Por Juan Cruz Butvilofsky (*)
El propietario de la Editorial Perfil -entonces a cargo de la revista Noticias- Jorge Fontevecchia dijo hace un rato con Reynaldo Sietecase que el asesinato de José Luis Cabeza fue una especie de punto de inflexión que separó los tiempos donde el periodismo en Argentina era un oficio de alto riesgo y pasó a tener otro tipo de problemáticas que no ponían en riesgo la vida.
Matar periodistas es algo que desgraciadamente sigue siendo muy común en el continente, mucho más en donde el negocio del narcotráfico domina la escena. Algo que por el momento no se volvió a ver en la Argentina, más allá de hechos puntuales que no son la regla. Al menos, eso afirman quienes tienen más años en la profesión y comparan con lo que ocurría desde los 90's para atrás.
En esa misma entrevista, el titular de Perfil hacía un análisis que da pie a esta breve opinión. Marcaba como ha mutado la actitud del poder empresarial, el poder fáctico que no se vota, desde aquel entonces. No es que el poder no se maneja con impunidad, sino que han cambiado la estrategia porque la muerte los expuso demasiado.
Hoy en día los empresarios del poder no necesitan matar periodistas, sino que ejercen otro tipo de dominio sobre la discusión pública. Compran medios, pautan medios, compran periodistas y/o conforman equipos destinados a instalar Fake News que minen las redes sociales y tergiversen la discusión. Claro, para esto, esa idea posmoderna de "hay tantas verdades como perspectivas" generan el condicionamiento ideal para que un fanático niegue la evidencia y decida creer lo que tenga ganas a pesar de las pruebas.
Los Yabranes de hoy en día continúan manejándose con impunidad. Continúan utilizando sus influencias políticas para hacer sus negocios. Continúan teniendo injerencia sobre las políticas públicas y la opinión de las personas. Incluso, algunos Yabranes de los 90's llegaron a ser presidente en la democracia argentina.
La violencia física fue un condimento presente en el SXX. El Terrorismo de Estado fue la herramienta con las que contó el poder económico para disponer sobre pueblos y territorios. Las dictaduras militares fueron también civiles, enmarcadas en un plan regional, que buscaron -y lograron- la imposición de un modelo económico a favor de ellos pocos.
Con el tiempo -y los cuerpos del pueblo- los fieles representantes del modelo capitalista comprendieron que la violencia no podía seguir siendo el camino. Un poco porque los pueblos no se callaron a pesar de las muertes, otro poco por una cuestión de costos: encontraron la forma de dominar sin tanta violencia. Había otras herramientas.
Esas otras herramientas son las vigentes hoy en día. Una democracia débil a la hora de analizar su carácter democrático, una importante porción del pueblo entrampada en los fanatismos y un fuerte proceso de pérdida de educación que hace que la ignorancia no sólo sea algo que padece el que no va a la escuela, entre otras cosas, forman parte de ese escenario donde el poder fáctico continúa dominando.
Los Yabranes casi nunca se presentan a elecciones. Cuando el pueblo vota, vota a quienes serán sus interlocutores con los Yabranes de turno. Son los que siguen en el poder más allá de quien esté en Casa Rosada. Son quienes para la gran mayoría no tienen nombre, no tienen cara.
Justamente, Yabrán mandó a matar a Cabezas porque tuvo el tupé periodístico de ponerle cara a ese poder fáctico, a la mafia. Lo sacó de las sombras. Quizá el trabajo periodístico más valioso de hoy en día siga siendo ese: el de ponerle cara a los que dominan desde la oscuridad.
A 25 años del asesinato, no se olviden de Cabezas, pero tampoco se olviden de Yabrán.
(*) Periodista - de ANÁLISIS