Sobre el 25 de Mayo

Berdardo Salduna (*)

La junta de Fernando VII

Cuando, años ha, era profesor en un colegio secundario de Concordia y se acercaba el aniversario de nuestra fiesta patria más importante, acostumbraba preguntar a mis alumnos qué significaba para ellos la fecha del 25 de Mayo de 1810.

La mayoría respondía, en general que se celebraba “nuestra independencia de España”.

Todavía hay mucha gente que piensa, más o menos de forma similar.

Y, claramente no es así: por empezar, la Primera Junta, que presidía Cornelio Saavedra -personaje nacido en lo que hoy es territorio de Bolivia- expresamente manifestaba que “gobernaba en nombre del Rey Fernando VII”.

Los colores Borbónicos

French y Berutti reparten cintas celeste y blanca en la Plaza: antecedente de la bandera que creó Belgrano años más tarde.

Pero lo que no se dice es que esos eran los colores de la “Inmaculada Concepción”.

Que  identificaban a la dinastía Borbónica.

Y, que junto a las cintas, French y Berutti, repartían estampas del rey Fernando VII.

Españoles y americanos

Basta ver, nada más, la composición de la Junta de Gobierno y encontramos que la integraban como vocales dos comerciantes: Larrea y Matheu, ambos españoles de pura cepa.

Para mayor precisión, nacidos en Catalunya.

El que puso la música de nuestro Himno, el maestro Blas Parera, también era español de origen.

Fue español Antonio Álvarez de Arenales, jefe de las milicias patrias en la heroica lucha de las sierras del Alto Perú.

En cambio eran criollos, nacidos en  Arequipa (actual Perú), los generales Pío Tristán y Goyeneche, jefes de las fuerzas realistas que enfrentaron a Belgrano en las batallas de Tucumán y Salta.

En suma: lo del 25 de Mayo de 1810 no se trató de un movimiento nacional independentista.

Ni siquiera de criollos contra españoles, porque, como puede apreciarse los nativos de uno u otro suelo, pelearon entremezclados en ambos bandos.

Revolución democrática

La Revolución de Mayo, como lo señaló lúcidamente nuestro más grande pensador político, Juan Bautista Alberdi, no fue otra cosa que el reflejo en América de una revolución anterior, ocurrida en España en 1808.

El territorio español estaba, entonces, ocupado en su mayor parte por las tropas del emperador francés Napoleón, que tomó cautivos al Rey Carlos IV y su hijo Fernando.

El pueblo de España repudiaba al primero a quien consideraban culpable de la invasión francesa, por haber entregado la mayor parte del poder al “favorito” Godoy, amante de la Reina y su corte de “afrancesados”.

Además de cornudo -cosa para los españoles muy grave- lo consideraban traidor.

Por eso pusieron todas sus esperanzas en su hijo Fernando, a quien llamaban “el Deseado”, de quien esperaban que una vez restaurado en el trono pusiese en vigencia medidas liberales y democráticas, que transformase a España en una especie de “monarquía constitucional” parlamentaria al estilo de Inglaterra.

Aspiraban a eliminar, o al menos disminuir, los privilegios del Clero y la Nobleza, suprimir trabas feudales al comercio y la industria, abolir el Santo Oficio y el Tribunal de la Santa Inquisición, establecer la libertad de imprenta y de palabra.

Es decir, colocar a España acorde a los tiempos modernos.

En esa dirección se produjo un levantamiento en el poblado de Aranjuez contra el invasor napoleónico, que pronto se extendió a toda España.

Las juntas populares

Al calor de la revuelta se fueron formando Juntas populares en Sevilla, Madrid, Cádiz.

El movimiento repercutió en América: “¡Juntas como en España!”, se proclamó.

Y surgieron Juntas de gobierno en Caracas, México, La Paz, Nueva Granada.

Que invocando fidelidad a Fernando VII, el rey cautivo proclamaban que las “Indias no eran Colonias” sino, provincias del vasto Imperio español, en igualdad de derechos con la Metrópoli.

En ese contexto  hay que entender el movimiento de Mayo de 1810 en Buenos Aires.

No era una revolución nacional, ni separatista.

Ni de criollos contra españoles.

Fue un movimiento de españoles peninsulares y españoles americanos, en favor de una apertura liberal, democrática y popular.

Lamentablemente se frustró: cuando, derrotado Napoleón, en 1814 fue liberado Fernando VII retomó el trono de España, anuló todas las conquistas libertarias y restauró plenamente la monarquía absoluta y los fueros de nobles y curas.

Los dos congresos

Sólo quedaba entonces a los americanos, para evitar caer en el despotismo y la tiranía,  el recurso de declarar la Independencia.

Es lo que se llevó a cabo en el Plata: primero, por inspiración de José Artigas en el histórico Congreso de Oriente, el 29 de junio de 1815, en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay), lo hicieron los diputados representantes de la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y las Misiones.

Este último el primer territorio gobernado por pueblos originarios -guaraníes- comandados por el legendario Andresito.

Este Congreso no sólo declaró la Independencia, sino que desechó soluciones monárquicas y proclamó el principio republicano-federal.

Un año después, el 9 de Julio de 1816 el Congreso de Tucumán habría de reiterar la decisión independentista, pero condicionada a variantes monárquicas.

El paso dado -la Independencia- con todas sus vicisitudes posteriores resultó forzado por la traición del monarca español a los principios de libertad emanados de las Juntas. 

La historia que no pasó

¿Hubiera sido preferible lo contrario? ¿Una gran comunidad hispánica de naciones? ¿Qué pesará en el mundo posterior,  algo así como el “Commonwealth” británico?

Cabe pensarlo. 

Pero esa es otra historia.

Que no ocurrió.

 

(*) Vocal del Superior Tribunal de Justicia (STJ) e integrante de la asociación “Justo José de Urquiza” de Concordia.

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