.

 

(*) Especial para ANALISIS

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